Conseguí el nombramiento, por supuesto, y muy pronto. Al parecer, se habían recibido noticias en la compañía de que uno de los capitanes había sido asesinado durante una refriega con los nativos. Era mi oportunidad, y con ella aumentó mi impaciencia. Solo muchos meses después, cuando intenté recuperar los restos del cadáver, me enteré de que el origen de la disputa había sido una desavenencia acerca de unas gallinas. Sí, dos gallinas negras.
Fresvelen (así se llamaba el tipo, un danés) se sintió estafado por el negocio, así que desembarcó y comenzó a golpear al jefe del poblado con un palo. Oh, no me sorprendió en lo más mínimo escuchar esto y que al mismo tiempo me contaran que Fresvelen era la persona más tranquila y amable que jamás existió sobre la tierra. Seguro que lo era, pero había pasado ya un par de años allí comprometido con la noble causa y probablemente sintió por fin la necesidad de imponer su dignidad de algún modo. Así que, sin la menor compasión, le dio una paliza al viejo negro mientras su gente los miraba atónita, hasta que un hombre (el hijo del jefe, según me dijeron), desesperado de oír gritar al pobre viejo, probó a arrojarle al hombre blanco una lanza, que, por supuesto, lo atravesó limpiamente entre los omoplatos.
A continuación el pueblo entero huyó a la selva temiendo todo tipo de calamidades, mientras que, por otro lado, el vapor que capitaneaba Fresvelen huía a la carrera mandado, según creo, por el maquinista. Después, nadie pareció preocuparse mucho por los restos de Fresvelen, hasta que llegué yo y ocupé su puesto. No podía olvidar el asunto sin más, pero cuando por fin tuve la oportunidad de encontrarme con mi predecesor, la hierba que crecía entre sus costillas era lo suficientemente alta como para ocultar sus huesos.
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El corazón de las tinieblas es una novela que experimentó una segunda juventud a partir de los años ochenta gracias a ser el texto en el que se basa Apocalypse Now, una de las películas más aclamadas de la historia del cine, donde Coppola nos mostró la crueldad del alma humana con el trasfondo de la Guerra de Vietnam. El autor del texto original, Joseph Conrad, fue un novelista polaco que adoptó el inglés como lengua literaria y la inglesa como su nueva nacionalidad, huyendo del temido reclutamiento militar ruso. En dicha huida, Conrad descubrió un excepcional espíritu aventurero que lo llevaría a surcar medio mundo, y así, muchas de sus obras fueron alumbradas merced a sus intensas experiencias. Es el caso de la que nos ocupa.
El corazón de las tinieblas es una novela que deja una sensación extraña -en el cuerpo y en el alma- tras su lectura. Confunde, aturde, empapa con su negrura nuestros estratos más profundos. Es agradable y es desagradable. Es corta y se hace larga. Encanta y se odia por igual. Es profunda y anecdótica. Es ambigua. Es auténtica. Y por ello es una lectura muy recomendada, que nos hace asomarnos a la desgarradora realidad que se vivió en las colonias africanas del XIX. Hay una palabra que flota sobre el ambiente durante toda la narración como una nube sombría y amenazante, y es precisamente una palabra que no aparece en todo el libro: Congo.
La historia comienza con una interesantísimo baile de narradores que me ha parecido brillante. Un narrador desconocido se encuentra en Londres, surcando el Támesis a bordo de un barco junto a otros marinos. Tras una reflexión desconcertante acerca de la fascinación que tuvo que sentir la primera nave romana que encontrase ese mismo lugar, vasto y agrio, que ahora la civilización abruma delante de su barco, un tal Marlow, marinero curtido y gran narrador de anécdotas que simboliza al propio Conrad, toma la palabra para relatar aquella vez en la que se sintió igual que el capataz romano, el día que se asomó al confín del mundo, al corazón de las tinieblas.
La narración de Marlow está basada en la propia experiencia de Conrad en la exploración que llevó a cabo en Congo Belga que Leopoldo II explotaba como una empresa privada para su lucrativo emporio de marfil disfrazado de campaña humanitaria, cuyo carísimo coste humano y natural apenas llegaba a occidente, quien vivía tranquilo y con su perpetua venda sobre los ojos.
Marlow cuenta una oscura aventura en la que, empleado a bordo de un barco de vapor, debe remontar el río Congo para traer de vuelta a un extraño trabajador de la compañía, un tal Kurtz, que parece hacer perdido el norte a pesar de que desde su posición en lo más profundo de la selva, fluye hacia las sedes de la empresa belga una cantidad inusitada de marfil. Tantísimo, que incluso la propia compañía empieza a cuestionarse los métodos de Kurtz.
Kurtz es un personaje simbólico, que viene a representar la oscuridad del ser humano, al que se opone Marlow, la luz que pretender alumbrar las tinieblas. Su presencia se va retrasando en el relato con una expectación magistral, hasta el punto de que cuando Marlow se encuentre por fin con Kurtz, una punzada nos recorra la espalda. Y es que Kurtz es un ser casi mitológico, geométricamente destrozado, irregular, que se ha convertido en una especie de dios para los indígenas y que se halla en un estado de locura desgarradora. Y así, todos los personajes que Marlow va encontrando en su negra aventura pueden ser interpretados como símbolos. El director de la compañía, el arlequín, la mujer salvaje... todos representaciones de aquel terror que se escondía en las profundidades de la África más olvidada.
El estilo de Conrad es complejo, para qué engañarnos. Por lo visto la traducción de la obra es muy complicada (ninguna pega de la cuidada edición ilustrada de Mondadori) pues suma dos elementos que aportan dificultad al texto: el estilo en sí de Conrad, que probablemente buscase el nuevo lugar de la novela tras el hastío de la literatura realista, y su inglés, una lengua no materna, impostada y retorcida en exceso. Aún así, cumple de sobra y recrea a la perfección el horror de la aventura africana de Marlow.
Y termino. El corazón de las tinieblas es una especie de pesadilla literaria. Oscura, sudorosa y cruel. Una gran novela, que nos hace asomarnos a un lugar al que poca gente se asomó en su momento. Pero Conrad lo hizo y creo que deberíamos contemplar las vistas, por muy atroces que sean. Al fin y al cabo, nuestra historia muchas veces prevalece en forma de ficciones.
Y vosotros, ¿qué novela basada en un hecho real os ha conmovido?
¡Besos y abrazos!
Joseph Conrad |
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