Temerosos, los hombres empezarán a aproximarse muy despacio hacia la puerta. La cerradura habrá saltado como una astilla seca y un pequeño empujón será suficiente para ofrecer entera la boca del pasillo a las linternas. Atropelladamente, con la respiración entrecortada y el pulso a punto de rompérseles, registrarán una por una las habitaciones de abajo y la despensa, la tibia -todavía- soledad de la cocina, los rincones subterráneos y sin luz de la bodega. A partir de ese instante, todo sucederá ya con rapidez de vértigo. A partir de ese instante (y horas después al tratar de recordar, para contar, los hechos), ninguno de ellos podrá saber ya exactamente de qué modo la sospecha dejó paso a la certeza. Porque, cuando el primero de ellos comience a subir las escaleras, todos sabrán ya seguramente lo que, aquí, les esperaba desde hacía mucho tiempo. Un frío repentino e inexplicable se lo anticipará. Un ruido de alas negras batirá las paredes advirtiéndoselo. Por eso, nadie gritará aterrado. Por eso, nadie iniciará el gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin encima de la cama, vestido todavía, mirándoles de frente, devorado por el musgo y por los pájaros.
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Julio Llamazares es a día de hoy uno de los buques insignia de Alfaguara (sin ir más lejos acaba de publicar su nueva novela), que dio el salto a la primera línea del panorama literario en el año 1988 con la publicación de La lluvia amarilla, una novela que supuso un éxito inesperado tanto para el propio Llamazares como para su entorno editorial. Tal ha sido el éxito de La lluvia amarilla que en 2003 se publicó una edición conmemorativa con DVD a cargo de su antigua editorial, Seix Barral. Una edición que sin duda merece la pena a los que queráis acercaros a esta gran obra.
Como literato, Llamazares pertenece a una Generación que la crítica suele calificar como sesentayochista, un grupo de autores que se impregnaron ideológicamente del mayo del 68 y que literariamente dejaron de lado la novela de corte experimental para buscar la narración de historias al uso con el propósito de encontrar sus voces propias, más allá de toda influencia externa y artificial.
Así, de antemano, diré que La lluvia amarilla es un libro maravilloso, que satisface al lector medio sin lugar a dudas por la belleza de la narración, la ternura que desprende en cada una de sus páginas, su aire misterioso, la pena por el destino de los protagonistas, y la puesta sobre la mesa de un tema real en la España de la época, pero que deslumbrará aún más al lector atento; que premiará a todo aquel que decida adentrarse y descifrar el excepcional plano simbólico que esconde la novela, que es toda ella un complejo y suculento entramado de metáforas que se anuncian ya en su título, ¿verdad?
Empecemos por lo literal. La lluvia amarilla bebe de la novela rural al igual que, por ejemplo, Los santos inocentes, pues nos cuenta una historia que pretende transmitir dura realidad de la España de posguerra, una historia cruda y conmovedora. La obra en su totalidad es un monólogo interior de Andrés, de la casa Sosas, el último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés que poco a poco ha sido abandonado por sus habitantes. Mediante la técnica de la anamnesis o flash-back, Andrés escribe desde su lecho de muerte, completamente solo en un pueblo fantasma, cuya memoria morirá con él dentro de unas horas.
Así, nos va contando cómo paulatinamente las distintas familias -incluyendo la suya- de Ainielle se marcharon buscando una vida mejor, mientras que él, arraigado a su tierra y a su casa por principios, no es capaz ni siquiera de despedirlos, y se esconde en el cobertizo del molino cada vez que una familia decide empaquetar sus cosas y buscar un futuro mejor en la ciudad. Pero poco a poco, Andrés, anciano y solo, comienza a sufrir las desgracias propias de la naturaleza salvaje en soledad, además de que muchos elementos parecen aliarse en su contra para ir moldeando un personaje complejo y singular: la muerte, la desidia, la enfermedad, el odio reprimido, la mala climatología, la vejez... y finalmente, la locura y las alucinaciones. Y la lluvia amarilla, claro.
Así pues, vivimos de manera conmovedora el relato de una persona que sabe que va a desaparecer en breve, y que cuya muerte será también la muerte de una forma de vivir, del arraigo a la tierra, a las raíces, a lo que sentimos como propio. Andrés es la memoria del pueblo, narrada en su soledad moribunda, y es consciente de que ni siquiera nadie podrá dar la noticia de su muerte; de que le ha sido negado hasta el derecho a un funeral.
Como decía, la obra posee un enorme entramado simbólico y metafórico -podría decirse también alegórico- que se materializa en el color amarillo, que impregna cada página del libro al igual que, por ejemplo, retumba en las Naturalezas muertas de Van Gogh, para simbolizar elementos como la locura (los locos en la Edad Media vestían de amarillo para ser diferenciados), la mala fortuna (véase el amarillo en el teatro) y la muerte; sobre todo la muerte. Hasta el punto de que un fenómeno natural como una lluvia otoñal, llena de hojas amarillas (eso es la lluvia amarilla en un primer momento), que posee una primera simbolización de "paso del tiempo", en cada otoño que va transcurriendo para Andrés en soledad, esa lluvia de hojas amarillas que vuelve y vuelve cada año, y que adquiere poco a poco un significado metafórico de muerte, hasta el punto de que al final del relato, el pueblo entero acaba siendo prácticamente amarillo.
Cabe destacar para concluir el estilo de Julio Llamazares. Podría tildarse perfectamente de recargado en adjetivaciones y tendente a la exageración léxica. Pero da igual, porque el resultado es un magnífico ejercicio de creación literaria llevando el léxico a niveles sublimes, creando situaciones, descripciones y lugares de una plasticidad y belleza increíbles, con un regusto de nostalgia y ternura que recuerdan al mejor García Márquez.
Por lo tanto, no puedo hacer otra cosa que animaros a leer La lluvia amarilla y a pasear por Ainielle con el último de sus habitantes en sus últimas horas sobre el mundo. Y es más, creo que debería ser sin lugar a dudas una lectura obligatoria en la últimas etapas de nuestro sistema educativo, por expresar una realidad de nuestro país como ha sido la despoblación de las zonas rurales y el abandono de la agricultura, pero sobre todo por tratar de manera tan excepcional y bella tantos temas que inquietan el alma de todo ser humano.
Y vosotros, ¿con qué lectura habéis comenzado este 2016?
¡Besos y abrazos!
Julio Llamazares |
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