lunes, 26 de octubre de 2015

Sukkwan Island. David Vann





     ¿Qué pasa?
     Pero su padre no respondió: solo entornó los ojos y dirigió la pistola hacia algo que parecía moverse en lo alto del techo. Roy fue a la otra habitación y observó a su padre desde la puerta.
     Su padre disparó, la explosión fue ensordecedora. Roy se llevó las manos a los oídos pero le dolían y no dejaban de rugir. Su padre disparó otra vez al techo. La Magnum 44 era una pistola enorme y ridícula y escupía fuego en la cabaña oscura, llenando el aire de azufre.
     ¿A qué le estás disparando?, gritó Roy, pero su padre no respondió. Volvió a disparar, una y otra vez, después tiró la pistola sobre un montón de ropa junto a la puerta y salió al exterior, bajo la lluvia, diciendo: qué apretados estamos, joder.
     Roy fue a la puerta y observó a su padre ahí fuera, mirando la lluvia y calándose sin su ropa de lluvia ni su gorro. El pelo enmarañado y aplastado sobre su cráneo y la boca roja abierta. Sus ojos se cerraban, se abrían y se cerraban. Los brazos sin tensión en sus costados, como si no hubiera nada que hacer salvo quedarse y que el cielo cayera.

     No había luz ni calor en la cabaña cuando su padre volvió. Roy estaba en su saco de dormir, contra la estufa, y había puesto latas para recoger las goteras y los chorros de agua que entraban por los nuevos agujeros del techo. Su padre se acercó y le dijo una y otra vez que lo sentía, pero Roy fingió que estaba dormido y no escuchaba, solamente lo temía y lo odiaba.

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La vida de David Vann dio un giro de ciento ochenta grados cuando, a sus tiernos trece años, su padre, un hombre de naturaleza inestable y depresiva, le pidió que pasase unos meses con él en un retiro padre-hijo en Alaska. El pequeño David rechazó inmediatamente la propuesta, y su padre se suicidó a las dos semanas. Fue tal el sentimiento de culpa que se generó en su mente que buscó en la escritura la catarsis que le permitiese vivir libre, y fruto de estos conflictos nació su ópera prima: Sukkwan Island.

Tras leer estos datos en una entrevista a David Vann hace unos cuantos años, su figura comenzó a interesarme. El entrevistador le preguntaba sobre la crudeza de sus libros, los bofetones de realidad que planteaba en sus historias y su necesidad de llevar a los personajes al límite. Definitivamente, Vann me había conquistado. Así que fui directo a buscar Sukkwan Island, y antes de abrir siquiera el libro me quedé embobado ante su portada, una ilustración biológica de un salmón, algo que a priori sería incluso bonito, que se torna en perturbador a causa de una mancha de sangre que parece gotear y extenderse poco a poco por nuestro libro.

He leido Sukkwan Island dos veces, y ambas lecturas me han dejado el mismo poso de impacto en la mente. Afortunadamente, es una novela muy breve (no llega a las doscientas páginas), porque es tal la crudeza y la brutalidad de la historia que cuenta, que de ser más largo podría convertirse en una historia ilegible. Vann ha sido inteligente y ha sabido darle el formato de una píldora agridulce y perturbadora.

La novela cuenta la historia de un padre y un hijo, Jim y Roy, que recuerda en ciertos momentos a la pareja de La carretera, de Cormac McCarthy (reseña aquí ). Jim es un dentista que lo ha vendido todo cuanto poseía para comprar una cabaña en Sukkwan Island, una isla ínfima ubicada en uno de los rincones más inhóspitos de Alaska, a la que solamente puede accederse en barco (y no siempre) o hidroavión. La idea de Jim es quemar el último cartucho de su vida, y para ello ha convencido a su hijo Roy, de trece años y que vive con su exmujer, para que pase junto a él un año en la cabaña, completamente solos, donde cazarán, pescarán, se conocerán y practicarán la educación en casa para que Roy no pierda el curso. El chico no quiere ir, pero termina accediendo por miedo a que su padre, un fracasado en todos los aspectos de la vida con tendencias autodestructivas, termine suicidándose en la cabaña.

Y así, la historia comienza en junio con la llegada a la cabaña y la prisa por acumular comida y provisiones para el crudelísimo invierno que se aproxima inexorable. Pronto seremos testigos de la angustia de Jim, preso en un entorno natural de una belleza impresionante, pero cruel e implacablemente salvaje. La relación son su padre se irá tensando, pues es un hombre destrozado psicológicamente, y sufriremos con sus llantos a media noche, su obsesión porque la aventura funcione y sus impotentes llamadas por radio arrastrándose para intentar recuperar a su última novia. Un ambiente tenso, asfixiante, que desembocará en un giro argumental impresionante hacia la mitad de la novela que nos dejará completamente asombrados. Aunque no menos que su final, el cual dejará en el lector un pellizco indeleble en el estómago.

Sukkwan Island
El estilo de David Vann se apoya en la frase corta, en la sencillez sintáctica y en la descripción breve que busca ser lo más gráfica posible. Un estilo muy efectivo que convierte a  Sukkwan Island en una novela muy fácil de leer. El salvaje ambiente natural está perfectamente recreado, al igual que el ritmo de trabajo de la pareja en la isla y las tensiones y conflictos emocionales que van surgiendo entre Jim y Roy, que convierten una situación a priori idílica en un pozo asfixiante del que parece imposible escapar.


Y termino. No me queda otra que recomendar Sukkwan Island. Me parece una novela oscura, perturbadora, dura e incluso cruel. Pero me encanta, y me ha hecho reflexionar sobre muchas cosas, en especial sobre la pesadilla nihilista en la que estamos metidos hasta las cejas en el mundo contemporáneo. Eso sí, entiendo que no es una obra para todos los gustos, que se pueda ir regalando a lo loco. Absténganse quienes se impresionen fácilmente y quienes no digieran la rudeza literaria.

Y vosotros, ¿qué novela os encanta pero entendéis que no es apta para todo el mundo?


¡Besos y abrazos!



David Vann

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