Sí, el descubrimiento del fuego dio calor al hombre y acabó con la dieta de carne cruda; la construcción de puentes le permitió cruzar ríos y corrientes sin mojarse los dedos de los pies; la invención del aeroplano hizo posible que saltara océanos y continentes mientras creaba fenómenos nuevos como el desfase horario y la proyección de películas durante el vuelo: pero aunque el hombre haya cambiado el mundo circundante, el hombre mismo ni ha cambiado. Los hechos de la vida son constantes. Vivimos y después morimos. Nacemos del cuerpo de una mujer, y si logramos sobrevivir a nuestro nacimiento, nuestra madre debe alimentarnos y cuidarnos para garantizar que sigamos viviendo, y todo lo que ocurre entre el momento del nacimiento y la muerte, toda emoción que nos embargue, todo arrebato de ira, toda oleada de deseo, todo acceso de llanto, todo ataque de risa, todo lo que sintamos a lo largo de nuestra vida también habrán de haberlo sentido todos los que vinieron antes de nosotros, ya sean cavernícolas o astronautas, ya habitemos en el desierto de Gobi o en el Círculo Polar Ártico.
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¡Qué grande es Paul Auster!, y qué placer tan inmenso provoca su lectura, capaz de hacernos evocar en nuestras mentes tal marasmo de sentimientos, sensaciones y recuerdos soterrados, o simplemente de identificar ideas escondidas en algún rincón de nosotros para las cuales aún no teníamos un nombre. Por eso (y por mil cosas más), Paul Auster es una de mis grandes debilidades literarias. Pienso que merece el Nobel, aunque si nunca se lo otorgan (que es lo más probable), dará igual. Es y será un grande con mayúsculas. He de confesar que tengo en mi biblioteca algunos de sus libros aún sin tocar, cuya lectura voy aplazando porque no quiero terminar su obra. No quiero que Paul Auster no tenga nada más que contarme.
Para aquellos que aún no conozcan a Auster, que supongo que seréis pocos (ya estáis tardando), el bueno de Paul es un neoyorquino de ascendencia judía obsesionado con el béisbol, la buena música y el cine, tres temas que de manera tangencial aparecerán en prácticamente todas sus obras. Su magníficas maneras literarias se han forjado a base de leer y traducir los clásicos franceses y de experimentar con relativo éxito una enormidad de variedades textuales, entre las que destacan la poesía, la obra de teatro en un acto y el guión de cine.
La que hoy nos ocupa, "Sunset Park", es la última obra de ficción escrita por Auster, allá por 2012. Siguiendo la tónica de todas sus obras, "Sunset Park" es una novela de escasa acción, pues Auster tiene como absoluta prioridad sus personajes, creaciones tan humanas que alcanzan lo apabullante. Estos personajes-persona se integran en una trama que posee la intimidad de lo cotidiano, de tal manera que el resultado es una historia con alma, con magia, con ciencia literaria, basada únicamente -y aquí radica el genio de Auster- en que a una serie de personas les sucedieron muchas cosas en el pasado, les ocurren algunas cosas en la narración que leemos, y les seguirán ocurriendo muchas cosas cuando cerremos el libro y continúen su etérea existencia.
En "Sunset Park" conocemos la historia de su personaje central, Miles Heller, además de las historias paralelas y perpendiculares de un peculiar elenco de secundarios. Miles es un joven que vive en Miami como empleado de una empresa dedicada a ejecutar desahucios bancarios, y que siete años atrás decidió romper bruscamente la relación con su familia (de posición socioeconómica alta) por un hecho misterioso que le atormenta sin remedio. El muchacho conoce a Pilar Sánchez, una bellísima cubana que aún va al instituto, y cuya hermana comienza a chantajear a Miles amenazándolo con denunciarlo por abuso de menores si no accede a ciertas concesiones económicas. Para evitarlo, Miles decide regresar por fin a Nueva York, el punto de partida de su huida, hasta que Pilar cumpla los dieciocho. Allí comienza a vivir en una casa okupa en Sunset Park que administra su amigo Bing Nathan, la única persona de su pasado con la que Miles tiene contacto, y quien a espaldas de Miles ha ido informando a sus padres del estado de salud del muchacho y de los principales cambios en su vida a medida que se iban carteando.
Partiendo de esta situación, la narración transcurrirá con la fluidez a la que el maestro Auster nos tiene acostumbrados. Conoceremos a las dos huéspedes restantes de la casa, Ellen y Alice, y a los padres de Miles, siendo especialmente interesante el personaje de Morris Heller, el padre, un ejemplo de realización personal por haber levantado de la nada una editorial literaria de cierto éxito que está siendo engullida por la crisis cultural que azota a la sociedad del siglo XXI. Con este elenco sobre el tapete, se desarrollará una gran variedad de temas como el miedo a enfrentarse al pasado, la identidad sexual, los complejos físicos, la infidelidad, la moralidad del sistema capitalista o la capacidad del azar para marcar una vida para siempre.
Hablar de estilo en Auster es hablar de maestría, pues el genio de Brooklin hace lo que le da la gana. Leer "Sunset Park" es un placer desde la primera palabra hasta el punto y final. Escrita en presente simple y omitiendo la raya en los diálogos, la novela toma un punto de vista polifónico y centra cada capítulo en uno de los personajes, un mosaico que nos ayuda a construir pieza a pieza la historia de Miles Heller.
Y concluyo. "Sunset Park" es una gran novela, aunque deberían evitarla aquellos amantes de la acción incesante y trepidante. Es una historia de personajes, de sus vidas y sus preocupaciones, donde Paul Auster vuelve a poner de manifiesto que es, de largo, uno de los jefes del cotarro. Leedla.
Y vosotros, ¿quién es vuestro autor de referencia, ese que no queréis que se os acabe nunca?
¡Besos y abrazos!
Paul Auster |
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