martes, 17 de diciembre de 2013

Némesis. Philip Roth



       El abuelo alentaba al muchacho a que se defendiera como hombre y como judío, y a que comprendiera que sus batallas nunca terminan y que, en la implacable escaramuza que es la vida, "cuando tienes que pagar el precio, lo pagas". La nariz rota de su abuelo siempre había sido para Bucky una prueba de que, aunque el mundo lo había intentado, no había podido aplastarlo.


Philip Roth es uno de los mejores escritores de los últimos cien años. Su nombre suena cada otoño para el Premio Nobel, y pese a no haberlo conseguido aún, ha ganado otros muchos galardones de renombre como el National Book Award, el Pulitzer o sin ir más lejos el Príncipe de Asturias de las letras. Pero las novelas de Roth no necesitan premios ni menciones. Basta con leerlas; y es que Roth sublima la literatura a un nivel artístico al alcance de muy pocas plumas.

Philip Roth es la voz literaria del pueblo judío estadounidense, una de las comunidades más arraigadas en la tierra de las opurtunidades. Y gracias a las novelas de Roth somos testigos de sus ritos,de las peculiaridades de sus relaciones sociales y de la actividad en sus guetos. En definitiva, Philip Roth es el gran cronista de la idiosinctasia judía norteamericana, donde la tradición y la modernidad occidental tejen un intrincado y complejo tapiz.

Argumentalmente, Némesis nos lleva a Newark, una ciudad del estado de Jersey, y más concretamente a Weequahic, el barrio judío. Es 1944, y la ciudad padece una de las mayores olas de calor de las últimas décadas. Nada extraordinario; avenidas vacías a horas centrales de la tarde, pulso ralentizado y niños en la calle mojándose las cabezas bajo las bocas de riego. Salvo que el tórrido mes de julio ha recibido un inesperado y cruel visitante: la poliomielitis.

Conocemos a Bucky Cantor, un atlético monitor de educación física frustrado por no estar en el frente asiático debido a un problema visual, que intenta sentirse útil siendo el mentor de doscientos muchachos judíos para los que organiza cada día en el centro de ocio numerosas actividades deportivas y partidos de softball. Bucky es una buena persona, con un sentido de la responsabilidad sobredimensionado debido a la prematura muerte de su madre (de parto), y al haber sido abandonado por su padre, un timador de medio pelo. Fue criado por sus abuelos, dos infatigables trabajadores, judíos modélicos que nunca le perdieron la cara a la dura realidad. Así, el fuerte y responsable Cantor será testigo de cómo la polio irá cebándose con sus muchachos, mortal y sigilosa como un lobo que en la noche arrasa un cálido establo.

Némesis tiene un punto opresivo para el lector, debido a la terrorífica mezcla del calor que agosta la ciudad con la enfermedad que paraliza los miembros de los jóvenes judíos, mientras los habitantes de las clases más pudientes de la cuidad han enviado a sus hijos a una diáspora hacia las montañas, a salvo del calor, el gran vehículo de transmisión. Vemos el tema de la impotencia ante lo desconocido: en 1944 faltaban unos años para el descubrimiento de la vacuna, y no se sabía cómo se extendía la polio. Así pues, asistimos a una caza de brujas en busca de la fuente de propagación que señala directamente al gueto judío y a los muchachos de Cantor. Un Cantor que comienza a mirar a Dios cada vez con mayor desconfianza, y que ve cómo sus sólidos principios morales, forjados a fuego en la sinagoga, se tambalean con cada muchacho paralizado o conectado a un pulmón de acero esperando la parálisis total de su diafragma.

En lo referente al estilo, Némesis es un deleite para la mente del lector. Roth muestra una escritura serena, verosímil, casi mágica, llevando la lectura a un punto tal que nuestra mente procesa imágenes, no palabras escritas. Son especialmente brillantes las exploraciones en la mente de Cantor y su lucha interna por creer en Dios, por aferrarse a sus principios y por hacer lo correcto, pues Marcia, su novia, le ofrecerá la opción de huir de la polio junto a ella.

En conclusión, Némesis es una gandiosa novela, muy válida para iniciarse en la obra de Roth. Es densa, dura, apelmazada, y sus algo más de doscientas páginas equivalen como a cuatrocientas de cualquier otra novela. Mi ejemplar ha terminado con decenas de pasajes subrayados, notas por todos sus márgenes y tapas, más subrayados en varios colores y bastantes expresiones copiadas aparte. Una maravilla.

Y vosotros, ¿habéis leído alguna novela de ambiente opresivo o agobiante?



Philip Roth



martes, 10 de diciembre de 2013

Respirar por la herida. Víctor del Árbol


          


         "Se adentró un poco más, hasta donde el agua le cubría casi las rodillas. Notaba cientos de minúsculos cristales mordiéndole la piel, pero aguantó unos minutos, con la mirada perdida en los cañizos de la otra orilla. Trató de ver algún vestigio del accidente, pero nada. No había nada, ni un pedazo de luneta, ni una marca de rodera, ni una mancha, como si la tierra y el arroyo se hubieran tragado sin más las pruebas de lo sucedido y fluyeran con la misma calma de los siglos"


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Todos sabemos, o al menos intuimos como funciona el mundo editorial. Hay un estrato superior de elegidos que reciben premios de forma recurrente y sus libros copan contraportadas de revistas a toda página. Aparecen entrevistados en dominicales posando con gesto muy serio ante su vasta biblioteca e incluso se promocionan en televisión vendiendo el lanzamiento del año. Y todos sabemos, o intuimos, que pertenecer a dicha elite no garantiza ser un buen escritor, ni estar fuera de ella implica lo contrario.

Así, el autor que hoy nos ocupa pertenecería al segundo grupo. Víctor del Árbol no es famoso, no recibe apenas promoción y sus novelas no se anuncian apenas en ninguna parte. Y es un gran escritor. Me habían hablado muy bien de su anterior novela, La tristeza del samurai, pero al llegar a la librería caí completamente hipnotizado ante Respirar por la herida y su inquietante portada, en la que un hombre de gesto incierto nos mira desde un mundo pintado como si se asomara la realidad, a nuestra realidad, que está por debajo de la suya.

Dice el DRAE: "Respirar por la herida: dar a conocer con alguna ocasión un sentimiento que se tenía reservado". Y justamente ante eso nos encontramos en esta deliciosa novela, donde nada es lo que parece, y al igual que en la infinidad del océano, lo importante está en el fondo y no en la superficie.

Respirar por la herida podría encuadrarse dentro del género de la novela negra, acercándose a lo que en televisión se conocería como ´thriller´. Argumentalmente, la novela plantea un enorme entramado de personajes, todos excepcionalmente trazados, cuyo pasado es dudoso para el lector y esconde muchas sombras que nos irán sorprendiendo a lo largo de la historia con más de una decena de giros inesperados que harán las delicias de cualquier buen amante de la novela negra. Y lo mejor: la vidas e historias de todos los personajes están relacionadas entre sí hasta un punto sorprendernte y excitante.

Conocemos a Eduardo, un pintor de fama moderada catorce años después del incidente que le sumió en la espiral de remordimiento y dolor en la que ahora se halla: el accidente de tráfico que acabó con la vida de Elena, su esposa, y Tania, su hija, y que dejó en el retratista enormes secuelas físicas, además de las evidentes taras psicológicas. Gloria Tagger es una de las violinistas más famosas del mundo. Acompejada por su ascendencia nazi y muerta en vida por el recuerdo de Ian, su hijo de veinte años atropellado en el centro de Madrid a manos de un millonario borracho. Arthur es un francés argelino marcado por los conflictos raciales de su patria; está en la cárcel por homicidio y vive atormentado por la fulminante desaparición de su hija, Aroha, que estaba atravesando una adolescencia muy difícil. En los días previos a la salida de la cárcel del magnate Arthur Fernández, Gloria Tagger contrata a Eduardo para que haga un retrato muy especial: el del asesino de su hijo, Arthur.

Y esto es solo el principio. Un mosaico de personajes se despliega de manera magistral a lo largo del relato, todos ellos apoyados en los dos pilares que sostienen la novela: el dolor y la culpa. Un dolor silencioso que recorre lentamente las páginas del libro al igual que la pierna de Eduardo y que va tensando la mente del lector como si lo hiciesen cuerdas de piano, invisibles y mortales. Así, visitaremos sótanos siniestros donde los millonarios sacian sus fantasías y viviremos la frustración de un prostituto asiático incapaz de escapar de la mafia que campa a sus anchas por Madrid. Conoceremos a Guzmán, un toruturador chileno reconvertido en investigador particular y asistiremos a silenciosos seguimientos por el centro de Barcelona. En definitiva, una trama magníficamente desplegada con multitud de dobleces e intrigas en la que el autor recorre de manera magistral todos los entresijos del alma humana.

En lo referente al estilo, hay que decir que Víctor del Árbol posee una prosa ágil y amena, de lectura fácil y empleando el mínimo de adjetivos. Descripciones muy disfrutables de espacios y excepcional en las pinceladas psicológicas de los personajes. A mi juicio, se le podrían achacar dos "peros": en primer lugar, las partes narradas son mucho mejores que las partes dialogadas, en las que el autor pone a los personajes a dar demasiada información, probablemente con el objetivo de conferir verosimilitud al relato; sin embargo, el resultado es quizás contraproducente, pues todos los personajes, independientemente de su grupo social o cultural hablan con la magistralidad de un espléndido narrador. En segundo lugar, creo que hay un uso excesivo del símil. Pero no hay que confundirse: estos dos lunares no llegan a ser ni una pequeña manchita en el excepcional lienzo que constituye la novela.

En consecuencia, Víctor del Árbol y su Respirar por la herida han sido todo un hallazgo. Intensa y sorprendente, incita a leer más y más, por lo que no puedo hacer otra cosa que no sea recomendar encarecidamente que leáis este novelón.

Y vosotros, ¿habéis descubierto un autor que se mueva fuera de los circuitos comerciales?

Víctor del Árbol

martes, 3 de diciembre de 2013

Stoner. John Williams


       




     "Durante aquellos primeros días tras la declaración de guerra, Stoner también experimentó confusión, pero de índole radicalmente distinta a la que atenazaba a la mayoría del campus. Aunque había hablado sobre la guerra en Europa con los estudiantes mayores y con los profesores, nunca había terminado de creer en ella, y ahora que se cernía sobre él, sobre todos, descubrió dentro de sí una gran dosis de indiferencia. Se sentía agraviado por la interrupción que la guerra había causado en la universidad, pero no hallaba dentro de él un sentimiento de arraigado patriotismo, como tampoco conseguía odiar a los alemanes.
          Pero los alemanes estaban allí para ser odiados."



Stoner pertenece a ese grupo de novelas que a pesar de rozar el calificativo de obra maestra, permanecerán por siempre ocultas a los ojos de la crítica y del gran público, agazapadas en algún rincón oscuro. Personalmente, la descubrí como se descubren las mejores cosas de esta vida. Por pura casualidad. Buscando en la librería una obra de Woodrell (que comentaré más adelante), tuve un pequeño desprendimiento de libros por la letra "W". Uno de las que recogí del estante inferior sobre el que se precipitaron fue la obra que hoy nos ocupa. Y bendito desprendimiento.

Stoner es uno de esos libros que, cuando alguien te pregunta "¿de qué va?", no sabes muy bien qué responder. Lo único que viene a la cabeza contestar es: "de un profesor". Y en efecto, así es.

Argumentalmente, la novela cuenta la historia de William Stoner, el único hijo de una humilde familia de granjeros del Medio Oeste norteamericano, más concretamte de la agreste y profunda Misuri. El pequeño Willy no posee apenas aspiraciones en la vida, continuar con la granja, casarse quizás y poco más. Pero sus padres, caracterizados magistralmente por Williams como seres silenciosos y tercos a los que el infinito trabajo en la granja ha convertido en bloques de piedra, proponen a Stoner ir a la Universidad a estudiar un nuevo programa de tecnología agraria para mejorar los cultivos de la granja familiar. Y es así como el joven William Stoner sale por primera vez de la seguridad del hogar, con un traje puesto, otro en el petate y unos pocos dólares prestados para estudiar en Columbia. Y allí, en su segundo curso, Stoner dará su primer golpe de integridad moral y tomará la primera decisión consciente de su vida, a los veinte años: abandonar la ingeniería agraria para estudiar literatura inglesa. Para ser profesor. Y a partir de esa decisión comenzará a desarrollarse todo el argumento, que no es otro que la vida de Stoner como estudiante, amigo, marido, padre y profesor de literatura medieval en la universidad de Columbia.

Stoner no es una novela que posea un trepidante argumento lleno de giros impredecibles (que alguno tiene). Es una novela de personajes. De un personaje. William Stoner es uno de los personajes mejor trazados al que he tenido el gusto de acompañar a lo largo de mi vida como lector; un personaje tierno, entrañable, redondo y sobre todo, real. La novela plantea ciertos temas esenciales canalizados a través de Stoner y de las cosas que le ocurren a lo largo del relato. Williams aborda de forma magistral temas como los férreos valores de la clase pobre rural en contraste con la doble moral urbana, la psicología colectiva de la guerra y la repercusión en la estado de ánimo de la sociedad (Stoner vive las dos Guerras Mundiales), la rigidez de las relaciones interpersonales, los matrimonios sin amor y las segundas oportunidades, la culpa impuesta y otros más a los que no hago referencia por no destripar nada del argumento.

Pero sobre todo, el relato gira en torno a dos grandes ejes, que son la renuncia y la integridad. Y es que Stoner renuncia a cosas por trabajo y por amor; renuncia a varias cosas por imposición y renuncia a otras tantas de manera voluntaria. Pero en todo momento, Stoner muestra una integridad moral en sus actos que llega a rozar lo sorprendente, y que le lleva a perder cargos en la universidad, a no hablar con su hija en meses e incluso a dormir en un sillón arrinconado durante años, pensando y tiritando de frío.

En lo referene al estilo, Stoner es una novela áspera y moderna, en sintonía con la literatura norteamericana de la segunda mitad del siglo XX, un estilo del que son deposiarios autores tan estimados hoy día como Paul Auster o John Irving. Nos encontramos ante una prosa ágil y eficaz, elegante,  parca en adjetivos y de escasa retórica y afán estético. No obstante, el arte de John Williams radica en crear pasajes realmente bellos con tan escaso instrumental retórico. En definitiva: Stoner es una lectura sencilla y agradable, un libro de esos que llamo "agradecidos", es decir, que nos aportan mucho como lectores a pesar de exigirnos poco esfuerzo.


Es posible que John Williams no pase a la historia de la literatura; solo fue un profesor que escribía novelas y algún que otro poema. Pero después de leer Stoner, le estaré eternamente agradecido por haber creado un personaje que me acompañará el resto de mi vida, agazapado en un pequeño rincón de mi memoria. Que no es poco.

Y vosotros, ¿qué personajes de libros llevaréis para siempre en vuestro corazón?


John Williams



martes, 26 de noviembre de 2013

La Carretera. Cormac McCarthy





 "Vadeó por los campos nevados. La nieve honda y gris. Había ya una capa reciente de ceniza. Consiguió avanzar unos cuantos pasos más y luego se volvió para mirar atrás. El chico había caído. Dejó las mantas y el plástico que llevaba sobre el brazo y fue a recogerlo. El chico ya estaba tiritando. Lo levantó y lo estrechó contra su pecho. Lo siento, dijo. Lo siento."


La Carretera es uno de esos libros de fascinante atemporalidad. Un libro que deja el cuerpo helado tras su lectura, y que consigue en doscientas escasas páginas lo que muchos escritores han ansiado sin éxito a lo largo de la historia de la literatura universal: dejar un poso en la mente del lector. Un pequeño trozo de hielo ártico que nunca llegará a derretirse.

Argumentalmente, La Carretera plantea una premisa muy sencilla. Un padre y un hijo recorren una carretera interestatal de Estados Unidos en dirección sur. ¿El problema? Que el mundo no existe tal y como lo conocemos. Los campos están agostados, las ciudades deshabitadas y saqueadas una y otra vez a manos de los escasos supervivientes que aún consiguen vivir bajo la nube de polvo y cenizas que es ahora el cielo. La ceniza llega a atosigar al lector, llegando a ser un ente inmenso que cubre cada centímetro de la narración. Así pues,  los personajes tosen, se manchan, se tiznan y amanecen cada mañana semienterrados por una pastosa capa de la omnipresente ceniza. En ningún momento conocemos la causa de la devastación de la civilización; un mundo ruin y necesariamente maniqueo que solo distingue buenos y malos, plagado de criaturas raquíticas que antes fueron personas, desesperadas por comer antes de morir de inanición, y recurriendo al canibalismo cuando es necesario. 
Resulta inquietante lo convincente que resulta el planteamiento de McCarthy, muy alejado de la pompa y epicidad de la avalancha de historias postapocalípticas que asaltan librerías, salas de cine y videojuegos. Esto es un holocausto de verdad, que ocurre a personas de verdad. Frágiles y asustadas.

Respecto a los personajes, hay otro dato que el lector no llega en ningún momento a conocer: el nombre del padre ni el del hijo, todo un acierto de McCarthy a mi entender. Porque no es necesario. Son sencillamente "el chico" y "el hombre". Dos personas sumidas en esa espiral de ceniza y humo huyendo hacia la zona más cálida de América para evitar el invierno, portador de una muerte segura. No hacen nada diferente a cualquier otra persona de ese mundo sino mantenerse en pie un día más, y por ello no merecen ser identificados. Aunque hay una cosa que sí que los distingue del resto de seres con los que se cruzan en su periplo: su moralidad. McCarthy ha creado una auténtica obra de arte en la compleja relación que plantea entre la terna padre-hijo-mundo. Ellos son los buenos, y dado que el chico no posee la madurez necesaria para discernir semejante concepto, es el padre el encargado de extremar la seguridad que los tenga alejados de los malos. Pero no siempre es así, y en ocasiones el propio crío quien debe de tomar decisiones importantes, completamente desmedidas para su edad.

Padre e hijo recorren la carretera con su particular casa: un carro de supermercado en el que trasladan las escasas pertenencias que les permiten sobrevivir a la intemperie, cortar leña o refugiarse de la negra lluvia. Es lo que les une a la vida, lo único seguro que poseen aparte del uno al otro, y  por ello llega a convertirse en un personaje más del relato, inerte y silencioso al que se aferran nuestros anónimos protagonistas con desesperación, y que deben defender a vida o muerte. Rezuma especial desesperanza lo que yace en el fondo del carro; enterrados para siempre bajo los útiles de supervivencia, los tres o cuatro juguetes con los que algún día el chico jugó. Cuando aún era un niño.

Es probable que haya repartidos por el mundo cientos de ejemplares de esta novela que han sido abandonados en las primeras veinte páginas: hablemos de estilo.
Si consideramos una novela un lienzo en blanco sobre el que el escritor va bordando su historia, podríamos afirmar que Cormac McCarthy utiliza, en lugar de aguja y seda, una navaja de afeitar recién asentada. El lector se topa de frente con un estilo rudo, tosco, casi descuidado, al que cuesta acostmbrarse. El autor no regala un solo adjetivo, una sola coma, un solo párrafo. Incluso los diálogos están incrustados en la prosa sin separación alguna. El resultado es un brillante caos que tras quince páginas nos trasmite la misma sensación de pureza y desnudez que desprenden los personajes.

A modo de conclusión, creo conveniente comentar que suelo reírme entre dientes (y en ocasiones a semicarcajadas) de los comentarios de los críticos que las editoriales incluyen en las contraportadas de los libros, gracias a los cuales cualquier medianía es poco menos que una obra cumbre en la literatura. "Brillante. Fascinante" y cosas así. En La Carretera esto no ocurre, por la sencilla razón de que lo que leí en la contraportada es justo lo que me he encontrado al terminar la novela: "Esta novela está llamada a ser una de las grandes obras de la literatura universal", dice Diego Gándara.
Pues eso. Imprescindible.

Y vosotros...¿habéis disfrutado especialmente de alguna historia postapocalíptica?