martes, 14 de octubre de 2014

Los perros de Riga. Henning Mankell




Luego, mientras él carraspeaba, ella abrió la puerta sigilosamente y desapareció.
Se había presentado en el hotel porque quería hablarle de su difunto marido y porque tenía miedo. Las instrucciones eran claras: cuando llamasen a su habitación preguntando por el «señor Eckers», Wallander tendría que dirigirse al vestíbulo, luego bajar las escaleras que daban a la sauna del hotel y buscar una puerta de acero gris situada junto a la entrada de mercancías, que podría abrir desde dentro sin llave, y una vez en la calle, ella estaría esperándole detrás del hotel para hablarle de su difunto marido.
«Please —había escrito—, please, please.» Ahora estaba seguro de que en su rostro no solo había miedo, sino también rebeldía, acaso odio.
«Aquí está ocurriendo algo más grave de lo que me imaginaba —pensó—.


Hoy llega a Pseudoficciones la segunda novela de la serie "Wallander", cuya brillante apertura, Asesinos sin rostro, reseñamos aquí.

En Asesinos sin rostro conocíamos a Kurt Wallander, inspector de policía de la tranquila localidad de Ystad, al sur de Suecia. Veíamos a un hombre decadente, cuya existencia naufragaba a la deriva como consecuencia de sus fracasos emocionales, afectivos y personales. Aun así, el bueno de Kurt se enfrentaba, o más bien se aferraba para poder seguir de pie, a una profunda investigación por el misterioso y brutal asesinato de una inofensiva pareja de ancianos. Un caso oscuro y sórdido que hacía las delicias de cualquier lector mínimamente aficionado a la novela policíaca.

Así las cosas, este segundo "Wallander" transmite sensaciones claras ya en los primeros compases de su lectura. En primer lugar, un inmenso placer por reencontrarse con Wallander. Como ya señalábamos, nuestro inspector es un personaje trazado de manera formidabe: Mankell ha conseguido que padezcamos sus inquietudes, nos alegremos con sus avances en la investigación, sintamos rabia por sus frustraciones personales y que obviamente, lo echemos de menos hasta el punto de sabernos a gloria el primer café que compartimos con él en cada libro. En segundo lugar, Los perros de Riga emana una esencia de ambición. Se nota que Mankell ya domina a la perfección el universo que ha creado, y que tiene pensado algo grande para nosotros. Y en tercer lugar, vemos una mayor crudeza y sobriedad en el estilo, que interpretamos de manera muy positiva: Mankell ha evolucionado sus formas hacia un lenguaje más personal, seco y acorde al tono tétrico de su trama.

La novela comienza como lo hacía Asesinos sin rostro. Con un misterioso asesinato. En esta ocasión, el escenario es Mosby Stand, una inhóspita playa cercana a Ystad. Allí, una mujer que paseaba a su perro hace un macabro hallazgo: la corriente ha dejado en la playa un pequeño bote salvavidas con los cadáveres de dos hombres. Ambos han recibido sendos disparos en la frente, tienen los dedos machacados a golpes de martillo y alguien los vistió con trajes de lujo después de muertos. Además, su sangre está llena de anfetaminas y el barco posee una cuerda cortada, como de haber sido remolcado. Inquietante, ¿verdad?

El caso (como no) recae sobre el pobre Wallander, que se topará con una investigación complicada por la falta de pruebas y lo extraño de las circunstancias. Aunque poco a poco, y gracias a una llamada anónima, la investigación apuntará hacia un punto inéquivoco y extraño: Riga, la capital de la vecina Letonia. Y hacia allí tendrá que poner rumbo Wallander.

Si en Asesinos sin rostro alabábamos efusivamente la fórmula de Mankell de introducir una trama social como trasfondo de la investigación (la inmigración hacia los países nórdicos), en Los perros de Riga volvemos a maravillarnos y de nuevo a celebrar la ambición mostrada por el novelista sueco, quien nos sumergerá de lleno en el corazón de la Riga recién separada de la Unión Soviética, donde el futuro es incierto y las facciones partidarias de continuar bajo el amparo ruso disputan contra los grupos que miran hacia un futuro lejos del comunismo una macabra y cruel partida de ajedrez, que sorprenderá a Wallander en el centro del tablero. Así, nuestro protagonista se verá inmerso en una cultura extraña, donde varios pares de ojos lo vigilarán día y noche y nada será lo que parece.

En Riga respiraremos miseria, miedo y desconfianza. Recorreremos calles frías pobladas por una sociedad resentida y devastada; y Wallander pronto se dará cuenta de que su investigación está siendo manipulada para que descubra solamente aquello que satisface a ciertos intereses. Pero Kurt decidirá llegar hasta el final, consciente de que los perros de Riga acechan desde las sombras esperando a morder si traspasa ciertos límites.

En definitiva, estamos ante una novela magnífica, que supera en todo a su predecesora, lo que ya es mucho decir, y que profundiza en un tema interesantísimo como es la sociedad báltica tras la escisión de la URSS. Todo ello aderezado con un impresionante caso de asesinato... y un amor.

Una lectura obligatoria. Eso sí, se recomienda leer antes Asesinos sin rostro

Y vosotros, ¿habéis leído alguna saga que mejore con cada entrega?

¡Besos y abrazos!

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Asesinos sin rostro. Henning Mankell







La grava helada crujía bajo las ruedas. Kurt Wallander conducía detrás del coche patrulla. Pasaron la salida de Trunnerup y subieron las cuestas empinadas que llevaban a Lenarp. Se metieron por un estrecho camino rural, no más ancho que un tractor, por el que recorrieron un kilómetro. Dos granjas, una al lado de la otra, dos edificios alargados pintados de blanco y con jardines muy cuidados.
Un hombre mayor se acercó apresuradamente. Kurt Wallander vio que cojeaba, como si le doliera una rodilla.
Al salir del coche se dio cuenta de que se había levantado el viento. Puede que nevase, después de todo.
En cuanto vio al hombre supo que algo verdaderamente desagradable le esperaba. En aquellos ojos había un brillo de espanto que no podía ser fingido.
—Forcé la puerta —decía con tono febril una y otra vez—. Forcé la puerta porque tenía que verlo. Ella está a punto de morir, ella también.



Henning Mankell se ha convertido por méritos propios en el referente contemporáneo de la novela negra. En realidad, Mankell es un excelente dramaturgo, que consiguió sus primeros éxitos escribiendo obras de teatro de una calidad más que notable. Pero el sueco consiguió el reconocimiento mundial fuera del patio de butacas gracias a la serie de once novelas protagonizadas por el inspector de la policía de Ystad, Kurt Wallander. Hoy llega a Pseudoficciones la primera de la serie. El inicio del fenómeno Wallander: Asesinos sin rostro

La serie Wallander está de enhorabuena, pues está siendo reeditada por Tusquets en dos formatos: rústica y bolsillo. Personalmente me he decantado por la reedición de bolsillo; precio muy asequible y me encanta el detalle de poner una gran letra mayúscula en el lomo de cada volumen, de tal manera que al juntarlos en la librería todos los libros forman la palabra "Wallander". La serie está compuesta de las siguientes obras. Esperamos que todas puedan llegar a Pseudoficciones a corto plazo:

  1. Asesinos sin rostro (Mördare utan ansikte, 1991)
  2. Los perros de Riga (Hundarna i Riga, 1992)
  3. La leona blanca (Den vita lejoninnan, 1993)
  4. El hombre sonriente (Mannen som log, 1994)
  5. La falsa pista (Villospår, 1995)
  6. La quinta mujer (Den femte kvinnan, 1996)
  7. Pisando los talones (Steget efter, 1997)
  8. Cortafuegos (Brandvägg, 1998)
  9. La pirámide (Pyramiden, 1999; cuentos)
  10. El hombre inquieto (Den orolige mannen, 2009)
  11. Huesos en el jardín (Handen, 2013)


Hace poco comenté en el Blog La princesa de hielo, la primera obra de la serie ´Fjälbacka´de Camilla Lackberg, la escritora sueca que más éxito y difusión ha conseguido dentro del marco de la nueva novela negra europea. Afortunadamente leí a Camilla en primer lugar y su obra me pareció entretenida, decente. Hoy obviamente me lo sigue pareciendo, pero creo que meter a Lackberg y a Mankell en el mismo saco es cuanto menos osado, pues la literatura de Camilla palidece de inmediato ante la comparación con su compatriota Mankell. Juegan en ligas diferentes. Algo que se nota ya desde los primeros compases de Asesinos sin rostro. Una vez dicho esto abandonemos la comparación y centrémonos en la obra que tenemos entre manos.

El caso que plantea Mankell en esta novela se inicia una fría madrugada en Escania, la región más austral de Suecia. Dos granjas aisladas. Dos familias de ancianos vecinas de toda la vida y disfrutando de sus últimos años dejando que el tiempo se deslice entre vastos parajes naturales. Nyström, propietario de una de las dos granjas, percibe algo extraño en el siencio de la noche y decide asomarse a la casa de los Lövgren. Lo que encuentra allí lo dejará conmocionado para el resto de sus días. Toda la habitación de matrimonio está impregnada de sangre. Las cortinas, las lámparas, los muebles y la cama. En el suelo yacen Yohannes y Maria, sus apacibles vecinos, brutalmente torturados hasta la extenuación. Ambos parecen muertos, pero el viejo granjero se obliga a reaccionar al darse cuenta de que la boca de la mujer rezuma un hilo de aliento.

A partir de aquí se inicia una apasionante investigación en la que nada es lo que parece, como en cualquier buena novela negra que se precie. Hay que tener en cuanta que estamos en el año 1991, y que la policía no posee los adelantos de hoy día, por lo que asistiremos a una investigación completamente tradicional. Con más cuaderno que ordenador.

El caso recae sobre Kurt Wallander, inspector de la policía de Ystad, el pueblo más cercano a las granjas donde se ha cometido el crimen. Wallander de inmediato conquista al lector. Es un personaje magnífico, sublime, al que el caso sorprende en uno de los peores momentos de su vida. Además de haber sido abandonado recientemente por su mujer, algo que aún no ha superado, su hija Linda lo ha condenado al ostracismo sin motivo aparente; su padre, que se ha ganado la vida pintando y vendiendo siempre el mismo cuadro, está a las puertas de lo que parece ser una enfermedad senil, su coche arranca a duras penas y para colmo, bebe cada vez más, come de cualquier manera y está ganando peso a un ritmo alarmante.

Como vemos, el asesinato se ha producido en las peores circunstancias posibles para el bueno de Wallander. Pero la cosa irá más allá. Suecia vive en ese momento un clima de crispación por la creciente inmigración de paises del este y de oriente medio, lo que está generando tensiones entre los numerosos campos de refugiados que se están creando cerca de las fronteras y ciertos sectores conservadores de la sociedad sueca. En este contexto, Wallander sufrirá una importante complicación cuando Maria Lövgren, la mujer torturada y de la que todo el país está pendiente, pronuncie una sola palabra antes de morir: "extranjero".

Y aquí dejamos la trama para no revelar más, puesto que es la esencia de la novela negra.

Poco más queda por añadir. Que Mankell ha hecho un trabajo magnífico. Wallander es un personaje completamente real, eterno, que incita a seguir conociendo su historia personal en los siguientes volúmenes y que transcurre paralela a la investigación generando tanto interés como ésta. Cuando escribo esta reseña ya he leído las tres primeras novelas de la serie Wallander, y considero un acierto espléndido de Mankell incluir en cada una de ellas un trasfondo social, político o racial en el que se enmarca el crimen en cuestión. Eso lleva la literatura de Mankell de una simple novela de misterio a un testimonio de los problemas de su época. Como hemos dicho, Asesinos sin rostro nos ilustra acerca de las tensiones y los conflictos que emanan de la creciente inmigración hacia los países nórdicos. Sin duda, interesantísima novela, absolutamente recomendable para cualquier perfil de lector.

Y a vosotros, ¿qué novela os ha dado a conocer un problema social o político que os haya sorprendido?

¡Besos y abrazos!




Henning Mankell



lunes, 21 de julio de 2014

El mapa y el territorio. Michel Houellebecq



   

          Fue allí, al desplegar el mapa, a dos pasos de los bocadillos de pan de molde envueltos en celofán, donde tuvo su segunda gran revelación estética. Era un mapa sublime; Jed, alterado, empezó a temblar delante del expositor. Nunca había contemplado un objeto tan magnífico, tan rico de emociones y de sentido, como aquel mapa Michelin a escala 1/150.000 de la Creuse, Haute-Vienne. En él se mezclaban la esencia de la modernidad, de la percepción científica y técnica del mundo, con la esencia de la vida animal. El diseño era complejo y bello, de una claridad absoluta, y sólo utilizaba un código de colores restringido. Pero en cada una de las aldeas, de los pueblos representados de acuerdo con su importancia, se sentía la palpitación, el llamamiento de decenas de vidas humanas, de decenas o centenares de almas, unas destinadas a la condenación, otras a la vida eterna


         Michel Houellebecq (gracias Silvia por enseñarme a pronunciarlo sin romperme la lengua), es uno de esos tipos que camina por la vida sin dejar indiferente a nadie. O lo amas, o lo odias. Y por lo que veo, quienes lo odian son legión; al menos a tenor de lo que llevo leyendo sobre él desde que me ha empezado a interesar. Houellebecq lleva colgada la etiqueta de enfant terrible en Francia, y sobre su obra y milagros se han vertido ríos de tinta, especialmente escritos en francés, porque cada vez que este señor abre la boca da mucho que hablar. Houellebecq no se muerde la lengua, es polémico por naturaleza, crítico, ácido y muy inteligente. Una combinación explosiva (a la par que interesante). Por lo tanto, estamos ante una de esas personalidades complicadas que suelen aflorar en el mundo de las letras y que suelen tener bastantes cosas que decir. Comprobémoslo.

          Houellebecq se granjeó cierta notoriedad literaria con Las partículas elementales y especialmente con Plataforma, una polémica novela en la que atiza sin compasión a la sociedad moderna, canalizando su crítica a través de un tema capaz de herir ciertas sensibilidades como es el turismo sexual. Plataforma llevó a Houellebecq a ser señalado por la sociedad francesa, que salía ampliamente damnificada de las peripecias que se narran en la trama, por la crítica europea en general e incluso por el integrismo islámico. Por supuesto, algo que trajo sin cuidado al bueno de Michel.

          Pero el bombazo y el éxito definitivo llegó en 2010, cuando Houellebecq publica El mapa y el territorio, una novela de grandes pretensiones que obtuvo fama mundial al ser premiada con el Goncourt, el galardón más importante de las letras francesas, lo cual contribuyó a que la literatura de Houellebecq fuese traducida a más idiomas y distribuida en muchos más países.

          Estamos ante una obra de marcado carácter existencialista, que llega a recordar en ciertos pasajes al estilo de Albert Camus. Es una novela ácrata, pesimista, mordaz, reflexiva, narcisista y brillante. Un regalo para el intelecto, pues (en detrimento de la agilidad argumental, algo que podría disgustar bastante al lector moderno), Houellebecq desliza constantemente reflexiones y digresiones de todo tipo, introduciendo de este modo la figura del narrador novelista-ensayista-filósofo bastante prepotente y pedante en ciertos pasajes. Pero ya sabíamos dónde nos metíamos, ¿verdad?

          El mapa y el territorio nos muestra un mosaico de personajes que comparten un rasgo esencial: la soledad. Todos son personajes sombreados, tenues y con cierto halo pesimista que les confiere una ternura que roza la compasión por parte del lector. Conocemos a Jed Martin y damos un paseo por toda su existencia; un paseo que comienza una navidad con la avería de su calentador, en víspera de la cena anual con su padre, el único contacto familiar que posee Jed. Nuestro protagonista es licenciado en artes, donde consiguió menciones gracias a una serie de pinturas sobre los utensilios industriales que han facilitado la transición a la sociedad moderna e industrializada: desde el motor de gasolina hasta el abrelatas o el destornillador.

          Aun así, Jed Martin se encuentra artísticamente perdido. No ve un camino claro, y subsiste con cierta dignidad viviendo en un apartamento de París con la ruidosa compañía de su hipocondríaca caldera roja. Pero la revelación llegará una noche cuando Martin entra en una gasolinera a repostar y a comprar algo de beber. Y aquí es donde el protagonista pasa a convertirse en una ironía, en un fantoche que Houellebecq utiliza para satirizar la vacuidad del arte contemporáneo. Pues en la gasolinera, Jed comienza su exitosa carrera no como pintor, sino como fotógrafo, al quedarse absolutamente fascinado ante las posibilidades artísticas de los mapas Michelin. De este modo, las fotos que Jed hace a los mapas, y a las que aplica ciertos retoques con Photoshop, comienzan a venderse como rosquillas entre la clase media pujante parisina, hasta el punto de firmar un contrato con la propia Michelin para la distribución de las fotos a unos dos mil euros de media por unidad. La exposición que elevará a la Martin a los cielos llevará por título la premisa básica que lleva la obra como trasfondo: El mapa es más interesante que el territorio

          Tras el éxito de los mapas, Jed retomará la pintura, iniciando una serie de cuadros llamada "Oficios sencillos", donde cada cuadro (de grandes dimensiones) retrata a una persona real desempeñando su trabajo, mostrando así una representación del tejido productivo de nuestra sociedad y la configuración de las cadenas de producción humanas. La serie, pintada por Jed en un período de siete años, va desde Ferdinand Desroches, carnicero caballar a Bill Gates y Steve Jobs conversando sobre el futuro de la informática, pasando por Aymée, escort girl, Claude Vorilhon, gerente de un bar-estanco o Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte. Una vez iniciada la serie, un galerista ofrecerá a Jed exponer sus cuadros aprovechando su buen caché gracias a la serie "Mapas". Para ello, encargarán el texto a un escritor huraño y con necesidades económicas: Michel Houellebecq, a quien Jed Martin visitará en su deprimente casa irlandesa. Y es en la exposición cuando Jed pasará a convertirse en referencia del arte mundial, pues los mecenas más importantes del mundo pujarán por su tirada inicial de la serie "Oficios". Jed se convierte en famoso sin querer, prácticamente como lo hace todo. Y sin querer, su cuenta bancaria tras la exposición aumentará en unos veinte millones de euros; son los inicios de Jed Martin, el pintor de quien los futuros libros de arte dirán que fue quien plasmó en sus obras la historia de la producción moderna, creando un imperecedero reflejo de la identidad humana de un valor incalculable.

          Pero la historia dará un vuelco, un giro inesperado cuando un personaje será asesinado, virando la obra casi hacia la novela negra, con clímax incluido, donde asistiremos a la investigación del brutal asesinato con unos nuevos personajes entre los que destacará el solitario comisario Jasselin, un personaje magnífico. Todo un acierto narrativo de Houellebecq. Esta tercera parte, la del asesinato, supone un cambio de tercio radical en del desarrollo de la trama, y se nota que el autor está fuera de su elemento natural. Aun así, el conjunto de la obra resulta más que satisfactorio.

          En definitiva, El mapa y el territorio es una lectura desconcertante, que comienza sin un argumento sólido y concreto, pero que poco a poco va ganando muchísimo. Es cierto que en ciertos momentos Houellebecq resulta vanidoso y pedante, pero viendo la obra como un todo, he de reconocer que mi mente se ha sumido en numerosas divagaciones de provecho gracias a él. De mención también es cómo el autor nos sumerge en el mundo del arte a través de exposiciones, marchantes, galeristas y pintores; un mundo muy interesante, repleto de envidias, intereses y mentiras fruto de la cantidad de dinero que puede llegar a moverse.

          Houellebecq posee detractores y defensores. Todos ellos encontrarán argumentos de sobra en El mapa y el territorio que afiancen su postura.

          Y vosotros, ¿qué estáis leyendo este verano?


         ¡Besos y abrazos!



Michel Houellebecq




martes, 17 de junio de 2014

La princesa de hielo. Camilla Läckberg




La casa estaba desierta y vacía. El frío penetraba por todos los rincones. En la bañera se había formado una fina membrana de hielo. Y ella había empezado a adquirir un ligero tono azulado.
Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa. Una princesa de hielo.
El suelo sobre el que se sentaba estaba helado, pero el frío no le preocupaba. Extendió el brazo y la tocó.
La sangre de sus muñecas llevaba ya tiempo coagulada.
El amor que por ella sentía jamás había sido tan intenso. Le acarició el brazo como si acariciase el alma que había abandonado aquel cuerpo.
No se volvió a mirar cuando se marchó. Aquello no era un adiós. Era un hasta la vista.





No entiendo de vinos. Desconozco todo el estridente lenguaje de la enología, y en las contadas ocasiones que me tomo una copa de tinto, me rijo por un principio casi prehistórico: si el vino me gusta, es un buen vino. Si no me gusta, pues no lo es. Al menos para mí. Me dan igual las guías, las puntuaciones, el buqué, la entrada, la salida o los tonos madera y cereza.

De libros entiendo algo más. Forman parte de mi profesión, pero sobre todo de mi ocio. Leo e intento desgranar cada novela, cada poema o cada autor con un placer que roza la embriaguez. A base de leer y de estudiar, creo haber aprendido a diferenciar lo objetivamente bueno de lo malo, lo que está bien escrito de lo que no, los personajes bien trazados, los trucos del buen narrador, los engaños al lector. En definitiva, lo que García Márquez llamaba "la carpintería de la escritura". Bien, pues Camilla Läckberg me ha descuadrado varias cosas. Porque su estilo no es precisamente brillante, su trama tiene lagunas, sus personajes patinan en ciertos puntos, y sin embargo, no puedes dejar de leer. Caes enganchado sin remedio. Por lo tanto, cabría hacerse la misma pregunta que con el vino: ¿es La princesa de hielo un buen libro porque me gusta?

Läckberg se ha convertido en un fenómeno de masas gracias a su serie de libros ambientada en un pueblecito pesquero situado la costa oeste de Suecia llamado Fjällbacka, siendo La princesa de hielo su apertura, que inmediatamente catapultó a Läckberg al Olimpo de la literatura Bestseller.

La premisa inicial es muy interesante. Erica, una escritora de biografías, vuelve al pueblo de su infancia a hacerse cargo de la casa de sus padres, que han muerto recientemente en un accidente de coche. Coincidiendo con su vuelta, Alex, su gran amiga del colegio, aparece muerta en la bañera. El cadáver está congelado debido al frío invernal y con las venas cortadas. Todo apunta a un suicidio, pero pronto la trama dará su primer giro inesperado, y Erica se verá envuelta en una apasionante investigación, con muertes, intrigas familiares, traiciones, malos tratos, romances, reencuentros sorprendentes y despedidas trágicas, planteándose así un mosaico enorme de personajes que componen la comunidad de Fäjallbacka, donde pocas cosas son lo que parecen y donde un asesino campa a sus anchas ante la impotencia de la policía, que no se da cuenta de que la solución pasa por levantar la alfombra y sacar el sucio polvo del pasado.

Läckberg juega bastante al engaño, basando su estilo en presentar abiertamente la psicología de sus personajes; sus motivaciones, frustraciones o rencores, pero siempre se guarda una baza, un resquicio que no cuenta al lector para sacarlo a la palestra en uno de los muchos giros argumentales que tiene la novela, y que descolocan la posición que teníamos preconcebida de ese personaje dentro de la trama. Como hemos dicho más arriba, algunos giros son predecibles, pero en otros hay que reconocerle a Läckberg su buen hacer.

Como otro borrón en el desarrollo de la novela, me gustaría añadir que hay ciertos puntos en los que la autora deja un poco de lado la trama policial, claramente la más interesante (o por lo menos para mí), para introducir una trama amorosa algo anodina e infantil. Un tajo de veinte páginas le hubiera sentado de maravilla al libro.

Poco más queda por añadir. Un libro sencillo de leer, agradable para quien le guste la literatura como puro ocio. Yo lo he leído (más bien devorado) en el el autobús que me lleva al trabajo, y ha sido una lectura perfecta para el viaje; quizás también muy apropiada para los que busquéis entretenimiento literario veraniego.

Conclusión: hablando de arte, no existen las verdades absolutas. La lectura es una opción personal basada en nuestros gustos. Y para gustos, colores, que se suele decir.

¿Y vosotros, habéis caído alguna vez atrapados por una novela perteneciente a alguna moda Bestseller?

¡Besos y abrazos!


Camilla Läckberg



lunes, 9 de junio de 2014

Las brujas de Salem. Arthur Miller



PROCTOR. (Rompiendo la orden) ¡He dicho que fuera de aquí!
CHEEVER. Acaba de romper la orden del Vicegobernador
PROCTOR. ¡Maldito sea el Vicegobernador!¡Fuera de mi casa!
HALE. Proctor, Proctor, cálmese
PROCTOR. Y usted, márchese con ellos. No es un buen ministro de Dios
HALE. Proctor, si es inocente, el tribunal...
PROCTOR. ¡¿Cómo que "si es inocente"?!Le voy a decir lo que se pasea por Salem: la venganza está paseándose a sus anchas por este pueblo. Somos los que siempre hemos sido, pero ahora le hemos dado las llaves del reino a unas niñitas desquiciadas y la ley se está escribiendo con la letra de la venganza.
Pero no pienso entregar a mi esposa a esa venganza.
ELIZABETH. John, voy a ir con ellos.
PROCTOR. ¡Ni se te ocurra!
HERRICK. Tengo nueve hombres ahí fuera, John. No logrará impedirlo. La ley me obliga, John, no puedo hacer excepciones.
PROCTOR (a HALE, decidido a golpearle si hiciera falta) ¿Se va a quedar ahí mirando mientras se la llevan?
HALE. Proctor, el tribunal es justo.
PROCTOR. ¡Poncio Pilato! ¡Dios no le va a permitir lavarse las manos así como así!
ELIZABETH. John, creo que debo ir con ellos (No soporta la mirada) Mary, hay pan suficiente para mañana. Ayuda al señor Proctor como si fueses su hija...me lo debes, eso y mucho más (Hace lo posible por no llorar. A Proctor) Cuando los niños se despierten, no digas nada de brujería...se asustarían.
PROCTOR. Te traeré a casa. Muy pronto
ELIZABETH. Sí, John, por favor, tráeme pronto
PROCTOR. Voy a caer sobre este tribunal como si fuera una inundación. No tengas miedo, Elizabeth.
ELIZABETH (muy asustada) No tendré miedo (mira en derredor, como intentando fijarlo todo en su mente) Dile a los niños que he ido a visitar a alguien que está enfermo

(Sale por la puerta, con HERRICK y CHEEVER tras ella. Durante un instante, PROCTOR los contempla desde el umbral. Se escucha un sonido metálico de cadenas)




La relación del gobierno y de la sociedad estadounidenses con el comunismo resulta, cuanto menos, compleja y peculiar. El punto de partida lo situamos a finales del siglo XIX, cuando surgieron ciertos movimientos de izquierdas que se desviaban de los valores capitalistas que la sociedad americana daba por consolidados. Estos movimientos desembocaron en 1919, cuando, como resultado de una escisión del Partido Socialista, nace el Partido Comunista de los EEUU, que recibía con agrado los aires que soplaban desde la Rusia idealizada por la Revolución.

Ya en 1939, el pacto entre Alemania y Rusia previo a la Segunda Guerra Mundial, supuso un mazazo para el comunismo americano, hasta tal punto que el partido quedó disuelto. Aun así, la guerra crea extraños compañeros de cama, y la situación se revierte de modo que EEUU y Rusia deben cooperar durante el conflicto para derrotar a la Alemania Nazi. Pero, una vez finalizada la guerra, ambas partes deben afrontar el hecho de que pese a haber pertenecido al mismo bando, luchaban por razones distintas y su visión de cómo debía quedar configurado el mundo era completamente antitética: la Unión Soviética quería expandir su credo comunista, y EEUU, ante el fantasma de una nueva recesión, apostaba por la expansión del libre comercio y la eliminación de aranceles. Así llegamos a la creación de la OTAN y al famoso Telón de acero.

En 1947, George Kennan, un diplomático americano en Moscú, prende la mecha que da inicio a la histeria de los años 50, fundamental para entender Las brujas de Salem. En un informe, sostiene firmemente  que la Unión Soviética ha puesto en marcha planes para instaurar el comunismo en todo el mundo -EEUU incluidos- y que de no proceder con autoridad y vigilancia, la amenaza se tornaría en realidad. Así, los apoyos rusos a Corea del Norte o a la causa de Mao en China parecen corroborar estas teorías, que hacen que EEUU comience a recelar absolutamente de todo y a ver comunistas por todas partes.

La HUAC (comité de actividades antiamericanas) se convierte de inmediato en un puño asfixiante que alcanza cualquier rincón de la sociedad, iniciando una serie de investigaciones, interrogatorios y acusaciones en diversos colectivos tradicionalmente considerados "de izquierdas". Profesores universitarios, funcionarios públicos de cultura, artistas, y en especial, el mundo del teatro y la alta sociedad de Hollywood. En ella, prometiendo la destrucción de las carreras de aquellos que se negasen a cooperar con la causa anticomunista, merced a la publicación de listas negras, la HUAC sembró el terror en su búsqueda de comunistas. Orson Welles, Beltor Bretch o Cary Grant fueron algunos nombres que desfilaron ante el tribunal. Pero hubo cientos. Especialmente dramático resulta el caso de Philip Loeb, quien fue condenado al ostracismo laboral tras su comparecencia y se suicidó en 1955 a consecuencia de la depresión que le causó la pérdida de su estatus social y laboral.

De todos los demagogos que quisieron alcanzar notoriedad pública con la caza de comunistas, Joseph McCarthy es sin duda el que ha pasado a la historia como el más cruel y perseverante.

Arthur Miller era por aquel entonces un importante dramaturgo y un distinguido intelectual de izquierdas, a quien dejaron una profunda huella las presiones sufridas en los interrogatorios de la HUAC, tras los cuales comenzó a planear su particular redención. Y aquí es donde nace mi más profunda admiración por Miller. Se vengó de la HUAC de la mejor forma posible. Dándole la mayor de las lecciones. Recordándole, tanto a ella como al mundo entero, que la barbarie humana, cuando la creemos derrotada, está agazapada en un rincón oscuro, esperando a que llegue otra vez un nuevo ciclo. Arthur Miller sabía que la HUAC desaparecería llegado el momento. Que McCarthy moriría, y que él mismo moriría. Que las palabras, las presiones y las coacciones las arrastraría el aire de los tiempos hacia el negro olvido. Por eso se vengó a través de un medio eterno e imperecedero. Porque Miller sabía que mientras haya un lector que abra su libro, sea cual sea la época en la que esto ocurra, un pellizquito de su venganza y de su legado sería vertido al mundo. Y así, Arthur Miller dejó como redención una maravilla literaria: Las brujas de Salem

Tenemos aquí que entender el doble contexto de la obra. Miller no podía hablar expresamente de comunismo, ni de todo lo que estaba ocurriendo bajo la tenebrosa sombra de McCarthy, por lo que decidió escribir una obra de teatro basada en los siniestros hechos ocurridos en Salem, Massachussets, en 1692, en la colonia puritana más grande del Nuevo Mundo, demostrando así que la ignorancia y la represión injusta de las libertades humanas siempre vuelven a la palestra, independientemente del siglo hacia el que miremos. Estos sucesos guardan una similitud inquietante con el "Macartismo", hasta el punto que a la etapa de búsqueda de comunistas, por analogía con los sucesos de Salem se le terminó llamando la caza de brujas, una expresión que ha extendido su significado a cualquier proceso en el que se acuse personas sin la existencia de pruebas fehacientes y con preguntas dirigidas a buscar una declaración específica.

Los puritanos fueron la primera comunidad inglesa que emigró a América, estableciéndose en comunidades medianas en la costa este. Su ética protestante se basaba en el trabajo duro, la austeridad económica y en el respeto máximo hacia la Iglesia y la institución familiar. Los valores religiosos y la rectitud moral estaban por encima de todo, lo que cristalizó en una férrea autocracia. Para ser justos, quizás esta perseverancia fue la que les hizo sobrevivir en un medio tan hostil, pero poco a poco, cuando todo se hubo asentado y las amenazas ya no eran tales, la gente comenzó a querer vivir de una forma algo más relajada. Ni que decir tiene que estos inicios de laxitud moral no pudieron sentar peor en las autoridades de las colonias, que desesperadamente buscaban algún recurso para volver a tomar las riendas del camino recto.

Y mira por dónde, Satanás les dio la solución. Comienzan aquí los hechos contados por Miller en la obra: Betty, la hija del reverendo Parris, el pastor de Salem, yace inconsciente y delirante en la cama tras ser sorprendida bailando con un par de amigas en el bosque, en lo que parece ser una ceremonia sospechosa. Para colmo, el supuesto rito ha sido oficiado por Tituba, la criada del reverendo; una negra que proviene de Barbados, una región con fama de satánica entre la comunidad de Salem por sus relaciones con los ritos Vudú. Pronto se dan cuenta de que todas las niñas que participaron están en estado catatónico, por lo que el fervor religioso les lleva a pensar que Satanás está haciendo de las suyas en Salem. Y nada menos que en casa del mismísimo reverendo. Y esto es algo que no van a permitir.

Pero lo que ocurría en realidad era que se trataba de una simple chiquillada. Las adolescentes no sabían cómo explicar que habían hecho una fiesta en el bosque en la que Tituba les enseñaba algunos rituales de su cultura, y deciden emprender una huida hacia adelante, saliendo de su letargo y acusando de brujería a la criada, dando así el pequeño aleteo de mariposa que generará el huracán de irracionalidad y violencia que vivió la comunidad de Salem en 1692.

Porque las acusaciones se extendieron como el fuego entre ramas secas: muchos ciudadanos aprovecharon la coyuntura para acusar de brujería a personas contra las que tenían pleitos personales por tierras o deudas; hubo mujeres que acusaron a las amantes de sus maridos y otras familias que recibieron una acusación por simple envidia o animadversión. Todo Salem se convirtió en un gran juicio con centenares de acusados, la mayoría mujeres, pero también algunos de sus maridos. Y aquí cabe mencionar al protagonista de la historia. A John Proctor.

Proctor es un personaje trazado por Miller de forma magistral, que simboliza la cordura ante la vorágine acusatoria e inquisitiva del tribunal de brujas (léase también del tribunal anticomunista). Proctor no comprende nada, no cree en brujas ni en fantasmas y en todo momento intenta hacer ver al pueblo el grandísimo error que se está cometiendo. Pero Proctor también tiene dobleces y rincones oscuros, en lo que me ha parecido un gran acierto por parte de Miller, que dota al personaje "bueno" de una humanidad desgarradora. Y es que, Abigail, su amante, es el miembro principal del jurado. Ella es quien determinará los designios de multitud de almas que aguardan en la prisión, con los oídos tapados porque ya escuchan la hoguera crepitando.

Hay que tener muy en cuenta que en la comunidad puritana el mayor de los pecados era la mentira, y ello era algo que llevaban grabado a fuego en su personalidad todos los habitantes de Salem, la mayoría incapaces de decir mentiras. En muchas ocasiones los jueces ofrecían confesar el delito de brujería a cambio del indulto, pero ¿por qué decir una mentira, si en realidad no han cometido brujería? ¿para salvar su vida, pero condenar su alma? ¿no les enseñó Dios acaso que mentir significa la condenación?

En el aspecto formal, el estilo de Miller es impecable. Desde el comienzo de la obra podemos percibir que estamos ante un dramaturgo que conoce su oficio y que lo desempeña de manera magistral. Es un estilo sintético, donde cada palabra cuenta. En todo momento sabemos que cada frase, cada gesto, esconde un significado más o menos explícito. Descifrar cada situación es un reto y a la vez un inmenso placer. Pero lo que me ha parecido realmente sublime ha sido la manera de terminar cada acto: con situaciones de un dramatismo lírico estremecedor, que representadas en escena deben de ser sobrecogedoras.

El final de la historia (¿o histeria?) lo dejo en el aire, pues contiene unas cuantas sorpresas deliciosas desde el punto de vista del lector. Por lo que, a modo de conclusión, diremos que Las brujas de Salem sublima una de las funciones primarias de la literatura, como es la de crear memoria histórica y denunciar la barbarie humana. He leído la obra tres veces seguidas a causa del gran impacto que me ha causado, y estoy seguro de que la leeré muchas veces más. He sufrido, he disfrutado, me he indignado y he perdido el aliento. Pero sobre todo, he aprendido. ¿Alguien da mas?

Y vosotros, ¿soléis leer teatro? ¿qué obra de teatro os ha calado más?

¡Besos y abrazos!


Arthur Miller


jueves, 8 de mayo de 2014

El silencio de los corderos. Thomas Harris



      -¿Una de esas revistas no le ofreció a Lecter cincuenta mil dólares por sus recetas de carne humana? Creo recordar algo de eso -replicó Starling.
Crawford asintió.
       -Starling, escúcheme con toda atención. ¿Me está escuchando?
       -Sí, señor.
Tenga mucho cuidado con Aníbal Lecter. El Doctor Chilton, el director del hospital, le explicará el procedimiento para tratar con él. Siga esas normas al pie de la letra. No se aparte ni un ápice de ellas por ningún motivo. Si Lecter decide hablar, tratará de averiguar todo lo posible sobre usted. Le mueve esa curiosidad que introduce a la serpiente a espiar el nido de un pájaro. No revele nada concreto sobre usted. Ya sabe lo que le hizo a Will Graham.
      -Me enteré por la prensa de lo que sucedió
      -Cuando Will se puso a su alcance, se abalanzó sobre él y lo espanzurró con un cuchillo de linóleo. Le ha quedado una cara que parece un dibujo de Picasso. Y en el psiquiátrico despedazó a una enfermera a dentelladas. Haga su trabajo, pero no olvide ni un instante lo que es ese hombre.
      -¿Y qué es? ¿Lo sabe usted?
      - Solo sé que es un monstruo. Aparte de eso, nadie puede asegurar nada más.





Todo lector necesita de vez en cuando un libro de esos que arrastran como una violenta corriente de agua. Y así es  El silencio de los corderos: frenético. Un río bravo, revuelto de acontecimientos que no da ni un segundo de respiro. Ni un solo descanso. Poco a poco, página a página, la turbulenta historia de la agente Starling se precipita entre las piedras hacia un inevitable remolino ingeniado por el doctor Lecter, por su borroso pasado, y quizás por el mundo en general. Y el lector desciende con ella, la acompaña en su caída incapaz de soltarle la mano. Solamente por comprobar si al otro lado del abismo, bajo el precipicio, finalmente los corderos han dejado de chillar.

Es un hecho notorio que cada ciclo literario requiere inevitablemente poseer sus propios monstruos, que trascienden lo literario y pasan a incorporarse de inmediato al imaginario colectivo de su época. Desde los primitivos Escila y Caribdis ideados por Homero, pasando por los Drácula, Frankenstein o el arcano Chthulu de la tradición gótica, podemos recorrer una senda de seres aterradores incrustados en todas las culturas que va renovándose y actualizándose; es el sino de la ficción. Crear héroes y crear monstruos. Luz y oscuridad, como la vida misma. Esta tradición sería la que hoy día recogerían autores como Stephen King, con su Carrie, su hotel Overlook bañado en sangre y en especial, con It y su aterrador Pennywise. O el que hoy nos ocupa, Thomas Harris, un escritor muy poco prolífico al que le ha bastado apenas con un par de obras para regalarnos a un mito del terror contemporáneo: el doctor Aníbal Lecter.

El silencio de los corderos es una obra marcada irremediablemente por su exitosa adaptación al cine; pero resulta que no la he visto (típica cosa que lleva uno pendiente de hacer veinte años), por lo que mi lectura no se ha visto "contaminada" por la oscarizada cinta.

La novela nos cuenta la historia de Clarice Starling, una estudiante de la academia del FBI que se está especializando en la cuestionada sección de Ciencias del Comportamiento. Una mañana, Starling recibe la visita de uno de los peces gordos del FBI, Crawford, y desde ese día, su vida no volverá a ser la misma. Crawford tiene un encargo muy especial para la inexperta Starling: redactar un informe sobre un preso incómodo y controvertido, famoso en toda norteamérica por haber practicado el canibalismo y que se niega a hablar con nadie: el psiquiatra Aníbal Lecter, quien permanece recluido en un penal de Baltimore bajo una seguridad extrema. Cualquier libertad de acción, cualquier concesión, por mínima que sea, suele acabar en una salvaje agresión a sus médicos o cuidadores.

Pero lo interesante no es solamente que Lecter decida hablar con Starling. Si no que comienza a deslizarle ciertas pistas fiables sobre el mayor quebradero de cabeza de la policía: un asesino en serie, bautizado por la prensa como Buffalo Bill que tira a sus víctimas desolladas a distintos ríos del país. Aunque esta información no será gratuita, ya que a cambio Starling debe contarle a Lecter información sobre ciertos momentos traumáticos de su pasado, en los que Lecter hurgará con la sutilidad de la carcoma. Despacio, con constancia y creando daños a priori indetectables. Todo se precipitará cuando Buffalo Bill secuestra a la hija de una prestigiosa senadora y el misterio del asesino y la vida de la joven dependan de las habilidades de Starling.

En ningún momento podemos llegar a saber qué patología padece Lecter. Su psicopatía y sociopatía están claras, pero Harris ha creado una personalidad única, que nos hace leer sus pasajes con auténtica tensión. Es macabro, rápido, letal y de una inteligencia prodigiosa. Al final, sobre Lecter asaltan ciertas dudas: ¿es su enorme destreza y facilidad para matar placer? ¿es vicio? ¿o es un mero instrumento para hacer del mundo, de su visión del mundo, un lugar mejor?

La novela, bajo ese frenesí narrativo, trata diversos temas aparte de la presentación ofical del psicokiller moderno. En especial, El silencio de los corderos nos habla de redención y de cambio. O de cómo alcanzar la redención mediante el cambio. Bajo estos temas se vuelcan las ansiedades de Starling por su oscura infancia, la obsesión de Buffalo Bill por convertirse en mujer a toda costa, o para hacerle justicia a un gran acierto narrativo de Harris, por convertirse en su madre, una malograda modelo que terminó drogada y rodando pornografía. Vemos a Crawford, el gran jefe, austero y profesional, obsesionado por detener a Buffalo Bill mientras su mujer, en coma irreversible, agoniza postrada en una cama. El cambio lo podemos ver simbolizado en la crisálida que aparece en las garganta de todas las chicas asesinadas, el paradigma de la metamorfosis en la naturaleza simbólica.

A modo de conclusión, diremos que El silencio de los corderos es una obra directa, clara (parece casi un guión de cine), que nos mantiene en vilo durante toda su lectura, generando picos de gran tensión narrativa, y que, como hemos señalado más arriba, nos permite ser testigos de uno de los mitos de la ficción moderna como es Aníbal Lecter. No os la perdáis.

Hoy, pregunta obligada: ¿Cuál es vuestra novela (o personaje) de terror favorita?

¡Besos y abrazos!





martes, 28 de enero de 2014

Los huesos del invierno. Daniel Woodrell



               Llegaron con la noche y dieron tres grandes golpes en la puerta. La puerta tembló y el estruendo se oyó en toda la casa. Ree miró por una ventana y vio a tres mujeres parecidas, pechugonas y carrilludas, con abrigos largos de colores distintos y botas de goma. Antes de abrir cogió la escopeta.
Apuntó el cañón doble a la mujer de Puños, Merab, pero no dijo nada. El arma en las manos era como un rayo sin descargar, y temblaba.
Merab dijo:
           - Ven con nosotras, niña...Vamos a arreglar tu problema. -Llevaba las manos en los bolsillos y el pelo apartado de la cara, formando una imponente ola blanca que apenas se movía con la brisa-. Deja eso ahí. No seas tonta, niña.
            - En estos momentos lo único que quiero es hacerte un agujero en esas tripas asquerosas.
           -Ya lo sé. Por eso te apellidas Dolly. Pero no lo harás. Deja esa escopeta ahí y vente con mis hermanas y conmigo.


Hay novelas de tal crudeza y salvajismo, que atrapan la mente y las entrañas del lector desde la primera hasta la última palabra. Nos secuestran interiormente, e incluso se resisten a soltarnos hasta bastante tiempo después de haber finalizado su lectura. Si es que lo hacen alguna vez. Pues bien, hasta ahora, mi paradigma de este tipo de lectura cruenta y asalvajada era la inigualable Sukkwan Island, pero Los huesos del invierno acaba de llevarse la palma, y con creces. Porque aviso: estamos ante una novela magistral, sublime, literariamente descomunal. Pero vayamos por partes que me emociono.

Poco sabemos en nuestro país de Daniel Woodrell. No figura en ninguna lista de Babelia ni Fnac, y  sus novelas no están a la vista en las tiendas. Son de las que hay que dejarse la vista en los lomos de los libros esperando a que les apetezca llamarnos la atención, o incluso de ir buscándolas, es probable que el librero tenga que mandárnosla pedir. Y sin embargo, Woodrell es un enorme escritor. Extraordinario y coherente, calificado por el maestro Dennis Lehane como el "más importante de los escritores menos conocidos de Estados Unidos". De hecho, se ha acuñado un género literario solamente para clasificar sus obras. Es el Country Noir. Muy gráfico.

Los huesos del invierno es, de todos los libros que he leído, el que mejor transmite el frío. Ya desde que echamos la primera mirada hacia su descorazonadora portada, la temperatura baja hasta situarse en el umbral de una aterida inquietud; la nieve está presente en cada una de las páginas incluso de manera implícita. Aunque el narrador no la nombre, nuestra mente la pondrá en los tejados, arcenes y árboles. Helaremos arroyos y lagos sin que Woodrell nos diga que lo están.

En esta obra hay algo mucho más importante que su argumento, que es el entorno en el que transcurre. Todos entendemos más o menos la expresión "América profunda" como lo referente a los cuadros de costumbres de la ruralidad estadounidense. Pues bien, decir que Los huesos del invierno transcurre en la América profunda es quedarse muy corto. Expresado en esta nomenclatura, tendríamos que acuñar como poco el término "América abisal". Woodrell nos pasea por una comarca helada donde la pobreza es extrema en todos los sentidos, de tal modo que la única supervivencia está en la droga. Marihuana los adolescentes, metanfetamina lo más usual entre las familias. Cocinada en el garaje o en cualquier caravana aparcada en un páramo; así, los seres que habitan este relato, esta soterrada sociedad, son la correlación al mundo moderno de lo que fueron sus antepasados con la ley seca, quienes destilaban en sus graneros licores casi de cualquier cosa que no fuese venenosa. Viajamos a la América de los paletos, las relaciones incestuosas, los malos tratos, las violaciones y el tiro en la nuca y manos cortadas al chivato. Es una sociedad atrasada y marginal, anclada en luchas absurdas entre clanes, transpirando una crudeza atávica donde de cuando en cuando alguien aparece tirado en un arcén. Sin preguntas. Solo el amortiguado sonido de la nieve al caer y la turbulencia del olvido.

Argumentalmente, Los huesos del invierno nos cuenta la historia de Ree, una muchacha de dieciséis años que vive en las montañas de Orzark, el más profundo, gélido y siniestro arrabal del estado de Misuri. La situación de Ree se nos presenta al límite. Debe cuidar de sus dos hermanos preadolescentes que comienzan a desviarse del camino y de su madre, enferma mental y postrada en una mecedora mirando al infinito mientras inunda el jersey de baba. Pero el problema es Jessup, su padre. Un cocinero de metanfetamina que frecuenta las peores compañías posibles, exconvicto y en libertad condicional, que ha desaparecido, y de no presentarse en el juzgado en el plazo de un mes, Ree perderá la casa. Lo único que tiene. Así que antes de tener que llevarse a su madre y a los niños a una cueva, Ree, una auténtica niña, comienza su peregrinaje escopeta en mano por toda la región en busca de su padre, que le llevará a llamar a puertas tras las que le aguarda la sordidez hecha carne, oliendo a bourbon y a cocaína. Ree, donde espera encontrar respuestas hallará únicamente desprecio, voces, malas miradas y hasta bofetones. El tiempo juega en su contra y nadie sabe nada de Jessup. Hasta que una noche recibe una pista y comienza a tirar de un siniestro hilo.

Ree es uno de esos personajes que rozan la perfección. Que son personas tangibles. Es una heroína, que nos da una lección de supervivencia y dignidad de principio a fin. Inquebrantable, luchadora, bíblica; podría ser perfectamente extraída de la épica griega, que mostraba héroes altivos, superiores a todos aquellos que les rodeaban. Ree marca al lector y su historia provoca verdadera inquietud y sufrimiento. Es una Ulises moderna, obstinada por luchar contra todo aquello que le sale al paso en su odisea, sabedora de su heroico destino. Obsesionada por triunfar, por ver cómo sus hermanos crecen siendo buenas personas, negando lo que el entorno obligatoriamente les depara. Obsesionada porque su madre pueda seguir mirando por la ventana un día más. Pero agarrada a una tela de araña a punto de partirse. Tras haber concluido la lectura de su historia, de su búsqueda desesperada, Ree ha reforzado mi fe en el poder de la creación narrativa.

En conclusión, me gustaría señalar que aunque el cine le hizo un favor a nuestra novela no ha sido suficiente. El largometraje Los huesos del invierno sorprendió a todo el mundo ganando el Festival de Sundance y recibiendo cuatro nominaciones a los Oscars de 2011. Pero esta novela se merece muchísimo más que eso. Es una obra maestra que hace saltar una esquirla en el corazón del lector. Una esquirla que se pierde para siempre.

Os dejo el trailer de la peli, no tiene muy buena calidad pero no he encontrado otro:




Y vosotros, ¿qué adaptación cinematográfica habéis considerado digna del libro en cuestión? aunque también vale al contrario ¿qué película basada en un libro creéis que lo ha deshonrado vilmente?


¡Besos y abrazos!

Daniel Woodrell



lunes, 20 de enero de 2014

Estudio en escarlata. Arthur Conan Doyle


               "Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame, llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles"

Arthur Conan Doyle pertenece a ese grupo de autores de biografía azarosa que llegaron a ser escritores casi por casualidad, siendo la literatura una faceta más de su vida entre muchas otras. Doyle fue jugador de rugby, portero profesional de fútbol, propagandista militar, golfista, espiritista, boxeador, medium y oftalmólogo; además de articulista, crítico literario y cronista de guerra, cuyos trabajos para el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial le granjearon el título de Caballero del Imperio o "Sir". Su afición por las intrigas policiales, la herencia dejada por E.A Poe y su gran capacidad de inventiva le llevaron a crear a Sherlock Holmes durante la etapa en la que regentó la clínica oftalmológica, donde, en palabras de Doyle, "ningún paciente entró jamás".

Resulta especialmente interesante la relación que Doyle mantuvo con su propio personaje. Sherlock saltó  la fama relativamente pronto, y sus aventuras se seguían y se esperaban con avidez en la Inglaterra contemporánea a Doyle, anticipando la leyenda en la que llegaría a convertirse. El icono que es hoy día. Un personaje querido y admirado por todos, menos por su autor, que jamás le tuvo aprecio y al que estuvo constantemente tentado de asesinar a tenor de lo publicado en sus cartas y memorias. "A la gente no le va a gustar", le decía su madre. Y no le faltaba razón a la anciana señora Doyle, pues el bueno de Sir Arthur tuvo que escribir La casa vacía a raíz del ingente volumen de súplicas, insultos y amenazas de toda índole que recibió tras su mítico relato El problema final.

Estudio en escarlata da inicio al fenómeno literario que se conoce en narratología como "canon holmesiano", es decir, al conjunto de obras de Sherlock Holmes escritas por Doyle. El término canon se emplea para separar este bloque de obras de la masiva producción de relatos, novelas, películas o series que se han acometido con posterioridad al canon y a raíz de este.

Argumentalmente, se nos presenta a un joven Watson buscando casa tras llegar herido del Afganistán (en guerra perpetua por lo visto) y a un todavía inexperto Holmes hastiado de colaborar con la policía en casos absurdos de infatil resolución. Tras acordar vivir juntos gracias a un amigo común, pronto llegará el retorcido caso que Holmes tanto ansia y que permitirá a Watson maravillarse ante las dotes intelectuales de su compañero de habitaciones e iniciar la redación de sus aventuras, en el que profundizaré más bien poco para no destripar nada del apasionante desarrollo. Un muchacho ha sido asesinado en una casa vacía y cerrada de las afueras de Londres. Como únicas pistas, tarjetas de visita con su nombre y su procedencia (Cleveland, EEUU), salpicaduras de sangre que no es suya, un anillo de compromiso y la palabra Rache escrita con sangre en la pared. Partiendo de este inicio in media res, Holmes emprenderá su juego de deducciones, telegramas, espías a sueldo en cada esquina de Londres, disfraces y viajes en carro por nebulosas callejas empedradas. Pesquisas que tomarán la ruta correcta, diametralmente opuesta a la del voluntarioso pero incompetente inspector Lestrade y que le llevarán desde los bajos fondos victorianos al mismísimo corazón de los fundadores mormones de Utah. Apasionante.

Así, Holmes lleva a una atractiva cumbre el pensamiento lógico, basado en la inducción y en la deducción, principios que ya enunciaba Aristóteles hace dos mil trescientos años y que ciertamente son espectaculares en las narraciones de Doyle, pero que desprovistos de toda la pompa literaria y en menor medida, serían completamente aplicables, como vemos en la Poética aristotélica, a todos los ámbitos de la vida cotidiana y de la sociedad.

El estilo de la obra es de muy poca relevancia tanto en esta como en todas las narraciones del canon holmesiano. Una prosa al servicio del argumento, sobria y magistralmente adjetivada para hacer frente a las numerosas descripciones de ambientes, escenarios de crímenes, personajes y cadáveres, fundamentales para el planteamiento de la trama detectivesca. Una trama en donde Sherlock Holmes simboliza el necesario orden dentro del caos, la luz en la oscuridad de la crudeza de un mundo criminal y moralmente deshumanizado, donde quienes deben garantizar el cumplimiento de las normas son poco más que simios con traje y corbata. Muy vigente, como vemos.

Y a vosotros, ¿con qué relato o novela policiaca habéis disfrutado especialmente?

¡Besos y abrazos!




martes, 14 de enero de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color. Haruki Murakami





En ese momento, por fin lo captó todo. En lo más profundo de sí mismo, Tsukuru Tazaki lo comprendió: los corazones humanos no se unen tan solo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre,no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida. Esos son los cimientos de la verdadera armonía.


Empecemos con una obviedad: Murakami es Murakami. Con todo lo que ello implica. Cualquiera que haya leído al menos una obra suya entenderá lo que quiero decir. Para aquellos que aún no se han atrevido con él, diremos que Haruki Murakami es uno de los gigantes literarios de los inicios del siglo XXI. Japonés, pausado, literariamente elegante, amante del jazz y muy, muy inteligente, Murakami está hoy día en boca de toda aquella persona mínimamente interesada en el mundo literario. Es "ese del que todo el mundo habla". Pero cuidado. Pues Murakami no es una moda pasajera al estilo de algunos nórdicos que escriben novela negra inverosímil, del semiporno del látigo y las esposas o de crepúsculos vampíricos. No es un boom. Murakami es un grande con todas las letras.

He de reconocer que cada vez que voy a empezar con "un Murakami" lo hago con una ilusión y unas ganas especiales, lo cual hace que mi recepción hacia el libro esté condicionada y carezca de la poca objetividad que pueda quedar en un lector trabajado. Pero es que Murakami me encanta, y no puedo remediarlo. De hecho, no lo hago.

Argumentalmente, Los años de peregrinación del chico sin color cuenta la historia de Tsukuru Tazaki, más concretamente de los períodos oscuros de su vida, a los que el relato irá poco a poco arrojando claridad como un flexo guiado por la mano del narrador. Tsukuru es un personaje, valga la expresión, "muy Murakami". Varón solitario y reflexivo, que rezuma una melancolía casi tangible y que vivió ciertos hechos en su juventud que han marcado su relación con los demás, tal como vimos en Tokio Blues o  en Baila, Baila, Baila, las dos mejores obras del japonés en mi opinión.

Tsukuru se dedica a la construcción de estaciones de tren para una empresa en Tokio, vive solo en un pequeño apartamento y baraja la idea de suicidarse. Su vida se encuentra a la deriva: no se alimenta apenas, no duerme más de un rato cada noche y no se relaciona con gente. Todo por un hecho concreto que ocurrió en su pasado, cuando estaba en el instituto, en Nagoya. Allí, Tsukuru formó junto a otros cuatro adolescentes una pandilla de inseparables, un grupo de amigos cohesionado hasta el extremo. No hacían nada apenas por separado, y pensaban prácticamente los cinco como uno solo. Tres chicos, dos chicas. Todos ellos, con el nombre de un color en su apellido (en japones los colores se dicen con pequeñas sílabas), menos Tsukuru. Todos ellos, con una personalidad marcada y bien definida como las demás, menos Tsukuru. O eso al menos piensa él. Y un buen día, de repente, con la brusca suavidad con la que una afilada hoz siega un pequeño tallo de trigo, los cuatro dieron de lado a Tsukuru para no volverle a hablar nunca más. Sin explicaciones, sin motivos.

Y esto es lo que lleva a nuestro protagonista a la deriva. Casi a la locura. Solo que dieciséis años después, en la época en la que transcurre el relato, Tsukuru, el chico sin color, decidirá ir en busca de respuestas antes de precipitarse al abismo definitivo, y emprenderá un viaje que lo llevará a los más remotos rincones del alma humana. Ah, y a Finlandia.

En lo referente al estilo, Murakami nos ilustra con todo su repertorio. Una prosa adornada lo justo, con metáforas muy bellas y donde podemos encontrar una frase lapidaria, de esas que invitan a una reflexión serena, prácticamente en cada página. Murakami narra como nadie la vida cotidiana de sus protagonistas: sus almuerzos, sus cafés, la música que se ponen en la radio y hasta sus duchas o sus viajes al trabajo. Esto, que llevado a cabo de cualquier otro modo podría resultar cansino o prescindible, en Murakami es puro disfrute y una de sus grandes virtudes y marcas de estilo.

También hay que señalar que dos de los supuestos defectos que más se le echan en cara a Murakami no aparecen en esta novela: un exceso de surrealismo y un exagerado volumen de páginas para la magra historia que se cuenta. Con respecto al primero, para mí no es algo malo; al revés. He pasado grandes momentos con los pasajes surrealistas de Murakami (ese hombre carnero) y en lo referente a la extensión, sí es cierto que obras como 1Q84 pueden hacerse algo lentas en ciertos momentos. Nada que ver con  Los años de peregrinación, que es un auténtico paseo para el lector y que se despacha en un par de ratos, por lo que podría ser un buen candidato para aquellos que se quieran iniciar en Murakami.

A través de Tsukuru y su peregrinación, Murakami plantea numerosos temas esenciales, entre los que resultan especialmente interesantes los relativos al binomio individuo-colectividad, y a como pueden interferir y condicionarse mutuamente: ¿necesitamos de la realización social para obtener la realización individual? ¿tan determinante es la integración en la masa para conseguir la paz individual? son algunas de las cuestiones que el japonés infiere en el argumento de su novela y que invitan sin duda a la reflexión, recordando en este sentido al grandioso Elías Canetti.

A modo de conclusión, solo queda decir que la que hoy nos ocupa es una gran novela, que invito a leer tanto a  aquellos lectores que quieran empezar con Murakami como a aquellos que ya han leído algunas de sus obras. Es un libro ligero, que se lee rápido y con un alto nivel de adicción. Magistral, como siempre.

Hoy, pregunta obligada... ¿Qué libro (o libros) no habéis podido soltar hasta haberlo terminado?

Besos y abrazos.