martes, 26 de noviembre de 2013

La Carretera. Cormac McCarthy





 "Vadeó por los campos nevados. La nieve honda y gris. Había ya una capa reciente de ceniza. Consiguió avanzar unos cuantos pasos más y luego se volvió para mirar atrás. El chico había caído. Dejó las mantas y el plástico que llevaba sobre el brazo y fue a recogerlo. El chico ya estaba tiritando. Lo levantó y lo estrechó contra su pecho. Lo siento, dijo. Lo siento."


La Carretera es uno de esos libros de fascinante atemporalidad. Un libro que deja el cuerpo helado tras su lectura, y que consigue en doscientas escasas páginas lo que muchos escritores han ansiado sin éxito a lo largo de la historia de la literatura universal: dejar un poso en la mente del lector. Un pequeño trozo de hielo ártico que nunca llegará a derretirse.

Argumentalmente, La Carretera plantea una premisa muy sencilla. Un padre y un hijo recorren una carretera interestatal de Estados Unidos en dirección sur. ¿El problema? Que el mundo no existe tal y como lo conocemos. Los campos están agostados, las ciudades deshabitadas y saqueadas una y otra vez a manos de los escasos supervivientes que aún consiguen vivir bajo la nube de polvo y cenizas que es ahora el cielo. La ceniza llega a atosigar al lector, llegando a ser un ente inmenso que cubre cada centímetro de la narración. Así pues,  los personajes tosen, se manchan, se tiznan y amanecen cada mañana semienterrados por una pastosa capa de la omnipresente ceniza. En ningún momento conocemos la causa de la devastación de la civilización; un mundo ruin y necesariamente maniqueo que solo distingue buenos y malos, plagado de criaturas raquíticas que antes fueron personas, desesperadas por comer antes de morir de inanición, y recurriendo al canibalismo cuando es necesario. 
Resulta inquietante lo convincente que resulta el planteamiento de McCarthy, muy alejado de la pompa y epicidad de la avalancha de historias postapocalípticas que asaltan librerías, salas de cine y videojuegos. Esto es un holocausto de verdad, que ocurre a personas de verdad. Frágiles y asustadas.

Respecto a los personajes, hay otro dato que el lector no llega en ningún momento a conocer: el nombre del padre ni el del hijo, todo un acierto de McCarthy a mi entender. Porque no es necesario. Son sencillamente "el chico" y "el hombre". Dos personas sumidas en esa espiral de ceniza y humo huyendo hacia la zona más cálida de América para evitar el invierno, portador de una muerte segura. No hacen nada diferente a cualquier otra persona de ese mundo sino mantenerse en pie un día más, y por ello no merecen ser identificados. Aunque hay una cosa que sí que los distingue del resto de seres con los que se cruzan en su periplo: su moralidad. McCarthy ha creado una auténtica obra de arte en la compleja relación que plantea entre la terna padre-hijo-mundo. Ellos son los buenos, y dado que el chico no posee la madurez necesaria para discernir semejante concepto, es el padre el encargado de extremar la seguridad que los tenga alejados de los malos. Pero no siempre es así, y en ocasiones el propio crío quien debe de tomar decisiones importantes, completamente desmedidas para su edad.

Padre e hijo recorren la carretera con su particular casa: un carro de supermercado en el que trasladan las escasas pertenencias que les permiten sobrevivir a la intemperie, cortar leña o refugiarse de la negra lluvia. Es lo que les une a la vida, lo único seguro que poseen aparte del uno al otro, y  por ello llega a convertirse en un personaje más del relato, inerte y silencioso al que se aferran nuestros anónimos protagonistas con desesperación, y que deben defender a vida o muerte. Rezuma especial desesperanza lo que yace en el fondo del carro; enterrados para siempre bajo los útiles de supervivencia, los tres o cuatro juguetes con los que algún día el chico jugó. Cuando aún era un niño.

Es probable que haya repartidos por el mundo cientos de ejemplares de esta novela que han sido abandonados en las primeras veinte páginas: hablemos de estilo.
Si consideramos una novela un lienzo en blanco sobre el que el escritor va bordando su historia, podríamos afirmar que Cormac McCarthy utiliza, en lugar de aguja y seda, una navaja de afeitar recién asentada. El lector se topa de frente con un estilo rudo, tosco, casi descuidado, al que cuesta acostmbrarse. El autor no regala un solo adjetivo, una sola coma, un solo párrafo. Incluso los diálogos están incrustados en la prosa sin separación alguna. El resultado es un brillante caos que tras quince páginas nos trasmite la misma sensación de pureza y desnudez que desprenden los personajes.

A modo de conclusión, creo conveniente comentar que suelo reírme entre dientes (y en ocasiones a semicarcajadas) de los comentarios de los críticos que las editoriales incluyen en las contraportadas de los libros, gracias a los cuales cualquier medianía es poco menos que una obra cumbre en la literatura. "Brillante. Fascinante" y cosas así. En La Carretera esto no ocurre, por la sencilla razón de que lo que leí en la contraportada es justo lo que me he encontrado al terminar la novela: "Esta novela está llamada a ser una de las grandes obras de la literatura universal", dice Diego Gándara.
Pues eso. Imprescindible.

Y vosotros...¿habéis disfrutado especialmente de alguna historia postapocalíptica?