martes, 14 de octubre de 2014

Los perros de Riga. Henning Mankell




Luego, mientras él carraspeaba, ella abrió la puerta sigilosamente y desapareció.
Se había presentado en el hotel porque quería hablarle de su difunto marido y porque tenía miedo. Las instrucciones eran claras: cuando llamasen a su habitación preguntando por el «señor Eckers», Wallander tendría que dirigirse al vestíbulo, luego bajar las escaleras que daban a la sauna del hotel y buscar una puerta de acero gris situada junto a la entrada de mercancías, que podría abrir desde dentro sin llave, y una vez en la calle, ella estaría esperándole detrás del hotel para hablarle de su difunto marido.
«Please —había escrito—, please, please.» Ahora estaba seguro de que en su rostro no solo había miedo, sino también rebeldía, acaso odio.
«Aquí está ocurriendo algo más grave de lo que me imaginaba —pensó—.


Hoy llega a Pseudoficciones la segunda novela de la serie "Wallander", cuya brillante apertura, Asesinos sin rostro, reseñamos aquí.

En Asesinos sin rostro conocíamos a Kurt Wallander, inspector de policía de la tranquila localidad de Ystad, al sur de Suecia. Veíamos a un hombre decadente, cuya existencia naufragaba a la deriva como consecuencia de sus fracasos emocionales, afectivos y personales. Aun así, el bueno de Kurt se enfrentaba, o más bien se aferraba para poder seguir de pie, a una profunda investigación por el misterioso y brutal asesinato de una inofensiva pareja de ancianos. Un caso oscuro y sórdido que hacía las delicias de cualquier lector mínimamente aficionado a la novela policíaca.

Así las cosas, este segundo "Wallander" transmite sensaciones claras ya en los primeros compases de su lectura. En primer lugar, un inmenso placer por reencontrarse con Wallander. Como ya señalábamos, nuestro inspector es un personaje trazado de manera formidabe: Mankell ha conseguido que padezcamos sus inquietudes, nos alegremos con sus avances en la investigación, sintamos rabia por sus frustraciones personales y que obviamente, lo echemos de menos hasta el punto de sabernos a gloria el primer café que compartimos con él en cada libro. En segundo lugar, Los perros de Riga emana una esencia de ambición. Se nota que Mankell ya domina a la perfección el universo que ha creado, y que tiene pensado algo grande para nosotros. Y en tercer lugar, vemos una mayor crudeza y sobriedad en el estilo, que interpretamos de manera muy positiva: Mankell ha evolucionado sus formas hacia un lenguaje más personal, seco y acorde al tono tétrico de su trama.

La novela comienza como lo hacía Asesinos sin rostro. Con un misterioso asesinato. En esta ocasión, el escenario es Mosby Stand, una inhóspita playa cercana a Ystad. Allí, una mujer que paseaba a su perro hace un macabro hallazgo: la corriente ha dejado en la playa un pequeño bote salvavidas con los cadáveres de dos hombres. Ambos han recibido sendos disparos en la frente, tienen los dedos machacados a golpes de martillo y alguien los vistió con trajes de lujo después de muertos. Además, su sangre está llena de anfetaminas y el barco posee una cuerda cortada, como de haber sido remolcado. Inquietante, ¿verdad?

El caso (como no) recae sobre el pobre Wallander, que se topará con una investigación complicada por la falta de pruebas y lo extraño de las circunstancias. Aunque poco a poco, y gracias a una llamada anónima, la investigación apuntará hacia un punto inéquivoco y extraño: Riga, la capital de la vecina Letonia. Y hacia allí tendrá que poner rumbo Wallander.

Si en Asesinos sin rostro alabábamos efusivamente la fórmula de Mankell de introducir una trama social como trasfondo de la investigación (la inmigración hacia los países nórdicos), en Los perros de Riga volvemos a maravillarnos y de nuevo a celebrar la ambición mostrada por el novelista sueco, quien nos sumergerá de lleno en el corazón de la Riga recién separada de la Unión Soviética, donde el futuro es incierto y las facciones partidarias de continuar bajo el amparo ruso disputan contra los grupos que miran hacia un futuro lejos del comunismo una macabra y cruel partida de ajedrez, que sorprenderá a Wallander en el centro del tablero. Así, nuestro protagonista se verá inmerso en una cultura extraña, donde varios pares de ojos lo vigilarán día y noche y nada será lo que parece.

En Riga respiraremos miseria, miedo y desconfianza. Recorreremos calles frías pobladas por una sociedad resentida y devastada; y Wallander pronto se dará cuenta de que su investigación está siendo manipulada para que descubra solamente aquello que satisface a ciertos intereses. Pero Kurt decidirá llegar hasta el final, consciente de que los perros de Riga acechan desde las sombras esperando a morder si traspasa ciertos límites.

En definitiva, estamos ante una novela magnífica, que supera en todo a su predecesora, lo que ya es mucho decir, y que profundiza en un tema interesantísimo como es la sociedad báltica tras la escisión de la URSS. Todo ello aderezado con un impresionante caso de asesinato... y un amor.

Una lectura obligatoria. Eso sí, se recomienda leer antes Asesinos sin rostro

Y vosotros, ¿habéis leído alguna saga que mejore con cada entrega?

¡Besos y abrazos!