lunes, 21 de julio de 2014

El mapa y el territorio. Michel Houellebecq



   

          Fue allí, al desplegar el mapa, a dos pasos de los bocadillos de pan de molde envueltos en celofán, donde tuvo su segunda gran revelación estética. Era un mapa sublime; Jed, alterado, empezó a temblar delante del expositor. Nunca había contemplado un objeto tan magnífico, tan rico de emociones y de sentido, como aquel mapa Michelin a escala 1/150.000 de la Creuse, Haute-Vienne. En él se mezclaban la esencia de la modernidad, de la percepción científica y técnica del mundo, con la esencia de la vida animal. El diseño era complejo y bello, de una claridad absoluta, y sólo utilizaba un código de colores restringido. Pero en cada una de las aldeas, de los pueblos representados de acuerdo con su importancia, se sentía la palpitación, el llamamiento de decenas de vidas humanas, de decenas o centenares de almas, unas destinadas a la condenación, otras a la vida eterna


         Michel Houellebecq (gracias Silvia por enseñarme a pronunciarlo sin romperme la lengua), es uno de esos tipos que camina por la vida sin dejar indiferente a nadie. O lo amas, o lo odias. Y por lo que veo, quienes lo odian son legión; al menos a tenor de lo que llevo leyendo sobre él desde que me ha empezado a interesar. Houellebecq lleva colgada la etiqueta de enfant terrible en Francia, y sobre su obra y milagros se han vertido ríos de tinta, especialmente escritos en francés, porque cada vez que este señor abre la boca da mucho que hablar. Houellebecq no se muerde la lengua, es polémico por naturaleza, crítico, ácido y muy inteligente. Una combinación explosiva (a la par que interesante). Por lo tanto, estamos ante una de esas personalidades complicadas que suelen aflorar en el mundo de las letras y que suelen tener bastantes cosas que decir. Comprobémoslo.

          Houellebecq se granjeó cierta notoriedad literaria con Las partículas elementales y especialmente con Plataforma, una polémica novela en la que atiza sin compasión a la sociedad moderna, canalizando su crítica a través de un tema capaz de herir ciertas sensibilidades como es el turismo sexual. Plataforma llevó a Houellebecq a ser señalado por la sociedad francesa, que salía ampliamente damnificada de las peripecias que se narran en la trama, por la crítica europea en general e incluso por el integrismo islámico. Por supuesto, algo que trajo sin cuidado al bueno de Michel.

          Pero el bombazo y el éxito definitivo llegó en 2010, cuando Houellebecq publica El mapa y el territorio, una novela de grandes pretensiones que obtuvo fama mundial al ser premiada con el Goncourt, el galardón más importante de las letras francesas, lo cual contribuyó a que la literatura de Houellebecq fuese traducida a más idiomas y distribuida en muchos más países.

          Estamos ante una obra de marcado carácter existencialista, que llega a recordar en ciertos pasajes al estilo de Albert Camus. Es una novela ácrata, pesimista, mordaz, reflexiva, narcisista y brillante. Un regalo para el intelecto, pues (en detrimento de la agilidad argumental, algo que podría disgustar bastante al lector moderno), Houellebecq desliza constantemente reflexiones y digresiones de todo tipo, introduciendo de este modo la figura del narrador novelista-ensayista-filósofo bastante prepotente y pedante en ciertos pasajes. Pero ya sabíamos dónde nos metíamos, ¿verdad?

          El mapa y el territorio nos muestra un mosaico de personajes que comparten un rasgo esencial: la soledad. Todos son personajes sombreados, tenues y con cierto halo pesimista que les confiere una ternura que roza la compasión por parte del lector. Conocemos a Jed Martin y damos un paseo por toda su existencia; un paseo que comienza una navidad con la avería de su calentador, en víspera de la cena anual con su padre, el único contacto familiar que posee Jed. Nuestro protagonista es licenciado en artes, donde consiguió menciones gracias a una serie de pinturas sobre los utensilios industriales que han facilitado la transición a la sociedad moderna e industrializada: desde el motor de gasolina hasta el abrelatas o el destornillador.

          Aun así, Jed Martin se encuentra artísticamente perdido. No ve un camino claro, y subsiste con cierta dignidad viviendo en un apartamento de París con la ruidosa compañía de su hipocondríaca caldera roja. Pero la revelación llegará una noche cuando Martin entra en una gasolinera a repostar y a comprar algo de beber. Y aquí es donde el protagonista pasa a convertirse en una ironía, en un fantoche que Houellebecq utiliza para satirizar la vacuidad del arte contemporáneo. Pues en la gasolinera, Jed comienza su exitosa carrera no como pintor, sino como fotógrafo, al quedarse absolutamente fascinado ante las posibilidades artísticas de los mapas Michelin. De este modo, las fotos que Jed hace a los mapas, y a las que aplica ciertos retoques con Photoshop, comienzan a venderse como rosquillas entre la clase media pujante parisina, hasta el punto de firmar un contrato con la propia Michelin para la distribución de las fotos a unos dos mil euros de media por unidad. La exposición que elevará a la Martin a los cielos llevará por título la premisa básica que lleva la obra como trasfondo: El mapa es más interesante que el territorio

          Tras el éxito de los mapas, Jed retomará la pintura, iniciando una serie de cuadros llamada "Oficios sencillos", donde cada cuadro (de grandes dimensiones) retrata a una persona real desempeñando su trabajo, mostrando así una representación del tejido productivo de nuestra sociedad y la configuración de las cadenas de producción humanas. La serie, pintada por Jed en un período de siete años, va desde Ferdinand Desroches, carnicero caballar a Bill Gates y Steve Jobs conversando sobre el futuro de la informática, pasando por Aymée, escort girl, Claude Vorilhon, gerente de un bar-estanco o Damien Hirst y Jeff Koons repartiéndose el mercado del arte. Una vez iniciada la serie, un galerista ofrecerá a Jed exponer sus cuadros aprovechando su buen caché gracias a la serie "Mapas". Para ello, encargarán el texto a un escritor huraño y con necesidades económicas: Michel Houellebecq, a quien Jed Martin visitará en su deprimente casa irlandesa. Y es en la exposición cuando Jed pasará a convertirse en referencia del arte mundial, pues los mecenas más importantes del mundo pujarán por su tirada inicial de la serie "Oficios". Jed se convierte en famoso sin querer, prácticamente como lo hace todo. Y sin querer, su cuenta bancaria tras la exposición aumentará en unos veinte millones de euros; son los inicios de Jed Martin, el pintor de quien los futuros libros de arte dirán que fue quien plasmó en sus obras la historia de la producción moderna, creando un imperecedero reflejo de la identidad humana de un valor incalculable.

          Pero la historia dará un vuelco, un giro inesperado cuando un personaje será asesinado, virando la obra casi hacia la novela negra, con clímax incluido, donde asistiremos a la investigación del brutal asesinato con unos nuevos personajes entre los que destacará el solitario comisario Jasselin, un personaje magnífico. Todo un acierto narrativo de Houellebecq. Esta tercera parte, la del asesinato, supone un cambio de tercio radical en del desarrollo de la trama, y se nota que el autor está fuera de su elemento natural. Aun así, el conjunto de la obra resulta más que satisfactorio.

          En definitiva, El mapa y el territorio es una lectura desconcertante, que comienza sin un argumento sólido y concreto, pero que poco a poco va ganando muchísimo. Es cierto que en ciertos momentos Houellebecq resulta vanidoso y pedante, pero viendo la obra como un todo, he de reconocer que mi mente se ha sumido en numerosas divagaciones de provecho gracias a él. De mención también es cómo el autor nos sumerge en el mundo del arte a través de exposiciones, marchantes, galeristas y pintores; un mundo muy interesante, repleto de envidias, intereses y mentiras fruto de la cantidad de dinero que puede llegar a moverse.

          Houellebecq posee detractores y defensores. Todos ellos encontrarán argumentos de sobra en El mapa y el territorio que afiancen su postura.

          Y vosotros, ¿qué estáis leyendo este verano?


         ¡Besos y abrazos!



Michel Houellebecq