martes, 17 de junio de 2014

La princesa de hielo. Camilla Läckberg




La casa estaba desierta y vacía. El frío penetraba por todos los rincones. En la bañera se había formado una fina membrana de hielo. Y ella había empezado a adquirir un ligero tono azulado.
Pensó que, así tumbada, como estaba, parecía una princesa. Una princesa de hielo.
El suelo sobre el que se sentaba estaba helado, pero el frío no le preocupaba. Extendió el brazo y la tocó.
La sangre de sus muñecas llevaba ya tiempo coagulada.
El amor que por ella sentía jamás había sido tan intenso. Le acarició el brazo como si acariciase el alma que había abandonado aquel cuerpo.
No se volvió a mirar cuando se marchó. Aquello no era un adiós. Era un hasta la vista.





No entiendo de vinos. Desconozco todo el estridente lenguaje de la enología, y en las contadas ocasiones que me tomo una copa de tinto, me rijo por un principio casi prehistórico: si el vino me gusta, es un buen vino. Si no me gusta, pues no lo es. Al menos para mí. Me dan igual las guías, las puntuaciones, el buqué, la entrada, la salida o los tonos madera y cereza.

De libros entiendo algo más. Forman parte de mi profesión, pero sobre todo de mi ocio. Leo e intento desgranar cada novela, cada poema o cada autor con un placer que roza la embriaguez. A base de leer y de estudiar, creo haber aprendido a diferenciar lo objetivamente bueno de lo malo, lo que está bien escrito de lo que no, los personajes bien trazados, los trucos del buen narrador, los engaños al lector. En definitiva, lo que García Márquez llamaba "la carpintería de la escritura". Bien, pues Camilla Läckberg me ha descuadrado varias cosas. Porque su estilo no es precisamente brillante, su trama tiene lagunas, sus personajes patinan en ciertos puntos, y sin embargo, no puedes dejar de leer. Caes enganchado sin remedio. Por lo tanto, cabría hacerse la misma pregunta que con el vino: ¿es La princesa de hielo un buen libro porque me gusta?

Läckberg se ha convertido en un fenómeno de masas gracias a su serie de libros ambientada en un pueblecito pesquero situado la costa oeste de Suecia llamado Fjällbacka, siendo La princesa de hielo su apertura, que inmediatamente catapultó a Läckberg al Olimpo de la literatura Bestseller.

La premisa inicial es muy interesante. Erica, una escritora de biografías, vuelve al pueblo de su infancia a hacerse cargo de la casa de sus padres, que han muerto recientemente en un accidente de coche. Coincidiendo con su vuelta, Alex, su gran amiga del colegio, aparece muerta en la bañera. El cadáver está congelado debido al frío invernal y con las venas cortadas. Todo apunta a un suicidio, pero pronto la trama dará su primer giro inesperado, y Erica se verá envuelta en una apasionante investigación, con muertes, intrigas familiares, traiciones, malos tratos, romances, reencuentros sorprendentes y despedidas trágicas, planteándose así un mosaico enorme de personajes que componen la comunidad de Fäjallbacka, donde pocas cosas son lo que parecen y donde un asesino campa a sus anchas ante la impotencia de la policía, que no se da cuenta de que la solución pasa por levantar la alfombra y sacar el sucio polvo del pasado.

Läckberg juega bastante al engaño, basando su estilo en presentar abiertamente la psicología de sus personajes; sus motivaciones, frustraciones o rencores, pero siempre se guarda una baza, un resquicio que no cuenta al lector para sacarlo a la palestra en uno de los muchos giros argumentales que tiene la novela, y que descolocan la posición que teníamos preconcebida de ese personaje dentro de la trama. Como hemos dicho más arriba, algunos giros son predecibles, pero en otros hay que reconocerle a Läckberg su buen hacer.

Como otro borrón en el desarrollo de la novela, me gustaría añadir que hay ciertos puntos en los que la autora deja un poco de lado la trama policial, claramente la más interesante (o por lo menos para mí), para introducir una trama amorosa algo anodina e infantil. Un tajo de veinte páginas le hubiera sentado de maravilla al libro.

Poco más queda por añadir. Un libro sencillo de leer, agradable para quien le guste la literatura como puro ocio. Yo lo he leído (más bien devorado) en el el autobús que me lleva al trabajo, y ha sido una lectura perfecta para el viaje; quizás también muy apropiada para los que busquéis entretenimiento literario veraniego.

Conclusión: hablando de arte, no existen las verdades absolutas. La lectura es una opción personal basada en nuestros gustos. Y para gustos, colores, que se suele decir.

¿Y vosotros, habéis caído alguna vez atrapados por una novela perteneciente a alguna moda Bestseller?

¡Besos y abrazos!


Camilla Läckberg



lunes, 9 de junio de 2014

Las brujas de Salem. Arthur Miller



PROCTOR. (Rompiendo la orden) ¡He dicho que fuera de aquí!
CHEEVER. Acaba de romper la orden del Vicegobernador
PROCTOR. ¡Maldito sea el Vicegobernador!¡Fuera de mi casa!
HALE. Proctor, Proctor, cálmese
PROCTOR. Y usted, márchese con ellos. No es un buen ministro de Dios
HALE. Proctor, si es inocente, el tribunal...
PROCTOR. ¡¿Cómo que "si es inocente"?!Le voy a decir lo que se pasea por Salem: la venganza está paseándose a sus anchas por este pueblo. Somos los que siempre hemos sido, pero ahora le hemos dado las llaves del reino a unas niñitas desquiciadas y la ley se está escribiendo con la letra de la venganza.
Pero no pienso entregar a mi esposa a esa venganza.
ELIZABETH. John, voy a ir con ellos.
PROCTOR. ¡Ni se te ocurra!
HERRICK. Tengo nueve hombres ahí fuera, John. No logrará impedirlo. La ley me obliga, John, no puedo hacer excepciones.
PROCTOR (a HALE, decidido a golpearle si hiciera falta) ¿Se va a quedar ahí mirando mientras se la llevan?
HALE. Proctor, el tribunal es justo.
PROCTOR. ¡Poncio Pilato! ¡Dios no le va a permitir lavarse las manos así como así!
ELIZABETH. John, creo que debo ir con ellos (No soporta la mirada) Mary, hay pan suficiente para mañana. Ayuda al señor Proctor como si fueses su hija...me lo debes, eso y mucho más (Hace lo posible por no llorar. A Proctor) Cuando los niños se despierten, no digas nada de brujería...se asustarían.
PROCTOR. Te traeré a casa. Muy pronto
ELIZABETH. Sí, John, por favor, tráeme pronto
PROCTOR. Voy a caer sobre este tribunal como si fuera una inundación. No tengas miedo, Elizabeth.
ELIZABETH (muy asustada) No tendré miedo (mira en derredor, como intentando fijarlo todo en su mente) Dile a los niños que he ido a visitar a alguien que está enfermo

(Sale por la puerta, con HERRICK y CHEEVER tras ella. Durante un instante, PROCTOR los contempla desde el umbral. Se escucha un sonido metálico de cadenas)




La relación del gobierno y de la sociedad estadounidenses con el comunismo resulta, cuanto menos, compleja y peculiar. El punto de partida lo situamos a finales del siglo XIX, cuando surgieron ciertos movimientos de izquierdas que se desviaban de los valores capitalistas que la sociedad americana daba por consolidados. Estos movimientos desembocaron en 1919, cuando, como resultado de una escisión del Partido Socialista, nace el Partido Comunista de los EEUU, que recibía con agrado los aires que soplaban desde la Rusia idealizada por la Revolución.

Ya en 1939, el pacto entre Alemania y Rusia previo a la Segunda Guerra Mundial, supuso un mazazo para el comunismo americano, hasta tal punto que el partido quedó disuelto. Aun así, la guerra crea extraños compañeros de cama, y la situación se revierte de modo que EEUU y Rusia deben cooperar durante el conflicto para derrotar a la Alemania Nazi. Pero, una vez finalizada la guerra, ambas partes deben afrontar el hecho de que pese a haber pertenecido al mismo bando, luchaban por razones distintas y su visión de cómo debía quedar configurado el mundo era completamente antitética: la Unión Soviética quería expandir su credo comunista, y EEUU, ante el fantasma de una nueva recesión, apostaba por la expansión del libre comercio y la eliminación de aranceles. Así llegamos a la creación de la OTAN y al famoso Telón de acero.

En 1947, George Kennan, un diplomático americano en Moscú, prende la mecha que da inicio a la histeria de los años 50, fundamental para entender Las brujas de Salem. En un informe, sostiene firmemente  que la Unión Soviética ha puesto en marcha planes para instaurar el comunismo en todo el mundo -EEUU incluidos- y que de no proceder con autoridad y vigilancia, la amenaza se tornaría en realidad. Así, los apoyos rusos a Corea del Norte o a la causa de Mao en China parecen corroborar estas teorías, que hacen que EEUU comience a recelar absolutamente de todo y a ver comunistas por todas partes.

La HUAC (comité de actividades antiamericanas) se convierte de inmediato en un puño asfixiante que alcanza cualquier rincón de la sociedad, iniciando una serie de investigaciones, interrogatorios y acusaciones en diversos colectivos tradicionalmente considerados "de izquierdas". Profesores universitarios, funcionarios públicos de cultura, artistas, y en especial, el mundo del teatro y la alta sociedad de Hollywood. En ella, prometiendo la destrucción de las carreras de aquellos que se negasen a cooperar con la causa anticomunista, merced a la publicación de listas negras, la HUAC sembró el terror en su búsqueda de comunistas. Orson Welles, Beltor Bretch o Cary Grant fueron algunos nombres que desfilaron ante el tribunal. Pero hubo cientos. Especialmente dramático resulta el caso de Philip Loeb, quien fue condenado al ostracismo laboral tras su comparecencia y se suicidó en 1955 a consecuencia de la depresión que le causó la pérdida de su estatus social y laboral.

De todos los demagogos que quisieron alcanzar notoriedad pública con la caza de comunistas, Joseph McCarthy es sin duda el que ha pasado a la historia como el más cruel y perseverante.

Arthur Miller era por aquel entonces un importante dramaturgo y un distinguido intelectual de izquierdas, a quien dejaron una profunda huella las presiones sufridas en los interrogatorios de la HUAC, tras los cuales comenzó a planear su particular redención. Y aquí es donde nace mi más profunda admiración por Miller. Se vengó de la HUAC de la mejor forma posible. Dándole la mayor de las lecciones. Recordándole, tanto a ella como al mundo entero, que la barbarie humana, cuando la creemos derrotada, está agazapada en un rincón oscuro, esperando a que llegue otra vez un nuevo ciclo. Arthur Miller sabía que la HUAC desaparecería llegado el momento. Que McCarthy moriría, y que él mismo moriría. Que las palabras, las presiones y las coacciones las arrastraría el aire de los tiempos hacia el negro olvido. Por eso se vengó a través de un medio eterno e imperecedero. Porque Miller sabía que mientras haya un lector que abra su libro, sea cual sea la época en la que esto ocurra, un pellizquito de su venganza y de su legado sería vertido al mundo. Y así, Arthur Miller dejó como redención una maravilla literaria: Las brujas de Salem

Tenemos aquí que entender el doble contexto de la obra. Miller no podía hablar expresamente de comunismo, ni de todo lo que estaba ocurriendo bajo la tenebrosa sombra de McCarthy, por lo que decidió escribir una obra de teatro basada en los siniestros hechos ocurridos en Salem, Massachussets, en 1692, en la colonia puritana más grande del Nuevo Mundo, demostrando así que la ignorancia y la represión injusta de las libertades humanas siempre vuelven a la palestra, independientemente del siglo hacia el que miremos. Estos sucesos guardan una similitud inquietante con el "Macartismo", hasta el punto que a la etapa de búsqueda de comunistas, por analogía con los sucesos de Salem se le terminó llamando la caza de brujas, una expresión que ha extendido su significado a cualquier proceso en el que se acuse personas sin la existencia de pruebas fehacientes y con preguntas dirigidas a buscar una declaración específica.

Los puritanos fueron la primera comunidad inglesa que emigró a América, estableciéndose en comunidades medianas en la costa este. Su ética protestante se basaba en el trabajo duro, la austeridad económica y en el respeto máximo hacia la Iglesia y la institución familiar. Los valores religiosos y la rectitud moral estaban por encima de todo, lo que cristalizó en una férrea autocracia. Para ser justos, quizás esta perseverancia fue la que les hizo sobrevivir en un medio tan hostil, pero poco a poco, cuando todo se hubo asentado y las amenazas ya no eran tales, la gente comenzó a querer vivir de una forma algo más relajada. Ni que decir tiene que estos inicios de laxitud moral no pudieron sentar peor en las autoridades de las colonias, que desesperadamente buscaban algún recurso para volver a tomar las riendas del camino recto.

Y mira por dónde, Satanás les dio la solución. Comienzan aquí los hechos contados por Miller en la obra: Betty, la hija del reverendo Parris, el pastor de Salem, yace inconsciente y delirante en la cama tras ser sorprendida bailando con un par de amigas en el bosque, en lo que parece ser una ceremonia sospechosa. Para colmo, el supuesto rito ha sido oficiado por Tituba, la criada del reverendo; una negra que proviene de Barbados, una región con fama de satánica entre la comunidad de Salem por sus relaciones con los ritos Vudú. Pronto se dan cuenta de que todas las niñas que participaron están en estado catatónico, por lo que el fervor religioso les lleva a pensar que Satanás está haciendo de las suyas en Salem. Y nada menos que en casa del mismísimo reverendo. Y esto es algo que no van a permitir.

Pero lo que ocurría en realidad era que se trataba de una simple chiquillada. Las adolescentes no sabían cómo explicar que habían hecho una fiesta en el bosque en la que Tituba les enseñaba algunos rituales de su cultura, y deciden emprender una huida hacia adelante, saliendo de su letargo y acusando de brujería a la criada, dando así el pequeño aleteo de mariposa que generará el huracán de irracionalidad y violencia que vivió la comunidad de Salem en 1692.

Porque las acusaciones se extendieron como el fuego entre ramas secas: muchos ciudadanos aprovecharon la coyuntura para acusar de brujería a personas contra las que tenían pleitos personales por tierras o deudas; hubo mujeres que acusaron a las amantes de sus maridos y otras familias que recibieron una acusación por simple envidia o animadversión. Todo Salem se convirtió en un gran juicio con centenares de acusados, la mayoría mujeres, pero también algunos de sus maridos. Y aquí cabe mencionar al protagonista de la historia. A John Proctor.

Proctor es un personaje trazado por Miller de forma magistral, que simboliza la cordura ante la vorágine acusatoria e inquisitiva del tribunal de brujas (léase también del tribunal anticomunista). Proctor no comprende nada, no cree en brujas ni en fantasmas y en todo momento intenta hacer ver al pueblo el grandísimo error que se está cometiendo. Pero Proctor también tiene dobleces y rincones oscuros, en lo que me ha parecido un gran acierto por parte de Miller, que dota al personaje "bueno" de una humanidad desgarradora. Y es que, Abigail, su amante, es el miembro principal del jurado. Ella es quien determinará los designios de multitud de almas que aguardan en la prisión, con los oídos tapados porque ya escuchan la hoguera crepitando.

Hay que tener muy en cuenta que en la comunidad puritana el mayor de los pecados era la mentira, y ello era algo que llevaban grabado a fuego en su personalidad todos los habitantes de Salem, la mayoría incapaces de decir mentiras. En muchas ocasiones los jueces ofrecían confesar el delito de brujería a cambio del indulto, pero ¿por qué decir una mentira, si en realidad no han cometido brujería? ¿para salvar su vida, pero condenar su alma? ¿no les enseñó Dios acaso que mentir significa la condenación?

En el aspecto formal, el estilo de Miller es impecable. Desde el comienzo de la obra podemos percibir que estamos ante un dramaturgo que conoce su oficio y que lo desempeña de manera magistral. Es un estilo sintético, donde cada palabra cuenta. En todo momento sabemos que cada frase, cada gesto, esconde un significado más o menos explícito. Descifrar cada situación es un reto y a la vez un inmenso placer. Pero lo que me ha parecido realmente sublime ha sido la manera de terminar cada acto: con situaciones de un dramatismo lírico estremecedor, que representadas en escena deben de ser sobrecogedoras.

El final de la historia (¿o histeria?) lo dejo en el aire, pues contiene unas cuantas sorpresas deliciosas desde el punto de vista del lector. Por lo que, a modo de conclusión, diremos que Las brujas de Salem sublima una de las funciones primarias de la literatura, como es la de crear memoria histórica y denunciar la barbarie humana. He leído la obra tres veces seguidas a causa del gran impacto que me ha causado, y estoy seguro de que la leeré muchas veces más. He sufrido, he disfrutado, me he indignado y he perdido el aliento. Pero sobre todo, he aprendido. ¿Alguien da mas?

Y vosotros, ¿soléis leer teatro? ¿qué obra de teatro os ha calado más?

¡Besos y abrazos!


Arthur Miller