martes, 28 de enero de 2014

Los huesos del invierno. Daniel Woodrell



               Llegaron con la noche y dieron tres grandes golpes en la puerta. La puerta tembló y el estruendo se oyó en toda la casa. Ree miró por una ventana y vio a tres mujeres parecidas, pechugonas y carrilludas, con abrigos largos de colores distintos y botas de goma. Antes de abrir cogió la escopeta.
Apuntó el cañón doble a la mujer de Puños, Merab, pero no dijo nada. El arma en las manos era como un rayo sin descargar, y temblaba.
Merab dijo:
           - Ven con nosotras, niña...Vamos a arreglar tu problema. -Llevaba las manos en los bolsillos y el pelo apartado de la cara, formando una imponente ola blanca que apenas se movía con la brisa-. Deja eso ahí. No seas tonta, niña.
            - En estos momentos lo único que quiero es hacerte un agujero en esas tripas asquerosas.
           -Ya lo sé. Por eso te apellidas Dolly. Pero no lo harás. Deja esa escopeta ahí y vente con mis hermanas y conmigo.


Hay novelas de tal crudeza y salvajismo, que atrapan la mente y las entrañas del lector desde la primera hasta la última palabra. Nos secuestran interiormente, e incluso se resisten a soltarnos hasta bastante tiempo después de haber finalizado su lectura. Si es que lo hacen alguna vez. Pues bien, hasta ahora, mi paradigma de este tipo de lectura cruenta y asalvajada era la inigualable Sukkwan Island, pero Los huesos del invierno acaba de llevarse la palma, y con creces. Porque aviso: estamos ante una novela magistral, sublime, literariamente descomunal. Pero vayamos por partes que me emociono.

Poco sabemos en nuestro país de Daniel Woodrell. No figura en ninguna lista de Babelia ni Fnac, y  sus novelas no están a la vista en las tiendas. Son de las que hay que dejarse la vista en los lomos de los libros esperando a que les apetezca llamarnos la atención, o incluso de ir buscándolas, es probable que el librero tenga que mandárnosla pedir. Y sin embargo, Woodrell es un enorme escritor. Extraordinario y coherente, calificado por el maestro Dennis Lehane como el "más importante de los escritores menos conocidos de Estados Unidos". De hecho, se ha acuñado un género literario solamente para clasificar sus obras. Es el Country Noir. Muy gráfico.

Los huesos del invierno es, de todos los libros que he leído, el que mejor transmite el frío. Ya desde que echamos la primera mirada hacia su descorazonadora portada, la temperatura baja hasta situarse en el umbral de una aterida inquietud; la nieve está presente en cada una de las páginas incluso de manera implícita. Aunque el narrador no la nombre, nuestra mente la pondrá en los tejados, arcenes y árboles. Helaremos arroyos y lagos sin que Woodrell nos diga que lo están.

En esta obra hay algo mucho más importante que su argumento, que es el entorno en el que transcurre. Todos entendemos más o menos la expresión "América profunda" como lo referente a los cuadros de costumbres de la ruralidad estadounidense. Pues bien, decir que Los huesos del invierno transcurre en la América profunda es quedarse muy corto. Expresado en esta nomenclatura, tendríamos que acuñar como poco el término "América abisal". Woodrell nos pasea por una comarca helada donde la pobreza es extrema en todos los sentidos, de tal modo que la única supervivencia está en la droga. Marihuana los adolescentes, metanfetamina lo más usual entre las familias. Cocinada en el garaje o en cualquier caravana aparcada en un páramo; así, los seres que habitan este relato, esta soterrada sociedad, son la correlación al mundo moderno de lo que fueron sus antepasados con la ley seca, quienes destilaban en sus graneros licores casi de cualquier cosa que no fuese venenosa. Viajamos a la América de los paletos, las relaciones incestuosas, los malos tratos, las violaciones y el tiro en la nuca y manos cortadas al chivato. Es una sociedad atrasada y marginal, anclada en luchas absurdas entre clanes, transpirando una crudeza atávica donde de cuando en cuando alguien aparece tirado en un arcén. Sin preguntas. Solo el amortiguado sonido de la nieve al caer y la turbulencia del olvido.

Argumentalmente, Los huesos del invierno nos cuenta la historia de Ree, una muchacha de dieciséis años que vive en las montañas de Orzark, el más profundo, gélido y siniestro arrabal del estado de Misuri. La situación de Ree se nos presenta al límite. Debe cuidar de sus dos hermanos preadolescentes que comienzan a desviarse del camino y de su madre, enferma mental y postrada en una mecedora mirando al infinito mientras inunda el jersey de baba. Pero el problema es Jessup, su padre. Un cocinero de metanfetamina que frecuenta las peores compañías posibles, exconvicto y en libertad condicional, que ha desaparecido, y de no presentarse en el juzgado en el plazo de un mes, Ree perderá la casa. Lo único que tiene. Así que antes de tener que llevarse a su madre y a los niños a una cueva, Ree, una auténtica niña, comienza su peregrinaje escopeta en mano por toda la región en busca de su padre, que le llevará a llamar a puertas tras las que le aguarda la sordidez hecha carne, oliendo a bourbon y a cocaína. Ree, donde espera encontrar respuestas hallará únicamente desprecio, voces, malas miradas y hasta bofetones. El tiempo juega en su contra y nadie sabe nada de Jessup. Hasta que una noche recibe una pista y comienza a tirar de un siniestro hilo.

Ree es uno de esos personajes que rozan la perfección. Que son personas tangibles. Es una heroína, que nos da una lección de supervivencia y dignidad de principio a fin. Inquebrantable, luchadora, bíblica; podría ser perfectamente extraída de la épica griega, que mostraba héroes altivos, superiores a todos aquellos que les rodeaban. Ree marca al lector y su historia provoca verdadera inquietud y sufrimiento. Es una Ulises moderna, obstinada por luchar contra todo aquello que le sale al paso en su odisea, sabedora de su heroico destino. Obsesionada por triunfar, por ver cómo sus hermanos crecen siendo buenas personas, negando lo que el entorno obligatoriamente les depara. Obsesionada porque su madre pueda seguir mirando por la ventana un día más. Pero agarrada a una tela de araña a punto de partirse. Tras haber concluido la lectura de su historia, de su búsqueda desesperada, Ree ha reforzado mi fe en el poder de la creación narrativa.

En conclusión, me gustaría señalar que aunque el cine le hizo un favor a nuestra novela no ha sido suficiente. El largometraje Los huesos del invierno sorprendió a todo el mundo ganando el Festival de Sundance y recibiendo cuatro nominaciones a los Oscars de 2011. Pero esta novela se merece muchísimo más que eso. Es una obra maestra que hace saltar una esquirla en el corazón del lector. Una esquirla que se pierde para siempre.

Os dejo el trailer de la peli, no tiene muy buena calidad pero no he encontrado otro:




Y vosotros, ¿qué adaptación cinematográfica habéis considerado digna del libro en cuestión? aunque también vale al contrario ¿qué película basada en un libro creéis que lo ha deshonrado vilmente?


¡Besos y abrazos!

Daniel Woodrell



lunes, 20 de enero de 2014

Estudio en escarlata. Arthur Conan Doyle


               "Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno prefiera. Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que les resulta difícil dar con ellos. Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo cuidado con lo que mete en el ático del cerebro. Sólo admite en el mismo las herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto. Es un error el creer que la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse indefinidamente. Créame, llega un momento en que cada conocimiento nuevo que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía. Por consiguiente, es de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles"

Arthur Conan Doyle pertenece a ese grupo de autores de biografía azarosa que llegaron a ser escritores casi por casualidad, siendo la literatura una faceta más de su vida entre muchas otras. Doyle fue jugador de rugby, portero profesional de fútbol, propagandista militar, golfista, espiritista, boxeador, medium y oftalmólogo; además de articulista, crítico literario y cronista de guerra, cuyos trabajos para el ejército británico durante la Primera Guerra Mundial le granjearon el título de Caballero del Imperio o "Sir". Su afición por las intrigas policiales, la herencia dejada por E.A Poe y su gran capacidad de inventiva le llevaron a crear a Sherlock Holmes durante la etapa en la que regentó la clínica oftalmológica, donde, en palabras de Doyle, "ningún paciente entró jamás".

Resulta especialmente interesante la relación que Doyle mantuvo con su propio personaje. Sherlock saltó  la fama relativamente pronto, y sus aventuras se seguían y se esperaban con avidez en la Inglaterra contemporánea a Doyle, anticipando la leyenda en la que llegaría a convertirse. El icono que es hoy día. Un personaje querido y admirado por todos, menos por su autor, que jamás le tuvo aprecio y al que estuvo constantemente tentado de asesinar a tenor de lo publicado en sus cartas y memorias. "A la gente no le va a gustar", le decía su madre. Y no le faltaba razón a la anciana señora Doyle, pues el bueno de Sir Arthur tuvo que escribir La casa vacía a raíz del ingente volumen de súplicas, insultos y amenazas de toda índole que recibió tras su mítico relato El problema final.

Estudio en escarlata da inicio al fenómeno literario que se conoce en narratología como "canon holmesiano", es decir, al conjunto de obras de Sherlock Holmes escritas por Doyle. El término canon se emplea para separar este bloque de obras de la masiva producción de relatos, novelas, películas o series que se han acometido con posterioridad al canon y a raíz de este.

Argumentalmente, se nos presenta a un joven Watson buscando casa tras llegar herido del Afganistán (en guerra perpetua por lo visto) y a un todavía inexperto Holmes hastiado de colaborar con la policía en casos absurdos de infatil resolución. Tras acordar vivir juntos gracias a un amigo común, pronto llegará el retorcido caso que Holmes tanto ansia y que permitirá a Watson maravillarse ante las dotes intelectuales de su compañero de habitaciones e iniciar la redación de sus aventuras, en el que profundizaré más bien poco para no destripar nada del apasionante desarrollo. Un muchacho ha sido asesinado en una casa vacía y cerrada de las afueras de Londres. Como únicas pistas, tarjetas de visita con su nombre y su procedencia (Cleveland, EEUU), salpicaduras de sangre que no es suya, un anillo de compromiso y la palabra Rache escrita con sangre en la pared. Partiendo de este inicio in media res, Holmes emprenderá su juego de deducciones, telegramas, espías a sueldo en cada esquina de Londres, disfraces y viajes en carro por nebulosas callejas empedradas. Pesquisas que tomarán la ruta correcta, diametralmente opuesta a la del voluntarioso pero incompetente inspector Lestrade y que le llevarán desde los bajos fondos victorianos al mismísimo corazón de los fundadores mormones de Utah. Apasionante.

Así, Holmes lleva a una atractiva cumbre el pensamiento lógico, basado en la inducción y en la deducción, principios que ya enunciaba Aristóteles hace dos mil trescientos años y que ciertamente son espectaculares en las narraciones de Doyle, pero que desprovistos de toda la pompa literaria y en menor medida, serían completamente aplicables, como vemos en la Poética aristotélica, a todos los ámbitos de la vida cotidiana y de la sociedad.

El estilo de la obra es de muy poca relevancia tanto en esta como en todas las narraciones del canon holmesiano. Una prosa al servicio del argumento, sobria y magistralmente adjetivada para hacer frente a las numerosas descripciones de ambientes, escenarios de crímenes, personajes y cadáveres, fundamentales para el planteamiento de la trama detectivesca. Una trama en donde Sherlock Holmes simboliza el necesario orden dentro del caos, la luz en la oscuridad de la crudeza de un mundo criminal y moralmente deshumanizado, donde quienes deben garantizar el cumplimiento de las normas son poco más que simios con traje y corbata. Muy vigente, como vemos.

Y a vosotros, ¿con qué relato o novela policiaca habéis disfrutado especialmente?

¡Besos y abrazos!




martes, 14 de enero de 2014

Los años de peregrinación del chico sin color. Haruki Murakami





En ese momento, por fin lo captó todo. En lo más profundo de sí mismo, Tsukuru Tazaki lo comprendió: los corazones humanos no se unen tan solo mediante la armonía. Se unen, más bien, herida con herida. Dolor con dolor. Fragilidad con fragilidad. No existe silencio sin un grito desgarrador, no existe perdón sin que se derrame sangre,no existe aceptación sin pasar por un intenso sentimiento de pérdida. Esos son los cimientos de la verdadera armonía.


Empecemos con una obviedad: Murakami es Murakami. Con todo lo que ello implica. Cualquiera que haya leído al menos una obra suya entenderá lo que quiero decir. Para aquellos que aún no se han atrevido con él, diremos que Haruki Murakami es uno de los gigantes literarios de los inicios del siglo XXI. Japonés, pausado, literariamente elegante, amante del jazz y muy, muy inteligente, Murakami está hoy día en boca de toda aquella persona mínimamente interesada en el mundo literario. Es "ese del que todo el mundo habla". Pero cuidado. Pues Murakami no es una moda pasajera al estilo de algunos nórdicos que escriben novela negra inverosímil, del semiporno del látigo y las esposas o de crepúsculos vampíricos. No es un boom. Murakami es un grande con todas las letras.

He de reconocer que cada vez que voy a empezar con "un Murakami" lo hago con una ilusión y unas ganas especiales, lo cual hace que mi recepción hacia el libro esté condicionada y carezca de la poca objetividad que pueda quedar en un lector trabajado. Pero es que Murakami me encanta, y no puedo remediarlo. De hecho, no lo hago.

Argumentalmente, Los años de peregrinación del chico sin color cuenta la historia de Tsukuru Tazaki, más concretamente de los períodos oscuros de su vida, a los que el relato irá poco a poco arrojando claridad como un flexo guiado por la mano del narrador. Tsukuru es un personaje, valga la expresión, "muy Murakami". Varón solitario y reflexivo, que rezuma una melancolía casi tangible y que vivió ciertos hechos en su juventud que han marcado su relación con los demás, tal como vimos en Tokio Blues o  en Baila, Baila, Baila, las dos mejores obras del japonés en mi opinión.

Tsukuru se dedica a la construcción de estaciones de tren para una empresa en Tokio, vive solo en un pequeño apartamento y baraja la idea de suicidarse. Su vida se encuentra a la deriva: no se alimenta apenas, no duerme más de un rato cada noche y no se relaciona con gente. Todo por un hecho concreto que ocurrió en su pasado, cuando estaba en el instituto, en Nagoya. Allí, Tsukuru formó junto a otros cuatro adolescentes una pandilla de inseparables, un grupo de amigos cohesionado hasta el extremo. No hacían nada apenas por separado, y pensaban prácticamente los cinco como uno solo. Tres chicos, dos chicas. Todos ellos, con el nombre de un color en su apellido (en japones los colores se dicen con pequeñas sílabas), menos Tsukuru. Todos ellos, con una personalidad marcada y bien definida como las demás, menos Tsukuru. O eso al menos piensa él. Y un buen día, de repente, con la brusca suavidad con la que una afilada hoz siega un pequeño tallo de trigo, los cuatro dieron de lado a Tsukuru para no volverle a hablar nunca más. Sin explicaciones, sin motivos.

Y esto es lo que lleva a nuestro protagonista a la deriva. Casi a la locura. Solo que dieciséis años después, en la época en la que transcurre el relato, Tsukuru, el chico sin color, decidirá ir en busca de respuestas antes de precipitarse al abismo definitivo, y emprenderá un viaje que lo llevará a los más remotos rincones del alma humana. Ah, y a Finlandia.

En lo referente al estilo, Murakami nos ilustra con todo su repertorio. Una prosa adornada lo justo, con metáforas muy bellas y donde podemos encontrar una frase lapidaria, de esas que invitan a una reflexión serena, prácticamente en cada página. Murakami narra como nadie la vida cotidiana de sus protagonistas: sus almuerzos, sus cafés, la música que se ponen en la radio y hasta sus duchas o sus viajes al trabajo. Esto, que llevado a cabo de cualquier otro modo podría resultar cansino o prescindible, en Murakami es puro disfrute y una de sus grandes virtudes y marcas de estilo.

También hay que señalar que dos de los supuestos defectos que más se le echan en cara a Murakami no aparecen en esta novela: un exceso de surrealismo y un exagerado volumen de páginas para la magra historia que se cuenta. Con respecto al primero, para mí no es algo malo; al revés. He pasado grandes momentos con los pasajes surrealistas de Murakami (ese hombre carnero) y en lo referente a la extensión, sí es cierto que obras como 1Q84 pueden hacerse algo lentas en ciertos momentos. Nada que ver con  Los años de peregrinación, que es un auténtico paseo para el lector y que se despacha en un par de ratos, por lo que podría ser un buen candidato para aquellos que se quieran iniciar en Murakami.

A través de Tsukuru y su peregrinación, Murakami plantea numerosos temas esenciales, entre los que resultan especialmente interesantes los relativos al binomio individuo-colectividad, y a como pueden interferir y condicionarse mutuamente: ¿necesitamos de la realización social para obtener la realización individual? ¿tan determinante es la integración en la masa para conseguir la paz individual? son algunas de las cuestiones que el japonés infiere en el argumento de su novela y que invitan sin duda a la reflexión, recordando en este sentido al grandioso Elías Canetti.

A modo de conclusión, solo queda decir que la que hoy nos ocupa es una gran novela, que invito a leer tanto a  aquellos lectores que quieran empezar con Murakami como a aquellos que ya han leído algunas de sus obras. Es un libro ligero, que se lee rápido y con un alto nivel de adicción. Magistral, como siempre.

Hoy, pregunta obligada... ¿Qué libro (o libros) no habéis podido soltar hasta haberlo terminado?

Besos y abrazos.