jueves, 28 de enero de 2016

La soledad de los números primos. Paolo Giordano



  En primer curso de la universidad había estudiado ciertos números primos más especiales que el resto, y a los que los matemáticos llaman primos gemelos: son parejas de primos sucesivos, o mejor, casi sucesivos, ya que entre ellos siempre hay un número par que les impide ir realmente unidos, como el 11 y el 13, el 17 y el 19, el 41 y el 43. Si se tiene paciencia y se sigue contando, se descubre que dichas parejas aparecen cada vez con menos frecuencia. Lo que encontramos son números primos aislados, como perdidos en ese espacio silencioso y rítmico hecho de cifras, y uno tiene la angustiosa sensación de que las parejas halladas anteriormente no son sino hechos fortuitos, y que el verdadero destino de los números primos es quedarse solos. Pero cuando, ya cansados de contar, nos disponemos a dejarlo, topamos de pronto con otros dos gemelos estrechamente unidos. Es convencimiento general entre los matemáticos que, por muy atrás que quede la última pareja, siempre acabará apareciendo otra, aunque hasta ese momento nadie pueda predecir dónde. 
     Mattia pensaba que él y Alice eran eso, dos primos gemelos solos y perdidos, próximos pero nunca juntos. A ella no se lo había dicho. Cuando se imaginaba confiándole cosas así, la fina capa de sudor que cubría sus manos se evaporaba y durante los siguientes diez minutos era incapaz de tocar nada.

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He de reconocer que siempre he desconfiado de esta novela. Cuando la veía en las librerías la miraba con el desdén que se miran los "Best-sellers", la comida rápida literaria. Pero una persona de muy buen criterio me animó a leerla y me alegro mucho de haberlo hecho porque he sacado muchas buenas cosas de las páginas de Paolo Giordano; hablamos aquí de un jovencísimo doctor en ciencias físicas que en el año 2008 se aventuró a publicar La soledad de los números primos, una obra que inmediatamente se convirtió en un bombazo editorial tras recibir el premio Strega, el máximo galardón de las letras italianas. Ello le llevó a vender más de un millón de copias y a ser una novela leída en todo el mundo. Evidentemente, la fórmula de Giordano funciona: veamos dónde radica su éxito.

La soledad de los números primos es una novela triste, dramática, que nos cuenta el transcurrir vital de dos personas, Alice y Mattia, ambos traumatizados por un hecho que ocurrió en su infancia y que les han llevado, por su dureza, a no comprender el mundo y la sociedad. A ser dos entes aislados. Alice es una niña rica obligada a ejercer como tal y que, obedeciendo los deseos de su padre, debe practicar el deporte del esquí; pero un brutal accidente y sus graves secuelas marcarán para siempre su desarrollo social y la llevará por la senda de la anorexia. En el caso de Mattia, él posee una enorme inteligencia que parece incluso compensar la carencia cognitiva de su hermana melliza, a la que todo el mundo rechaza menos el pequeño Mattia. Pero un día, cuando debía cuidar de ella, Mattia baja la guardia y descuida a su hermana, iniciando la gran tragedia familiar de los Balossino, que le llevará a lesionarse continuamente las manos para no olvidar el gran error que cometió.

Con este punto de partida, los caminos de Mattia y Alice se cruzarán en el instituto, la despiadada jungla social que ambos afrontan con el mismo sustrato de inseguridad que los caracteriza pero de manera muy diferente: Alice, obsesionada por encajar en el sistema; Mattia, deseoso de permanecer invisible por ser consciente de que no tiene cabida más allá de sus brillantes notas. Así, comenzará una amistad tierna entre ellos, con momentos de cercanía, tensión afectiva y sexual, y a medida que el tiempo va transcurriendo, un distanciamiento perfectamente representado por la metáfora de los números primos que leemos en el fragmento que he copiado en la cabecera. 

La soledad de los números primos es un libro de los que enganchan a lo bestia, denso en sentimientos y ligero en su estilo, fácil de leer, de manera que es imposible soltarlo. Aunque pienso que en torno a la mitad de la novela hay un bajón argumental -la primera mitad es un no parar- que se compensa con el final, bastante criticado por cierto, pero que a mí me ha parecido perfecto. Los dos personajes me parecen un total acierto por parte de su autor, especialmente el de Mattia. Son personajes fruto de un magnífico ejercicio de empatía social por parte de su autor que resultan creíbles y trazados por un escritor tremendamente observador que alcanzan un altísimo nivel de intensidad dramática y argumental.

El estilo, como he dicho, es efectivo. Y poco más. No me ha parecido un libro especialmente bien escrito, pero es directo y cumple su cometido. Hay pasajes muy bellos que se entremezclan con otros algo simples y mal rematados, que desprenden el inconfundible tufo de escritor novel. Algo que, dicho sea de paso, revela lo mucho que a Giordano le queda por delante si se ha estrenado con una novela tan buena, en la que vemos una excepcional interpretación del mundo basada en miradas, gestos, actos involuntarios de los personajes que transmiten el buen ojo de Giordano para entender a las personas y sus mecanismos.

La soledad de los números primos nos enseña que el dolor que sufrimos se queda con nosotros de alguna manera o de otra. En caso de los protagonistas, estos vestigios están amplificados, hiperbolizados. La pierna muerta de Alice, las cicatrices en las manos de Mattia. Pero es posible que de manera menos evidente, cada lector mire hacia su interior y descubra que el pasado también ha dejado numerosas huellas en él, aunque no sean tan visibles como las de nuestros protagonistas. Ese es el acierto de Giordano.

Y a vosotros, ¿qué recomendación os ha llevado a descubrir una buena lectura?

¡Besos y abrazos!


Paolo Giordano


domingo, 17 de enero de 2016

Canadá. Richard Ford


     Primero contaré lo del atraco que cometieron nuestros padres. Y luego lo de los asesinatos, que vinieron después. El atraco es la parte más importante, ya que nos puso a mi hermana y a mí en las sendas que acabarían tomando nuestras vidas. Nada tendría sentido si no contase eso antes que nada.
     Nuestros padres eran las personas de las que menos se podría pensar que atracarían un banco. No eran gente rara, ni evidentemente criminales. A nadie se le hubiera ocurrido pensar que estaban destinados a acabar como acabaron. Eran personas normales -aunque, claro está, tal afirmación queda invalidada desde el mismo momento en que atracaron el banco.


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¿Cómo podría alguien no seguir leyendo un libro que empieza así? Yo mismo respondo: es imposible. Una vez que empiezas Canadá, no se puede parar. Pero comencemos hablando un poco de Richard Ford que merece la pena.

Richard Ford es conocido por la crítica literaria norteamericana como el sheriff. Un tipo duro, serio, austero. Un hombre de rancho que abandonó la Misisipi profunda en la que fue un adolescente problemático que robaba coches y cometía delitos menores para seguir su instinto, que un buen día le dijo que debía dedicarse a escribir. Algo que a sus conocidos les pareció una barbaridad, porque Richard Ford es disléxico en un grado bastante alto; tiene problemas para leer con rapidez, y por supuesto le cuesta escribir más que a los demás. Pero escribe mucho mejor que los demás. Richard Ford tarda muchos años en poder terminar un libro, una espera que sus lectores pasamos expectantes y anhelantes. Una espera cuyo final nunca defrauda, porque Richard Ford es una apuesta segura. Richard Ford es el sheriff del cotarro. Así, no dudo en ningún momento en elevarlo al olimpo de la literatura americana actual, un lugar de élite que comparte junto a autores de su misma talla como Philipp Roth, Cormac McCarthy o Paul Auster.

Y ahora vayamos con la novela. Canadá es una auténtica experiencia lectora. Una lección de cómo se escribe una novela. Un manual para alguien que alguna vez se le haya pasado por la cabeza escribir que contiene todos los rudimentos de la narrativa de manera perfectamente ensamblada. Canadá es la obra definitiva de un maestro de la novela. Un libro indispensable. En la obra, Ford realiza de manera sublime el ejercicio de ponerse en el pellejo de un adolescente en los años cincuenta, que vive con su hermana melliza y sus padres, todos de una personalidad tan maravillosamente definida que lleva al lector a quedar completamente atrapado por la red que el sheriff ha tejido en su novela.

Dell Parsons, como decía, es un joven tímido, observador e inocente, que ansía una vida estable que su familia no puede darle a causa del trabajo de su padre, un militar de personalidad apabullante, un embaucador nato de sonrisa deslumbrante. La primera parte del libro nos cuenta la vida de la familia en Estados Unidos, hasta que un negocio sucio les genera una deuda con la mafia india, y que lleva a los padres de Dell a sucumbir a la desesperación y atracar un banco de manera completamente absurda e irracional, algo que marcará el destino de Dell y de su hermana para siempre. De este modo, un joven e inocente adolescente entra en un plan preparado por su madre en caso de que el atraco saliese mal que le lleva a esconderse del Gobierno en Canadá, donde lo ponen a trabajar para un crápula en un hotel situado en lo que parece ser el fin del mundo, en el que cuarentones norteamericanos se alojan para cazar patos, emborracharse y consumir prostitución. Y allí, Dell Parsons tendrá que convertirse en un adulto de golpe y sin anestesia.

Como veis, Canadá es una historia sólida, que habla de manera impresionante sobre la pérdida de la inocencia, la superación de las adversidades y de la desesperación, el tesón, las decisiones difíciles y de cómo diablos olvidar el pasado para mirar al futuro e intentar encontrar la felicidad, algo que en mayor o menor medida a todos nos ha ocurrido alguna vez en nuestra vida. Canadá es, y lo digo sin miedo a exagerar, una de las grandes obras maestras de nuestro tiempo. Avisados quedáis.

En lo referente al estilo, vemos una realismo sucio heredado de Carver o Bukowski al que le han aplicado una pequeña pulverización con productos de limpieza, cuyo resultado es equilibrado y magistral. Descripciones milimétricas, precisas y que mezclan lo rutinario con lo poético. Una prosa ágil y directa fascinante. Pero cabe destacar las reflexiones que el narrador -el propio Dell Parsons al final de su vida-, incluye a lo largo del relato; un marasmo de frases y pensamientos excelentes, que han provocado que mi ejemplar de Canadá haya terminado completamente subrayado, anotado y lleno de papelitos y post-it fluorescentes. Una lección de vida que permanecerá en mi memoria para siempre. Un libro, vuelvo a repetir, indispensable, al que le sigo dando vueltas después de haberlo terminado.

Y vosotros, ¿tenéis un autor al que esperáis como agua de mayo a que publique?

¡Besos y abrazos!


Richard Ford


domingo, 3 de enero de 2016

La lluvia amarilla. Julio Llamazares



Temerosos, los hombres empezarán a aproximarse muy despacio hacia la puerta. La cerradura habrá saltado como una astilla seca y un pequeño empujón será suficiente para ofrecer entera la boca del pasillo a las linternas. Atropelladamente, con la respiración entrecortada y el pulso a punto de rompérseles, registrarán una por una las habitaciones de abajo y la despensa, la tibia -todavía- soledad de la cocina, los rincones subterráneos y sin luz de la bodega. A partir de ese instante, todo sucederá ya con rapidez de vértigo. A partir de ese instante (y horas después al tratar de recordar, para contar, los hechos), ninguno de ellos podrá saber ya exactamente de qué modo la sospecha dejó paso a la certeza. Porque, cuando el primero de ellos comience a subir las escaleras, todos sabrán ya seguramente lo que, aquí, les esperaba desde hacía mucho tiempo. Un frío repentino e inexplicable se lo anticipará. Un ruido de alas negras batirá las paredes advirtiéndoselo. Por eso, nadie gritará aterrado. Por eso, nadie iniciará el gesto de la cruz o el de la repugnancia cuando, tras esa puerta, las linternas me descubran al fin encima de la cama, vestido todavía, mirándoles de frente, devorado por el musgo y por los pájaros.


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Julio Llamazares es a día de hoy uno de los buques insignia de Alfaguara (sin ir más lejos acaba de publicar su nueva novela), que dio el salto a la primera línea del panorama literario en el año 1988 con la publicación de La lluvia amarilla, una novela que supuso un éxito inesperado tanto para el propio Llamazares como para su entorno editorial. Tal ha sido el éxito de La lluvia amarilla que en 2003 se publicó  una edición conmemorativa con DVD a cargo de su antigua editorial, Seix Barral. Una edición que sin duda merece la pena a los que queráis acercaros a esta gran obra.

Como literato, Llamazares pertenece a una Generación que la crítica suele calificar como sesentayochista, un grupo de autores que se impregnaron ideológicamente del mayo del 68 y que literariamente dejaron de lado la novela de corte experimental para buscar la narración de historias al uso con el propósito de encontrar sus voces propias, más allá de toda influencia externa y artificial.

Así, de antemano, diré que La lluvia amarilla es un libro maravilloso, que satisface al lector medio sin lugar a dudas por la belleza de la narración, la ternura que desprende en cada una de sus páginas, su aire misterioso, la pena por el destino de los protagonistas, y la puesta sobre la mesa de un tema real en la España de la época, pero que deslumbrará aún más al lector atento; que premiará a todo aquel que decida adentrarse y descifrar el excepcional plano simbólico que esconde la novela, que es toda ella un complejo y suculento entramado de metáforas que se anuncian ya en su título, ¿verdad?

Empecemos por lo literal. La lluvia amarilla bebe de la novela rural al igual que, por ejemplo, Los santos inocentes, pues nos cuenta una historia que pretende transmitir dura realidad de la España de posguerra, una historia cruda y conmovedora. La obra en su totalidad es un monólogo interior de Andrés, de la casa Sosas, el último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés que poco a poco ha sido abandonado por sus habitantes. Mediante la técnica de la anamnesis o flash-back, Andrés escribe desde su lecho de muerte, completamente solo en un pueblo fantasma, cuya memoria morirá con él dentro de unas horas.

Así, nos va contando cómo paulatinamente las distintas familias -incluyendo la suya- de Ainielle se marcharon buscando una vida mejor, mientras que él, arraigado a su tierra y a su casa por principios, no es capaz ni siquiera de despedirlos, y se esconde en el cobertizo del molino cada vez que una familia decide empaquetar sus cosas y buscar un futuro mejor en la ciudad. Pero poco a poco, Andrés, anciano y solo, comienza a sufrir las desgracias propias de la naturaleza salvaje en soledad, además de que muchos elementos parecen aliarse en su contra para ir moldeando un personaje complejo y singular: la muerte, la desidia, la enfermedad, el odio reprimido, la mala climatología, la vejez... y finalmente, la locura y las alucinaciones. Y la lluvia amarilla, claro.

Así pues, vivimos de manera conmovedora el relato de una persona que sabe que va a desaparecer en breve, y que cuya muerte será también la muerte de una forma de vivir, del arraigo a la tierra, a las raíces, a lo que sentimos como propio. Andrés es la memoria del pueblo, narrada en su soledad moribunda, y es consciente de que ni siquiera nadie podrá dar la noticia de su muerte; de que le ha sido negado hasta el derecho a un funeral.

Como decía, la obra posee un enorme entramado simbólico y metafórico -podría decirse también alegórico- que se materializa en el color amarillo, que impregna cada página del libro al igual que, por ejemplo, retumba en las Naturalezas muertas de Van Gogh, para simbolizar elementos como la locura (los locos en la Edad Media vestían de amarillo para ser diferenciados), la mala fortuna (véase el amarillo en el teatro) y la muerte; sobre todo la muerte. Hasta el punto de que un fenómeno natural como una lluvia otoñal, llena de hojas amarillas (eso es la lluvia amarilla en un primer momento), que posee una primera simbolización de "paso del tiempo", en cada otoño que va transcurriendo para Andrés en soledad, esa lluvia de hojas amarillas que vuelve y vuelve cada año, y que adquiere poco a poco un significado metafórico de muerte, hasta el punto de que al final del relato, el pueblo entero acaba siendo prácticamente amarillo.

Cabe destacar para concluir el estilo de Julio Llamazares. Podría tildarse perfectamente de recargado en adjetivaciones y tendente a la exageración léxica. Pero da igual, porque el resultado es un magnífico ejercicio de creación literaria llevando el léxico a niveles sublimes, creando situaciones, descripciones y lugares de una plasticidad y belleza increíbles, con un regusto de nostalgia y ternura que recuerdan al mejor García Márquez.

Por lo tanto, no puedo hacer otra cosa que animaros a leer La lluvia amarilla y a pasear por Ainielle con el último de sus habitantes en sus últimas horas sobre el mundo. Y es más, creo que debería ser sin lugar a dudas una lectura obligatoria en la últimas etapas de nuestro sistema educativo, por expresar una realidad de nuestro país como ha sido la despoblación de las zonas rurales y el abandono de la agricultura, pero sobre todo por tratar de manera tan excepcional y bella tantos temas que inquietan el alma de todo ser humano.

Y vosotros, ¿con qué lectura habéis comenzado este 2016?

¡Besos y abrazos!

Julio Llamazares