lunes, 25 de abril de 2016

84, Charing Cross Road. Helene Hanff




14  East 95th St.
New York City

3 marzo 1952

[...]Y ahora escuche. Le adjunto un billete de 5 dólares. Estas "Vidas" hacen que me sienta muy descontenta del ejemplar del "Angler" que adquirí antes de conocerles a ustedes. Es una de esas repelentes ediciones americanas de "Clásicos para todos". Izaak la aborrece y me dice que no va a soportar estar ASÍ hasta el fin de mi vida; o sea que los 2,5 dólares sobrantes son para que me envíe, por favor, una bonita edición inglesa del "Angler".
     Y ándese con tiento: si me renuevan el contrato de Ellery, pienso presentarme ahí el año que viene. Treparé por esa escalera de biblioteca victoriana que tienen y me dedicaré a levantar el polvo de los estantes de más arriba... y el decoro de todos ustedes ¿No les había dicho que me dedico a escribir guiones de crímenes para la serie de Ellery Queen en televisión? Todos ellos tienen como telón de fondo un marco artístico -el ballet, un auditorio de conciertos, la ópera...- y muchos de mis sospechosos y cadáveres son personas cultas. Tal vez me decida a escribir en su honor otro que se desarrolle en el marco del negocio de libros raros. ¿Qué prefiere usted ser, el asesino o el cadáver?

HH

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Llevaba un tiempo detrás de leer 84, Charing Cross Road, una obra de la que solamente había escuchado maravillas, y en cuanto vi que Anagrama había decidido incluirla en su nueva serie de ediciones limitadas  supe que había llegado el momento. La edición, desde luego, es preciosa y llama la atención inmediatamente con todos esos sellos de colores. Veamos el contenido, que desde luego, no la desmerece.

Detrás de Helene Hanff hay una historia curiosa. Fue una escritora norteamericana autodidacta sin ningún tipo de estudios que se empecinó en escribir obras de teatro, por lo visto de calidad suficiente como para ser representadas pero que sistemáticamente rechazadas - algunas de ellas por auténticas nimiedades- una tras otra, hasta el punto de finalmente ninguna fue puesta en escena; donde sí fueron todas juntas, fue, en palabras de Helene, "directas al incinerador". Sea como fuera, Hanff vio que el teatro no iba a pagar sus facturas, y antes de entrar en la más absoluta de las ruinas, se coló en el pujante mundo de la televisión, donde escribía guiones para episodios en directo de diversos programas. No obstante, cuando el mundo del espectáculo recogió sus bártulos para poner desde Nueva York rumbo a Hollywood, Helene decidió no seguir su rastro y dedicarse a terminar su vida como escritora, de donde resultan una modesta cantidad de obras de éxito discreto. Excepto la que nos ocupa, pues 84, Charing Cross Road llevó a Helenne Hanf a la primera plana del ambiente cultural de los 70 gracias a su arrolladoras cifras de ventas, así como sus exitosas adaptaciones al teatro y al cine.

84, Charing Cross Road es un libro de cartas completamente reales. Veinte años de cartas con un desconocido que Helene Hanff guardó casi sin querer. No son cartas entre amantes. Ni cartas entre amigos siquiera. Son cartas entre cliente y librero de pura cepa que desembocaron en una amistad tierna y conmovedora separada por el Océano Atlántico. Todo nace en 1949: Helene Hanff descubre en una biblioteca de Nueva York su pasión por la literatura inglesa, que unida a su fervor por los libros bien editados hace que su material de lectura sea difícil de encontrar en los Estados Unidos. Así, y gracias a un anuncio, enviará una carta a una librería de Londres, Marks & Co., con el objetivo de sondear sus existencias y hacer un primer intento de pedido.

Para Hanff la sorpresa será mayúscula al saber el ridículo precio de los libros en una Inglaterra deprimida por la posguerra, por lo que se iniciará una fluida correspondencia entre Hannf y Frank Doel, uno de los seis vendedores de la librería. Tras unas primeras cartas cordiales y de temática exclusivamente literaria, comenzaremos a degustar el exquisito choque del humor socarrón y sarcástico de Hanff con la flema y templanza británica del librero. Pero el punto culminante en la historia llegará cuando la estadounidense sepa a través de una amiga que suele viajar a Gran Bretaña acerca de la escasez de alimentos que el racionamiento está provocando en Inglaterra, lo que la llevará a enviar a los libreros y a sus familias cargamentos de comida con el poco dinero que consigue reunir, además de medias para las mujeres y otros útiles difíciles de conseguir en las islas. Y gracias a estos gestos de Helenne, serán diversos los interlocutores agradecidos que se sumarán a la correspondencia: desde otros empleados de la librería hasta sus mujeres, pasando por vecinas y conocidos, en una especie de mosaico curiosísimo de relaciones a distancia cargadas de ternura, humor y agradecimiento. Y por supuesto, de buena literatura.

En definitiva, estamos ante una obra que al finalizar su lectura solamente viene una palabra a la mente: deliciosa. Una auténtica joya: breve, divertida y cuyo recuerdo pondrá de manera inevitable una sonrisa en nuestro rostro. ¿Se puede pedir más?


Helene Hanff

lunes, 18 de abril de 2016

Al sur de la frontera, al oeste del sol. Haruki Murakami



     Cuando la conocí, yo tenía diecisiete años y cursaba tercero de bachillerato, ella tenía veinte y estaba en segundo de universidad. Era, además, prima de Izumi. Por lo pronto, tenía novio. Claro que todo eso no fue ningún obstáculo. Aunque hubiera tenido cuarenta y dos años, tres hijos y dos colas a la espalda, no me hubiera importado. Su magnetismo era demasiado fuerte. Tenía muy claro que no podía dejarla pasar de largo. Seguro que me habría arrepentido toda la vida.
     Así que la persona con quien tuve relaciones sexuales por primera vez era prima de mi novia.


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Después de leer Los detectives salvajes, sabía que necesitaba continuar con algo realmente bueno que no supusiese un bajón demasiado abrupto. Por ello me decidí por Murakami, un autor que nunca me ha fallado hasta la fecha. Y que continúa sin hacerlo, afortunadamente. 

Le den o no el dichoso Nobel, Murakami es un escritor puntero con la extraordinaria capacidad de alumbrar numerosos aspectos que nos revelan la clave de lo contemporáneo. En la novela que abordamos hoy, Al sur de la frontera, al oeste del sol (título que de primeras suena raro, y que una vez terminado el libro resulta perfecto), Murakami aborda temas muy interesantes integrados en una historia de búsqueda personal. Pero sobre todo, el japonés desarrolla una línea temática fascinante que recorre todo el relato: la imposibilidad del hombre moderno, urbano y tecnológico, para encontrar su propia identidad e identificar su esencia, aquello que lo hace único y lo pone en un lugar concreto del universo. Una especie de crónica de la soledad en un mundo masificado y comunicado a la perfección.

La historia carece de ese surrealismo tan fantástico al que Murakami nos tiene acostumbrados, si bien hay un juego que me encanta, como es la imposibilidad de su protagonista -y del lector, por supuesto- para distinguir lo que es real de lo que no. La novedad de esta novela comparándola con las otras que he leído suyas, es que los sucesos irreales que en ella ocurren se integran en el mundo de lo posible, no alteran el flujo normal de la realidad, lo cual ha hecho que me guste aún más la manera de plasmar ese sello tan suyo, ese cuestionarse siempre la veracidad de lo que vivimos y sentimos.


Al sur de la frontera, al oeste del sol, nos cuenta la historia de Hajime, cuya infancia estuvo condicionada por ser hijo único, algo que le hizo sentirse socialmente diferente hasta que conoció a Shimamoto, otra hija única, marcada por su prominente cojera. Con la bella Shimamoto compartió una preadolescencia agradable y tranquila, escuchando música y leyendo buenos libros. Un roce de sus manos de apenas diez segundos les hizo descubrir a ambos que existen dos realidades, dos mundos. Lo posible y lo imposible. Y que siempre van a existir; siempre habrá aspectos que nos serán negados en esta vida. Lo complicado es saber dónde está la frontera, porque no hay ninguna línea que nos la indique en un mapa.

Tras separarse en la adolescencia, Hajime experimenta intensamente el despertar sexual dejando alguna víctima por el camino, estudia en la universidad de Tokio y consigue un trabajo en una editorial. Tras casarse con la dulce Yukiko, Hajime se convierte en el propietario de un par de clubes de jazz con los que consigue un enorme éxito empresarial y económico. Todo va bien, excepcionalmente bien. Hasta que Hajime se da cuenta de que su perfecta vida social no le satisface, no llena su existencia: es como si viviese una vida ajena. Pero la vida a veces da segundas oportunidades, y Hajime tendrá la ocasión de visitar los reinos de lo imposible con la llegada a uno de sus clubes, en una noche de lluvia densa y brumas, de una misteriosa mujer coja. 

Y así, llegarán los ajustes de cuentas con el pasado. Una sombra que pulula por encima de todos nosotros y que normalmente somos incapaces de dispersar.

Como vemos, una historia "muy Murakami", donde el lector se siente cómodo gracias a su prosa liviana y suave, de textura blanda, donde la historia se desliza agradablemente entre sus páginas. Leer a Murakami es un verdadero placer: ese tono tan suyo que fácilmente identificaremos si ya hemos leído alguna obra suya es un goce para los sentidos y para la mente. También lo son las continuas referencias al jazz, a la cultura pop y al cine, que hacen de Murakami un escritor asiático muy occidentalizado que personifica una singular y excelente mezcla de registros.

Lo dicho: si aún no conocéis a Murakami, creo que sería la obra perfecta para empezar.

¡Besos y abrazos!


miércoles, 13 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (y parte II)




Guillem Piña, calle Gaspar Pujol, Andratx, Mallorca, junio de 1994. [...] Durante un rato estuvimos sin hablar, pensando, mientras el ascensor bajaba y subía y el ruido que hacía era como el ruido de los años en que no nos habíamos visto. Le voy a desafiar a un duelo, dijo Arturo finalmente. ¿Quieres ser mi padrino? Eso fue lo que dijo. Sentí como si me clavaran una inyección. Primero el pinchazo, luego el líquido que entraba no en mis venas sino en mis músculos, un líquido helado, que provocaba escalofríos. La proposición me pareció descabellada y gratuita. Nadie desafía a nadie por algo que aún no ha hecho, pensé. Pero luego pensé que la vida (o su espejismo) nos desafía constantemente por actos que nunca hemos realizado, en ocasiones por actos que ni siquiera se nos ha pasado por la cabeza realizar. Mi respuesta fue afirmativa y acto seguido pensé que la eternidad sí que existe[...] Lo primero que discutimos fue el tipo de armas. Yo sugerí globos hinchados de agua con tintura roja. O una pelea a sombrerazos. Arturo se empeñó en que tenía que ser con sables.


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Una vez abordada de manera sucinta la figura de Bolaño en la primera parte de la reseña, vamos a centrarnos, ya sí, en Los detectives salvajes. Vaya por delante que si ya es difícil para mí plasmar en un espacio tan reducido todo lo que me ha evocado algo tan complejo como un libro, esta dificultad crece hasta cotas desconocidas en el caso de Los detectives salvajes, puesto que se trata de una obra de una ambición descomunal que intenta abarcar todos los registros del alma humana, que además realiza una descomposición cruda de la realidad social de su época y por si no teníamos bastante, un feroz y mordaz análisis de la literatura hispánica del siglo XX y de la generación de Bolaño. Los detectives salvajes es la voz de una generación de jóvenes latinoamericanos perdidos en un mundo complejo y violento. Por lo tanto, tenemos delante más que una novela un proyecto vital, un texto complicado y novedoso como en su momento lo fueron La Divina Comedia, El Quijote o Crimen y castigo. Palabras mayores, vaya.

Los detectives salvajes está estructurada en tres partes de extensión muy desigual. La primera, Mexicanos perdidos en México (1975) es una especie de novela corta -abarca 150 páginas- escrita en forma de diario. En ella, un joven llamado García Madero inicia su narración cuando en un taller de poesía conoce a los protagonistas absolutos de la obra, Arturo Belano y Ulises Lima, quienes lo invitan a formar parte de su vanguardia poética, el realismo visceral. García Madero se adentra desde entonces en un submundo de poetas extraños por el que desfilarán personajes tremendamente carismáticos y se dará cuanta de que Belano y Lima (además de vender marihuana) están obsesionados buscando alguna pista sobre Cesárea Tinajero, una poeta desaparecida y olvidada décadas atrás, de la que no quedaba rastro alguno, hasta que un indicio los lleva a emprender un viaje a los desiertos de Sonora.

La segunda parte, Los detectives salvajes (1976-1996) constituye el grueso de la novela, además de abarcar temporalmente la friolera de dos décadas. Esta sección está construida en forma de monólogos en los que cincuenta y tres narradores (ha leído usted bien) van contando cuál fue su relación en algún punto de su vida con Belano o con Lima, de modo que podemos ir reconstruyendo lo que fue de ellos tras su búsqueda de Cesárea en Sonora. Visitaremos México DF, Barcelona, Roma, Israel, Madrid, Ruanda, San Francisco, Mallorca o Nicaragua en nuestra búsqueda de Belano y Lima, personajes etéreos, volátiles y complejos que veremos a través de los ojos de nada menos que cincuenta y tres personas con sus respectivas voces propias, en lo que constituye un alarde narrativo sin precedentes y abrumador en el que muchas cosas no son lo que parecen, y en nuestra mano está descubrirlo. Conoceremos personajes tan variopintos como una bisnieta de Trotsky, un neonazi borderline, un arquitecto encerrado en un manicomio, críticos literarios, supervivientes del golpe de Pinochet, fotógrafos que se juegan la vida en África, una masoquista obsesionada con divulgar la palabra de Sade o un emigrante chileno en Barcelona cuyas alucinaciones le hacen ganar quinielas. Un mosaico de voces increíble que solo puede hacer que admiremos atónitos la capacidad narrativa de Bolaño.

Finalmente, Los desiertos de Sonora (1976) nos narra (por fin) el viaje a norte de México de Belano y Lima veinte años atrás, justo donde terminó la primera parte,  y en donde se desvelará finalmente el enigma de Cesárea .Terminaremos completamente impresionados, ya que muchas de las actitudes y comportamientos de los protagonistas que nos han ido explicando los narradores en la segunda parte solamente serán comprensibles cuando sepamos qué ocurrió en los pueblos perdidos de los desiertos de Sonora, y esto hará que de pronto nos replanteemos todo lo que hemos leído hasta ese punto.

Pero en la novela hay más. Muchísimo más. Un mundo vivo y enorme lleno de cafés de mala muerte, conversaciones sobre poesía, sexo heterosexual, sexo homosexual, tequila, mezcal, adivinanzas, infidelidades, duelos a espada, autoestopistas, ladrones de libros... un auténtico marasmo narrativo construido de manera sólida y sin fisuras.

Mención aparte merece el estilo de la novela. Bolaño en esto -como en casi todo- es único e inimitable. Porque la obra parece a priori, no tener un estilo especialmente pulido o explícitamente literario. Parece incluso escrita de manera apresurada, simple, coloquial, hasta cutre. Pero cuando quieres darte cuenta, estás atrapado. No puedes parar porque esa es la magia de Bolaño: la creación de un mundo plausible, casi tocable y perceptible por nuestra mente y nuestros sentidos gracias a ese uso hipnótico de la palabra.

Como dije en la primera parte, la novela se ha quedado con algo de mí para siempre. Sé que no la voy a guardar nunca y que siempre estará a mano para releer algún pasaje aleatorio. Y eso es algo que ocurre pocas veces en la vida de un lector. No puedo sino mostrar admiración por Bolaño y por su alter ego, Arturo Belano, a quien considero una persona más, una persona que supo salir de su jaula de papel para perderse por este ancho y confuso mundo.

Esta no es una novela. Es la novela.

Por cierto... ¿qué hay detrás de la ventana?





lunes, 11 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (Parte I)



Laura Jaúregui, Tlalpan, Mexico DF, mayo de 1976. ¿Ha visto usted alguna vez un documental de esos pájaros que construyen jardines, torres, zonas limpias de arbustos en donde ejecutan las danzas de seducción?¿Sabía que solo se aparean los que ejecutan las más elaboradas de las danzas?¿No ha visto usted nunca a esos pájaros ridículos que bailan hasta la extenuación para conquistar a una hembra? 
     Así era Arturo Belano, un pavorreal presumido y tonto. Y el realismo visceral, su agotadora danza de amor hacia mí. Pero el problema era que yo no lo amaba. Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético [...] Pobres ratoncitos hipnotizados por Ulises y llevados al matadero por Arturo. Trataré de resumir y ser concisa: el mayor problema era que casi todos tenían más de veinte años y se comportaban como si no hubieran cumplido los quince. ¿Se da cuenta?


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Nunca he sido capaz de elaborar una lista al uso de mis libros favoritos. Más bien tengo una visión de mis lecturas similar a la de una pirámide. Ya sabéis que pienso que todo libro nos aporta algo y nos ayuda a crecer como personas en menor o mayor medida. De este modo, aquellos libros que más me han enriquecido son los que se acercan a la cúspide de la pirámide, mientras que los más discretos vendrían a formar el grueso de su base. Pues bien; en este sistema vago y arenoso solamente hay clara una cosa, y esa es la punta de la pirámide, el ladrillo que la culmina. Allí se sitúa Cien años de soledad, un libro que en su momento me dejó terriblemente impresionado. Un libro que me hizo ver hasta qué punto se puede llegar con la palabra escrita: desde entonces he leído Cien años de soledad más de diez veces, y sé que jamás dejaré de hacerlo.

Bueno. Pues desde ahora, esa cima tiene un nuevo inquilino que acompaña a la obra de García Márquez codo con codo en una suerte de bicefalia: Los detectives salvajes, una novela que me ha llevado al punto de la obsesión total y absoluta (ya lo sabéis aquellos que habláis conmigo). Una novela de la que no puedo salir y que después de terminar su lectura se ha quedado con un pedazo de mí que va a estar siempre entre sus páginas, perdido en los desiertos de Sonora. Tras leerla, he pasado horas releyendo pasajes y capítulos enteros (creo que la he leído al menos dos veces de una vez). He reconstruido y ordenado por escrito la historia de sus personajes para intentar comprenderla mejor, me he hecho mapas y lineas del tiempo y he visto documentales sobre Bolaño para entender mejor ciertas partes de la historia. He leído más de veinte artículos y cuantas entrevistas a Bolaño he encontrado en Internet. Y tras esta búsqueda, me he dado cuenta de que el inquietante título de la novela designa en realidad al lector, quien se convierte sin remedio en detective para saber mucho más de la historia que tenemos sobre el papel. No por gusto, sino por necesidad. Poneos cómodos que os voy a hablar sobre la mayor barbaridad que jamás he leído.

He decidido partir esta reseña en dos partes porque la figura de Roberto Bolaño tiene miga y merece pararse un poquito más de la cuenta. En la actualidad, Bolaño es un escritor considerado de culto -complejo concepto, por otra parte-. En su Chile natal, obsesionado con el poeta Nicanor Parra, fundó un movimiento de vanguardia poética, el estridentismo, que se dedicaba a sabotear los actos culturales de los poetas canónicos latinoamericanos. Se consideraban a sí mismos los depositarios de la palabra lírica, los destinados a conservar la poesía verdadera, casi unos iluminados. Y evidentemente, el fracaso fue estrepitoso. Ello llevó a Bolaño a mudarse a Cataluña, donde trabajó prácticamente de todo: friegaplatos, vigilante nocturno de campings, basurero, camarero, e incluso puso una tienda de abalorios para turistas... hasta que empezó a escribir relatos con los que ganaba concursos literarios que le permitían vivir de la literatura. Su matrimonio y el nacimiento de su hijo Lautaro hicieron que el chileno comenzase a escribir novelas. Las primeras ya mostraron su enorme talento, pero fue en 1998 cuando Bolaño reventó el mundo literario con Los detectives salvajes, una obra sublime, gigante, magnánima, que ganó entre otros el Premio Herralde y encumbró a Bolaño como el líder absoluto de su generación.

Pero pienso que la historia ha sido tremendamente injusta con Bolaño, quien ha pasado en muchos foros a ser un mito literario por su enfermedad y su muerte prematura más que por su literatura en sí. Su malditismo lo ha hecho pasar a la historia con más fuerza que su obra, de la que mucha gente habla sin haberla leído. Bolaño supo en 1993 que tenía una enfermedad autoinmune de extrema gravedad. Tras el éxito de Los detectives salvajes, escribió como un poseso para dejar escrito todo lo que llevaba dentro, hasta el punto de escribir su gran proyecto literario, 2666, en estado terminal. Dejó incluso por escrito la linea argumental por si moría sin finalizar la novela, y también un plan para publicarla en cinco partes para que su familia recibiese más ingresos por los libros. Finalmente murió en 2003, con cincuenta años, días después de terminar 2666 y habiendo abandonado los tratamientos para escribir con mayor rapidez y claridad. Por cierto, su mujer y sus hijos decidieron publicarla de una sola vez, tal y como la hubiese publicado Bolaño de no haber estado enfermo.

Y tras la muerte, comienza el mito. Así, Roberto Bolaño es una de las figuras más magnéticas e inquietantes de la literatura reciente. Su obra recorre un camino completamente nuevo; él es quien introduce a la literatura hispanoamericana en el siglo XXI y representa la superación de García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa; es decir, Bolaño supone el fin del boom hispanoamericano y la apertura del camino por el que discurrirá la narrativa moderna. Bolaño fue un tipo raro, una persona peculiar, un chileno pesado cuya verborrea escondía uno de los mundos literarios más ricos y complejos de la historia de la literatura. En definitiva, un regalo que solo pudimos disfrutar durante cincuenta años. Por suerte, nos queda su obra.

Dentro de unos días seguimos.





Le debemos un hígado a Bolaño, Nicanor Parra


lunes, 4 de abril de 2016

Los girasoles ciegos. Alberto Méndez


PÁGINA 16

     Nieva. Nieva. Nieva. Con mi debilidad me resulta cada vez más penoso cortar leña para calentar la choza donde vivimos la vaca, el niño y yo. Los tres estamos cada vez más débiles. Sin embargo el niño, al que todavía no he puesto nombre, tiene una vivacidad sorprendente. Emite ruidos guturales cuando está despierto, como gorjeos. Por una parte me gusta que esté despierto porque su total dependencia de mí me otorga una importancia que nunca nadie me había concedido, excepto Elena. Por otra, me aniquilan sus ojos desbordando las órbitas hasta parecer enormes y sus mejillas hundidas buscando la calavera. Está muy delgado. La vaca también está muy delgada, aunque sigue dando leche suficiente para él y para mí. Yo estoy muy delgado y aterido.
     No sé en qué mes estamos. ¿Serán ya las navidades?
     Hoy, siguiendo las huellas de un animal, he descendido monte abajo hacia Sotre y he visto a unos leñadores al fondo del valle. He sentido revivir un miedo familiar y denso. Ahora estoy orgulloso de mi miedo, porque al final de esta guerra monstruosa he visto morir demasiada gente por su arrojo. Si sigo aquí, moriremos la vaca, el niño y yo. Si descendemos al valle moriremos la vaca, el niño y yo.


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Los girasoles ciegos es la segunda de las novelas que nuestros estudiantes de Bachillerato deben leer en la antesala de su inmersión en el mundo universitario. Son, por lo tanto, lecturas que deber aportar a nuestros jóvenes perspectivas útiles sobre ciertos resquicios de nuestra esencia social y cultural. En este caso, tras la Crisis del 98, toca la Guerra Civil.

Y no me puede parecer una novela más acertada para abordar el tema, porque Los girasoles ciegos constituye un documento de un valor literario inestimable que hace, de una manera muy especial, que no nos olvidemos del horror que nuestros antepasados recientes vivieron en la misma tierra que hoy día pisamos en libertad. Y digo de una manera muy especial porque hace unos años -digamos, en los albores de nuestro joven siglo-, las editoriales publicaban sin freno cualquier obra que se ambientase en la Guerra Civil; de ahí salieron historias buenas, historias no tan buenas, películas por doquier buscando conmover a toda costa y alguna que otra obra de teatro que hicieron que el filón de la Guerra Civil se agotase de tanto uso y provocase que el tema, al menos a mí, causara empacho. De este modo, si tuviese que quedarme con una sola ficción, con una sola historia que me contase la Guerra Civil de forma literaria, esa sería sin duda Los girasoles ciegos. Ahora veremos por qué.

Alberto Méndez es un caso muy peculiar en nuestro elenco literario del XXI. Hijo de un afiliado comunista, su familia tuvo que exiliarse en Italia, donde estudió filosofía y letras y comenzó su labor editorial, a la que dedicó toda su vida laboral. En 2004, probó suerte en el mundo literario y escribió Los girasoles ciegos, una auténtica maravilla cuyo éxito no pudo disfrutar, pues falleció inesperadamente ese mismo año. Por lo tanto, el reconocimiento de la obra -enorme, todo sea dicho- fue póstumo, y el genial escritor que parecía haber dentro de Alberto Méndez solamente pudo brindarnos esta novela antes de dejarnos.

La novela en sí la constituyen cuatro relatos a los que el autor llama "derrotas" en lugar de "partes" o "capítulos", lo cual nos da una primera idea de por dónde van los tiros. Alberto Méndez nos cuenta cuatro historias de posguerra cuyos protagonistas viven en un mundo desolado, cruel, donde es imposible vislumbrar la luz que posiblemente haya tras la enorme oscuridad que ha dejado la Guerra; son girasoles ciegos incapaces de orientarse porque su sol está apagado. Y es que, aparte obviamente de mostrarnos un escenario de vencedores y vencidos, estamos ante una gran derrota: la de nuestro país y nuestra sociedad, cuya muestra son estas pequeñas cuatro derrotas, o la crónica intrahistórica -en términos de Unamuno- de la locura y el horror.

Literariamente, el libro es brillante y deja con la boca abierta por el magistral dominio narrativo de las voces que cuentan los cuatro relatos (la cuarta derrota tiene tres narradores entrelazados de manera perfecta y asombrosa), por la originalidad de los argumentos, por la recreación de la España confusa y nublada de posguerra y por la enorme carga sentimental que se desprende de los personajes y de sus motivaciones.

En la "Primera derrota o si el corazón pensara dejaría de latir", conocemos al capitán Alegría, un encargado de la intendencia y la logística del bando franquista que decide rendirse justamente el día antes de que Franco tomase Madrid, simplemente para que nadie lo pudiese declarar -ni él mismo sentirse- vencedor de semejante crueldad. Como comprenderéis, la sorpresa de los soldados republicanos es mayúscula ante la rendición de Alegría, aunque aún mayor será la estupefacción de los que fueron sus compañeros al día siguiente, cuando toman Madrid y lo encuentran preso tras haberse rendido.

La "Segunda derrota o manuscrito encontrado en el olvido" es la más triste del volumen. Méndez utiliza el recurso del manuscrito hallado para reproducir el diario de un poeta adolescente que huyó de Madrid con su joven esposa embarazada. En su huida hacia el norte, la urgencia del parto los sorprendió en la frontera entre Asturias y León, donde tuvieron que cobijarse en una pequeña casa abandonada. Ahí, encerrados y acorralados por el frío, la nieve, los lobos y los soldados vivirán el dramático final del que seremos testigos por el diario que el poeta va escribiendo en su desesperación.

En la "Tercera derrota o el idioma de los muertos", visitaremos una prisión de Madrid donde se juzga y se condena a los presos republicanos con la misma ligereza que son fusilados al día siguiente. El protagonista, un músico que trabajó como enfermero en un hospital republicano, es el único que responde afirmativamente a la pregunta que el verdugo hace todos los días: ¿conoció usted a mi hijo? Así, el relato es una especie de "Las mil y una noches" en donde el protagonista cuenta cada día al general franquista historias sobre su hijo para retrasar su ejecución, con mucho cuidado de endulzar la realidad y contarle lo que realmente quiere escuchar. Que su hijo no fue lo que en realidad fue.

Finalmente, la "Cuarta derrota o los girasoles ciegos" es un ejercicio literario de una brillantez soberbia. Como decía, la historia la narran tres voces: la de un narrador que nos cuenta la historia de una familia en la que el padre vive escondido permanentemente en un armario para no ser detenido, y al que se ha dado por muerto; la de un sacerdote franquista que escribe una carta a la diócesis contando la lascivia que siente ante Elena, la madre de un alumno a quien da clase en párvulos, viuda tras la guerra. Y finalmente, la voz del niño, ya de adulto, que nos narra las peripecias para mantener escondido a su padre en el armario y para sobrellevar el acoso del cura a su madre.


Como vemos, estamos ante cuatro historias de una intensidad increíble, que dejan un poso enorme de tristeza tras su lectura junto con la satisfacción de que Méndez ha puesto por escrito aquello que no debe olvidarse. Además, tenemos el aliciente de que las cuatro derrotas están entrelazadas entre sí, ya depende de nosotros descubrir en qué punto. No os la perdáis.

Y vosotros, ¿con qué libro empezáis la semana?

¡Besos y abrazos!


Alberto Méndez