jueves, 10 de marzo de 2016

El árbol de la ciencia. Pío Baroja




      La política de Alcolea respondía perfectamente al estado de inercia y desconfianza del pueblo. Era una política de caciquismo, una lucha entre dos bandos contrarios, que se llamaban el de los Ratones y el de los Mochuelos; los Ratones eran liberales, y los Mochuelos conservadores.
En aquel momento dominaban los Mochuelos. El Mochuelo principal era el alcalde, un hombre delgado, vestido de negro, muy clerical, cacique de formas suaves, que suavemente iba llevándose todo lo que podía del municipio.
      El cacique liberal del partido de los Ratones era don Juan, un tipo bárbaro y despótico, corpulento y forzudo, con unas manos de gigante; hombre que cuando entraba a mandar trataba al pueblo en conquistador. Este gran Ratón no disimulaba como el Mochuelo; se quedaba con todo lo que podía, sin tomarse el trabajo de ocultar decorosamente sus robos. Alcolea se había acostumbrado a los Mochuelos y los Ratones, y los consideraba necesarios. Aquellos bandidos eran el sostén de la sociedad; se repartían el botín

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Cada año leo El árbol de la ciencia para hablarle sobre la obra a mis queridos alumnos de bachillerato. Y con cada lectura, sin importar cuantas lleve a las espaldas, me quedo más asombrado ante la magnitud de la novela. Ante la clarividencia de Pío Baroja para alumbrar las grietas que posee nuestro país sobre una base que parece imposible de reparar, más que nada porque El árbol de la ciencia, una obra escrita en 1911, podría haber sido escrita el martes pasado sin ningún problema. Ahora que está tan de moda la reivindicación social y el inconformismo civil, os recomiendo leer esta  amena y maravillosa historia que se apoya en una triple dimensión: social, filosófica y literaria. Probablemente sea mucho más útil que darle a "compartir".

A poco que hayamos estudiado un mínimo de historia literaria, el nombre de Baroja se nos asociará inmediatamente al concepto de Generación del 98. Aunque el propio Baroja siempre negó la legitimidad de dicha etiqueta, lo cierto es que resulta útil para englobar a un grupo de escritores, ensayistas, filósofos y poetas (Azorín, Unamuno, Maeztu, Valle-Incán, Ganivet, etc etc) que sufrieron la crisis social que culminó con el Desastre del 98 y que desde su posición intelectual practicaron activamente una filosofía regeneracionista, identificando y proponiendo soluciones para los problemas que aquejaban a nuestra sociedad por aquel entonces, en muchos casos, no muy diferentes a los actuales.

Así, en la novela conoceremos la historia de Andrés Hurtado, un álter ego de Baroja, a lo largo de toda su vida adulta, desde que inicia sus estudios de medicina al principio de la obra (recordemos que Baroja, al igual que Andrés, fue médico) hasta que forma una familia ya en su madurez, pasando por sus años como médico en prácticas y las experiencias como médico titular en un hostil pueblo manchego. Andrés es un personaje complicado, completamente abrumado y sobrepasado por la sociedad que le rodea, plagada de ignorancia, inacción, estupidez, crueldad e insolidaridad, que iniciará la novela en un estado anímico de activismo social y que poco a poco irá cayendo en un abismo de pesimismo nihilista generado por lo imposible de su lucha social. Así, a través de los ojos de Andres y de sus relaciones con los demás, Baroja, como buen médico, hará un exhaustivo análisis de un amplio espectro de factores de la sociedad española de la época: corrupción política, prensa manipulada y manipuladora, burbujas económicas que ayer fueron pan y hoy son hambre, la masa pobre que mira al rico con envidia, el ascenso social del que pisotea sin escrúpulos, la frustración del honrado, la emigración del talento, un sistema educativo atrasado y maltratado por la política... podría seguir durante otro párrafo, pero creo que es suficiente para ejemplificar la vigencia tan abrumadora que posee El árbol de la ciencia.

Por otro lado, en sintonía con la literatura de la época, la novela posee tintes filosóficos, materializados en las conversaciones, una suerte de diálogos platónicos, que Andrés mantiene con su tío Iturrioz, y que tratan temas filosóficos de lo más interesantes, poniéndose sobre la mesa la aplicación práctica de teorías como la de la lucha por la vida de Darwin, el utilitarismo inglés o la metafísica Kantiana, hasta llegar a una interpretación brillante, magistral, de la teoría de los árboles del paraíso: el árbol de la vida, bajo cuya sombra se cobijarán los ignorantes, la masa social aborregada que solo busque su dosis diaria de (insértese aquí televisión, cotilleos, deportes o aquello que se os ocurra) y que rehuye de cualquier mínimo de inquietud intelectual, a cambio, eso sí, de vivir una plácida y feliz existencia nublada por la ignorancia. En el otro extremo, el árbol de la ciencia, cuyas ramas nos llevan al conocimiento, a la inquietud, a la búsqueda de respuestas, pero además, como ocurre con el bueno de Andrés, a la mayor de las infelicidades. Porque Andrés es un Quijote social, que se estrella de lleno contra los molinos de viento de la ignorancia.

Y poco más queda por decir sin entrar en un exceso didáctico por deformación profesional. Solo puedo alegrarme de que nuestros jóvenes lean El árbol de la ciencia y os recomiendo que superéis el reparo que suelen transmitir los clásicos y os animéis a descubrir en el texto de Baroja (que se lee muy rápido, por cierto) un manual para comprender mejor los fantasmas que pululan desde hace más de un siglo por nuestra sociedad, y que de cuando en cuando aparecen para darnos un buen susto. Salvo que miremos para otra parte.

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"El contagio de los prejuicios hace creer muchas veces en la dificultad de las cosas que no tienen nada de difíciles"
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Y a vosotros, ¿qué novela clásica os parece vigente?

¡Besos y abrazos!











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