lunes, 4 de abril de 2016

Los girasoles ciegos. Alberto Méndez


PÁGINA 16

     Nieva. Nieva. Nieva. Con mi debilidad me resulta cada vez más penoso cortar leña para calentar la choza donde vivimos la vaca, el niño y yo. Los tres estamos cada vez más débiles. Sin embargo el niño, al que todavía no he puesto nombre, tiene una vivacidad sorprendente. Emite ruidos guturales cuando está despierto, como gorjeos. Por una parte me gusta que esté despierto porque su total dependencia de mí me otorga una importancia que nunca nadie me había concedido, excepto Elena. Por otra, me aniquilan sus ojos desbordando las órbitas hasta parecer enormes y sus mejillas hundidas buscando la calavera. Está muy delgado. La vaca también está muy delgada, aunque sigue dando leche suficiente para él y para mí. Yo estoy muy delgado y aterido.
     No sé en qué mes estamos. ¿Serán ya las navidades?
     Hoy, siguiendo las huellas de un animal, he descendido monte abajo hacia Sotre y he visto a unos leñadores al fondo del valle. He sentido revivir un miedo familiar y denso. Ahora estoy orgulloso de mi miedo, porque al final de esta guerra monstruosa he visto morir demasiada gente por su arrojo. Si sigo aquí, moriremos la vaca, el niño y yo. Si descendemos al valle moriremos la vaca, el niño y yo.


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Los girasoles ciegos es la segunda de las novelas que nuestros estudiantes de Bachillerato deben leer en la antesala de su inmersión en el mundo universitario. Son, por lo tanto, lecturas que deber aportar a nuestros jóvenes perspectivas útiles sobre ciertos resquicios de nuestra esencia social y cultural. En este caso, tras la Crisis del 98, toca la Guerra Civil.

Y no me puede parecer una novela más acertada para abordar el tema, porque Los girasoles ciegos constituye un documento de un valor literario inestimable que hace, de una manera muy especial, que no nos olvidemos del horror que nuestros antepasados recientes vivieron en la misma tierra que hoy día pisamos en libertad. Y digo de una manera muy especial porque hace unos años -digamos, en los albores de nuestro joven siglo-, las editoriales publicaban sin freno cualquier obra que se ambientase en la Guerra Civil; de ahí salieron historias buenas, historias no tan buenas, películas por doquier buscando conmover a toda costa y alguna que otra obra de teatro que hicieron que el filón de la Guerra Civil se agotase de tanto uso y provocase que el tema, al menos a mí, causara empacho. De este modo, si tuviese que quedarme con una sola ficción, con una sola historia que me contase la Guerra Civil de forma literaria, esa sería sin duda Los girasoles ciegos. Ahora veremos por qué.

Alberto Méndez es un caso muy peculiar en nuestro elenco literario del XXI. Hijo de un afiliado comunista, su familia tuvo que exiliarse en Italia, donde estudió filosofía y letras y comenzó su labor editorial, a la que dedicó toda su vida laboral. En 2004, probó suerte en el mundo literario y escribió Los girasoles ciegos, una auténtica maravilla cuyo éxito no pudo disfrutar, pues falleció inesperadamente ese mismo año. Por lo tanto, el reconocimiento de la obra -enorme, todo sea dicho- fue póstumo, y el genial escritor que parecía haber dentro de Alberto Méndez solamente pudo brindarnos esta novela antes de dejarnos.

La novela en sí la constituyen cuatro relatos a los que el autor llama "derrotas" en lugar de "partes" o "capítulos", lo cual nos da una primera idea de por dónde van los tiros. Alberto Méndez nos cuenta cuatro historias de posguerra cuyos protagonistas viven en un mundo desolado, cruel, donde es imposible vislumbrar la luz que posiblemente haya tras la enorme oscuridad que ha dejado la Guerra; son girasoles ciegos incapaces de orientarse porque su sol está apagado. Y es que, aparte obviamente de mostrarnos un escenario de vencedores y vencidos, estamos ante una gran derrota: la de nuestro país y nuestra sociedad, cuya muestra son estas pequeñas cuatro derrotas, o la crónica intrahistórica -en términos de Unamuno- de la locura y el horror.

Literariamente, el libro es brillante y deja con la boca abierta por el magistral dominio narrativo de las voces que cuentan los cuatro relatos (la cuarta derrota tiene tres narradores entrelazados de manera perfecta y asombrosa), por la originalidad de los argumentos, por la recreación de la España confusa y nublada de posguerra y por la enorme carga sentimental que se desprende de los personajes y de sus motivaciones.

En la "Primera derrota o si el corazón pensara dejaría de latir", conocemos al capitán Alegría, un encargado de la intendencia y la logística del bando franquista que decide rendirse justamente el día antes de que Franco tomase Madrid, simplemente para que nadie lo pudiese declarar -ni él mismo sentirse- vencedor de semejante crueldad. Como comprenderéis, la sorpresa de los soldados republicanos es mayúscula ante la rendición de Alegría, aunque aún mayor será la estupefacción de los que fueron sus compañeros al día siguiente, cuando toman Madrid y lo encuentran preso tras haberse rendido.

La "Segunda derrota o manuscrito encontrado en el olvido" es la más triste del volumen. Méndez utiliza el recurso del manuscrito hallado para reproducir el diario de un poeta adolescente que huyó de Madrid con su joven esposa embarazada. En su huida hacia el norte, la urgencia del parto los sorprendió en la frontera entre Asturias y León, donde tuvieron que cobijarse en una pequeña casa abandonada. Ahí, encerrados y acorralados por el frío, la nieve, los lobos y los soldados vivirán el dramático final del que seremos testigos por el diario que el poeta va escribiendo en su desesperación.

En la "Tercera derrota o el idioma de los muertos", visitaremos una prisión de Madrid donde se juzga y se condena a los presos republicanos con la misma ligereza que son fusilados al día siguiente. El protagonista, un músico que trabajó como enfermero en un hospital republicano, es el único que responde afirmativamente a la pregunta que el verdugo hace todos los días: ¿conoció usted a mi hijo? Así, el relato es una especie de "Las mil y una noches" en donde el protagonista cuenta cada día al general franquista historias sobre su hijo para retrasar su ejecución, con mucho cuidado de endulzar la realidad y contarle lo que realmente quiere escuchar. Que su hijo no fue lo que en realidad fue.

Finalmente, la "Cuarta derrota o los girasoles ciegos" es un ejercicio literario de una brillantez soberbia. Como decía, la historia la narran tres voces: la de un narrador que nos cuenta la historia de una familia en la que el padre vive escondido permanentemente en un armario para no ser detenido, y al que se ha dado por muerto; la de un sacerdote franquista que escribe una carta a la diócesis contando la lascivia que siente ante Elena, la madre de un alumno a quien da clase en párvulos, viuda tras la guerra. Y finalmente, la voz del niño, ya de adulto, que nos narra las peripecias para mantener escondido a su padre en el armario y para sobrellevar el acoso del cura a su madre.


Como vemos, estamos ante cuatro historias de una intensidad increíble, que dejan un poso enorme de tristeza tras su lectura junto con la satisfacción de que Méndez ha puesto por escrito aquello que no debe olvidarse. Además, tenemos el aliciente de que las cuatro derrotas están entrelazadas entre sí, ya depende de nosotros descubrir en qué punto. No os la perdáis.

Y vosotros, ¿con qué libro empezáis la semana?

¡Besos y abrazos!


Alberto Méndez




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