lunes, 16 de mayo de 2016

Crónica de una muerte anunciada. Gabriel García Márquez




     El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.

     Tampoco Santiago Nasar reconoció el presagio. Había dormido poco y mal, sin quitarse la ropa, y despertó con dolor de cabeza y con un sedimento de estribo de cobre en el paladar, y los interpretó como estragos naturales de la parranda de bodas que se había prolongado hasta después de la media noche. Más aún: las muchas personas que encontró desde que salió de su casa a las 6.05 hasta que fue destazado como un cerdo una hora después, lo recordaban un poco soñoliento pero de buen humor, y a todos les comentó de un modo casual que era un día muy hermoso. Nadie estaba seguro de si se refería al estado del tiempo. Muchos coincidían en el recuerdo de que era una mañana radiante con una brisa de mar que llegaba a través de los platanales, como era de pensar que lo fuera en un buen febrero de aquella época. Pero la mayoría estaba de acuerdo en que era un tiempo fúnebre, con un cielo turbio y bajo y un denso olor de aguas dormidas, y que en el instante de la desgracia estaba cayendo una llovizna menuda como la que había visto Santiago Nasar en el bosque del sueño

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Presentar a García Márquez resulta un ejercicio completamente innecesario en los tiempos que corren, pues Gabo es una figura abrumadora y eterna. Aquel colombiano con gesto de bonachón y que parecía cobijar cierto poso triste y oscuro, tan consecuente con su acertado dicho de que "todos vivimos tres vidas simultáneas: la pública, la privada y la secreta", es una de las voces más reconocibles de la literatura universal. García Márquez fue la voz de la soledad de América Latina, el portavoz de su esencia, el depositario de su eterna nostalgia. Gabo y su realismo mágico definen como nadie la problemática del pueblo americano, que luchó durante siglos por conocer su identidad extraviada con la colonización y paradójicamente resultante de esta, y que no sabía como conjugar ese enorme marasmo de tradiciones con la inevitable modernidad del siglo XX.

Crónica de una muerte anunciada es un libro increíble. A priori, parece simplemente una historia ingeniosa e imaginativa, escrita bajo esa prosa hipnótica y gráfica de García Márquez, bien localizada en la Colombia profunda y poco más. Pero a medida que decidamos ahondar en ese complejo entramado de voces y de retales del pasado que componen el relato, nos daremos cuenta de que estamos ante una novela de profundidades abisales, ante un titánico ejercicio de talento literario al alcance de muy pocos elegidos.

La novela reconstruye a modo de crónica periodística el asesinato a navajazos de Santiago Nasar a mano de los gemelos Pedro y Pablo Vicario, hermanos de Ángela, la novia que ha sido devuelta a sus padres en durante la noche de bodas. Devuelta porque el misterioso Bayardo, su flamante marido, descubre tras la pantagruélica boda que Ángela no es virgen. Y la manera en la que está planteado este hecho es asombrosa: el narrador, alguien desconocido que estaba en el pueblo el día del crimen, reconstruye a pedazos y mediante entrevistas con los implicados directa o indirectamente en la tragedia de Santiago Nasar, todos los terribles hechos veintisiete años después de aquella espeluznante mañana, todavía impresionado y reticente a creer que en un mismo día pudiesen haberse dado tantas casualidades juntas. Es como si todo el universo confabulase con un mar de fuerzas invisibles para que ese crimen tuviera que llevarse a cabo porque así estaba planeado en alguna parte. Y en medio, el pobre Santiago, el señalado por Ángela como culpable de su deshonra, andando despreocupado por el pueblo mientras todos lo miran con pena y compasión.

Pero más allá del argumento en sí - que es magnífico- lo interesante es comprender cómo funcionan los mecanismos narrativos que sustentan la obra y le otorgan una apabullante coherencia literaria. Y es que los personajes de Crónica son meros peleles, seres pasivos que se ven arrastrados por fuerzas imposibles de aplacar y que nunca llegarán a comprender. El destino es por lo tanto el principal catalizador de la obra, ya que los personajes actúan como títeres manejados por la fatalidad hacia la que se ven arrastrados sin remisión. Los gemelos no quieren matar a Santiago, pero nadie se lo impide porque son tan buenas personas que nadie los cree capaz de hacerlo. Y por supuesto tienen que hacerlo. Todo el pueblo quiere avisar a Santiago, pero lo ven tan raro ese día que pensaban que ya estaba enterado de que los gemelos lo buscaban, provocando así su desconocimiento y su ruina. Alguien le deja una nota, pero por casualidad, no la lee. Ese día sale por una puerta distinta de su casa: de no haberlo hecho, se habría salvado. Su madre atranca la puerta porque cree que Santiago ya se ha refugiado en su huida. Y apuñalado contra esa puerta, cerrada por su propia madre, Santiago será presa del cruel destino que es quien maneja los cuchillos en las manos de los gemelos Vicario.

Otros temas interesantísimos son de carácter social. Vemos una profunda crítica hacia la iglesia americana acomodada o hacia las costumbres machistas de la época. Pero es el tema de la honra el más interesante de largo de cuantos se tratan en Crónica. García Márquez nos transmite con un acierto sobrecogedor lo absurdo y atrasado que resulta ese corsé social tan hispánico que constituye esa concepción de la honra familiar que depende de la virginidad femenina.

Así que como vemos, García Márquez ha conseguido algo increíble: la transfiguración de la tragedia griega, su actualización y aplicación a la realidad hispanoamericana, a esa realidad tan visceral, tan cruda, y en definitiva, tan trágica. Incluso tenemos en la obra un coro en el sentido clásico de la expresión. Y es que el pueblo entero parece ser un personaje colectivo que conspira con el mismo desconocimiento que los protagonistas para favorecer los crueles designios del fatum. Una historia que invita a reflexionar sobre los pilares de nuestra cultura en particular, y sobre las insondables fuerzas que nos rodean en general.

Una obra esencial si os gusta que un libro os deje estupefactos. Arte hecho palabra.



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