lunes, 30 de mayo de 2016

El viejo y el mar. Ernest Hemingway




      - ¡Ahora! -gritó mientras daba un fuerte tirón con ambas manos, luego recuperó un metro de sedal y dio varios tirones más, cambiando de brazo con fuerza y balanceando todo el peso de su cuerpo.
      No ocurrió nada. El pez siguió alejándose despacio y el viejo no pudo acercarlo ni un centímetro. El sedal era resistente y estaba hecho para peces grandes, se lo pasó por detrás de la espalda hasta que estuvo tan tenso que las gotas de agua saltaban como cuentas de vidrio. Luego, empezó a hacer un sordo siseo en el agua y el viejo continuó sujetándolo, afianzándose en la bancada e inclinándose hacia atrás. El bote empezó a moverse lentamente hacia el noroeste.

------o------

Escribir sobre Ernest Hemingway es entrar en terreno de palabras mayores. Y digo esto porque en mi opinión, Hemingway supone un antes y un después en la narrativa del siglo XX. Hemingway encarna la superación de la novela decimonónica y el hallazgo de un nuevo estilo, del estilo contemporáneo con mayúsculas. Por ello ha sido un escritor imitado hasta decir basta y que dejó un rastro de influencias que llega hasta el presente. Para entendernos: Hemingway es uno de los padres.

Leer su biografía es un acto que cansa. Literalmente. Deja agotado seguir mentalmente sus innumerables de viajes, sus cambios continuos de residencia, sus cuatro matrimonios prácticamente solapados, sus enfermedades, sus cicatrices en el rostro y sus numerosos accidentes de coche y de avión (¡dos accidentes de avión en dos días seguidos!). Todo esto sumado a su participación en cuantas guerras se le pusieron a tiro (fue herido en la Gran Guerra, participó en el Desembarco de Normandía, cubrió la Guerra Civil española como periodista...), a su incontrolable pasión por la bebida, por el deporte, por los famosos, por Cuba, por España, por comer, por pescar y por la aventura llevada al límite entre cientos de cosas más, han convertido a Hemingway en un personaje de leyenda, en un mito que trasciende al escritor y que ha generado una llamada industria Hemingway -bastante productiva, todo sea dicho-. Es evidente que la visión del personaje condiciona la recepción del escritor, pero no la distorsiona en ningún momento: si eliminamos de Hemingway todo su halo de leyenda, nos queda sin dudarlo un tremendo narrador, una voz que cambió el siglo XX y que hizo desvestirse a su literatura hasta las últimas consecuencias.

El libro que nos ocupa hoy, El viejo y el mar, es una novela de 1951. Para entonces, todas las grandes obras de Hemingway estaban ya publicadas y era un autor considerado de altibajos a quien le había costado mucho trabajo dar el salto del periodismo a la narrativa profesional. Pero la publicación de la aventura marítima de Santiago, el viejo, fue su canto de cisne. El golpe definitivo que le hizo conquistar el Pulitzer, el Nobel, y la admiración de todos sus contemporáneos. Porque El viejo y el mar sublima el estilo y las preocupaciones de Hemingway hasta el punto de convertirlos en universales. Y todo ello en apenas cien páginas (que dicho sea de paso, se hacen cortísimas)

En la obra conoceremos a Santiago, un pescador cubano conocido en La Habana como el viejo, que porta ya durante ochenta y cuatro días la maldición de no sacar ni un solo pez del mar. Hasta el punto de que los padres de Manolín, su tierno y entrañable ayudante, le han prohibido salir a pescar en el bote de Santiago por considerarlo gafado. Pese a ello, el chico cada día consigue comida y cebos para Santiago, a quien la situación de sequía pesquera lo está sumiendo en un cruel estado de pobreza en el que poco más podrá aguantar. Así, en el día ochenta y cinco de su ruina, Santiago, solo en su pequeño esquife, enganchará en uno de sus anzuelos el pez más grande que jamás haya visto. Y así comenzará una lucha atávica entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza, entre lo humano y el medio elemental, una batalla a muerte que a medida que vaya prosperando nos dejará helados ante el desarrollo de la acción, las reflexiones de Santiago en busca de su redención, el comportamiento del animal luchando por su vida y por supuesto, el desenlace final, que nos hará reflexionar más profunda e intensamente que decenas novelas que la cuadriplican en extensión. Porque sufriremos durante los tres días que dura la batalla contra el pez: padeceremos el cansancio de sus músculos, su hambre, su sed, su progresiva pérdida de cordura y sobre todo, su soledad ante la vastedad de la naturaleza.

Y todo ello narrado con esa prosa que refleja el carácter de Hemingway a la perfección. Un estilo enérgico, sobrio, incluso simple, cuyas imágenes desprovistas de barroquismo y retórica tienen la virtud de evocar sin contar, de presentar una cara oculta. Es lo que se conoce como la "Teoría del iceberg" que cristalizó como el gran acierto estilístico de Hemingway y que sentó las bases de toda la narrativa posterior. Para él, un relato simplemente muestra, al igual que un iceberg, una pequeña porción de la historia. Esta quedará en su mayoría sumergida para que el lector intente bucear en las aguas heladas y así pueda extraer aquello que se esconde y que no se narra. El iceberg va mucho más allá del simbolismo y de la moraleja. Es una manera de entender la narración completa y de implicar al lector en la interpretación del universo ideado por el escritor, convirtiéndonos así a cada uno de nosotros en una parte activa del proceso literario.

Por lo tanto, la grandeza de El viejo y el mar, una obra que falsamente podría interpretarse como simple o anecdótica, radica en que es una historia extrapolable a cualquier aspecto de la vida que implique una lucha, una necesidad de superación a base de constancia. Una batalla personal. Y por ello, El viejo y el mar es una obra maestra universal: porque si hay algo seguro en cada persona, si hay un factor común a cada ser humano, son las batallas que cada uno de nosotros libramos permanentemente. Visibles o invisibles.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No te marches sin comentar!