martes, 22 de diciembre de 2015

Voces de Chernóbil. Svetlana Alexiévich




Ningún médico sabía que yo dormía con él en la cámara hiperbárica. No se les pasaba por la cabeza. Las enfermeras me dejaban pasar. Al principio también me querían convencer:
-Eres joven. ¿Cómo se te ocurre? ¡Si esto ya no es un hombre, es un reactor nuclear! Os quemaréis los dos. -Y yo corría tras ellas como un perrito. Me quedaba horas enteras ante la puerta. Les rogaba, les imploraba. Y entonces ellas decían: “¡Que te parta un rayo!¡Estás loca perdida!”.
Por la mañana, antes de las ocho, cuando empezaba la ronda de visitas médicas, me hacían señas desde detrás de la cortina: “¡Corre!”. Y yo me iba durante una hora al hotel. Pues desde las nueve de la mañana hastsa las nueve de la noche tenía pase […]
Mientras yo estaba con él… No lo hacían. Pero cuando me iba, lo fotografiaban. Sin ropa alguna, desnudo. Solo con una sábana ligera por encima. Yo cambiaba cada día esa sábana, aunque, al llegar la noche, estaba llena de sangre. Lo incorporaba y en las manos se me quedaban pedacitos de su piel; se me pegaban. Yo le suplicaba:

-¡Cariño! ¡Ayúdame! ¡Apóyate en el brazo, sobre el codo, todo lo que puedas, para que alise la cama, para que te quite las costuras, los pliegues! -Cualquier costurita era una herida en su piel. Me corté las uñas hasta hacerme sangre, para no herirlo.



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Svetlana Alexiévich ha pasado en un abrir y cerrar de ojos de la última fila de butacas a subirse a un escenario donde el mundo entero posa su mirada sobre ella. Y es que Svetlana Alexiévich es nuestra flamante Premio Nobel de literatura 2015, una desconocida que vuelve a reventar todas las quinielas. Hoy traemos a Pseudoficciones Voces de Chernóbil (Crónica del futuro) con el propósito de descubrir un pedacito de su obra.

Alexiévich no es una escritora de ficciones al uso, puesto que ella es periodista, por lo que la obra que traemos (y por lo que leo en diversos artículos) tira más por la vereda de la crónica periodística, aderezada con una delicadísima pátina literaria que convierte un reportaje en algo bello y magistral. Así, Voces de Chernóbil es una novela documental, polifónica, que no me ha podido dejar más sobrecogido.

Es completamente imposible reflejar en esta breve reseña la profundidad, significado, dureza, trascendencia y repercusión emocional que transmite Voces de Chernóbil al leerlo. Os digo de antemano que es una obra que impresiona muchísimo y que no es un libro que uno lee: es un libro al que uno se enfrenta. Es un libro que te mira de frente y te cuenta a la cara un sufrimiento descomunal sin filtro. Sin azúcar. Sin nada que amortigüe el impacto. Porque quien habla son los afectados directamente por la catástrofe de Chernóbil, cuyas voces se alzan sin censura gracias a la profundísima labor de investigación, de empatía y de humanidad que Alexievich ha llevado a cabo durante los ¡casi veinte años! que le llevó escribir el texto. Con un resultado dramático, como ya podéis ver en el texto que he elegido para la cabecera, narrado por la esposa de un bombero, y cuya conclusión está más abajo. Nuestra obra no es un libro sobre el accidente de Chernóbil. Es un libro sobre el mundo de Chernóbil.

El 26 de abril de 1986, el cuarto reactor de la central nuclear de Chernóbil explotó, causando un gran desconcierto entre la población debido a la falta de información. Se hablaba de humo, de fuego. De algo de radiación que podría curarse con leche o con yodo. Es necesario recordar que Chernóbil está en Ucrania, y que a la luz de la historia, fue allí donde se produjo el "accidente". Pero la realidad es que Bielorrusia, un país sin centrales nucleares, basado en la majestuosa ruralidad de sus bosques y en el trabajo duro de la la tierra, fue el principal afectado por la debacle de la central. La Segunda Guerra Mundial acabó con 619 aldeas bielorrusas. La tragedia de Chernóbil con 485, muchas de las cuales fueron enterradas bajo tierra conforme las evacuaron sus habitantes. Pero las voces de sus afectados fueron silenciadas. Unas voces que gracias a Svetlana Alexiévich tienen por primera vez la palabra, quizás temblorosas pero dispuestas a contarnos aquello que ocurrió y que permanece aún agazapado en el ambiente.

Así, la autora calla, escucha y transcribe lo que tiene que contarnos un colectivo de personajes amplísimo, un auténtico coro, llegando incluso a crear un nuevo tipo de hombre como concepto: el hombre de Chernóbil (entiéndase hombre y mujer). Un ser que ha padecido la tragedia de forma directa, que la está padeciendo en la actualidad, o que la padecerá con seguridad en el futuro. Hablan campesinos, que siguieron comiendo patatas contaminadas porque no se creían aquello que no veían. Hablan madres cuyos hijos nacieron sin orificios en el cuerpo. Hablan los pocos liquidadores que quedan aún vivos, aquellos héroes artificiales inventados por el gobierno soviético para que dieran su vida ahogando las fugas del reactor. Hablan esposas, hablan profesores de física que no dan crédito a la gestión de Moscú. Hablan aquellos que saquearon las aldeas abandonadas. Hablan los soldados que antes de clausurar un pueblo mataban a todos los animales. En definitiva, hablan los olvidados por la historia. Y sus voces hacen daño al leerlas.

Además, la tesis principal que podemos extraer del libro es que Chernóbil fue mucho más que un conflicto, un accidente, una guerra (ojo que se intentó plantear así) o un hecho que fue limpiado y enterrado como las aldeas de los campesinos. Chernóbil es, desde el punto de vista de la duración de la vida humana, eterno. "Los radionúclidos diseminados por nuestra Tierra vivirán cincuenta, cien, doscientos mil años. Y más". Es algo que resulta aterrador

Por eso hay que leer Voces de Chernóbil sabiendo a lo que uno se enfrenta. No es un libro agradable, que según el estado de ánimo del lector puede causar estragos. Aún así, es encomiable que se nos cuente de forma tan clara la verdad. La de aquellos que padecieron semejante barbaridad. De hecho, hoy día sigue prohibido en Bielorrusia, donde, misteriosamente, desaparecieron todos los libros de física de las bibliotecas públicas justo después del accidente.



Siempre vengo a verlos con dos ramos: uno es para él y el segundo lo pongo en un rinconcito para ella. Yo la maté. Fue mi culpa. Ella, en cambio…Ella me ha salvado. Mi niña me salvó. Mi niña me salvó desde mi vientre. Recibió todo el impacto radiactivo, se convirtió, como si dijéramos, en un receptor de todo el impacto. Tan pequeñita. Una bolita [pierde el aliento]. Ella me salvó, pero yo los quería a ambos. ¿Cómo es posible? ¿Cómo se puede matar con el amor?¿Por qué están tan juntos? El amor y la muerte ¿Quién me lo podrá explicar? [calla largo rato]


Y a vosotros, ¿qué libro os ha impresionado tras su lectura?


Svetlana Aleixiévich

2 comentarios:

  1. Las pocas páginas que ojeé me dejaron noqueada. Es un libro para leerlo a sorbitos; de golpe te machaca.
    Me recuerda a "La carretera", pero aquello era ficción, ¿o no?.

    Besos. Pilar Posadas

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    Respuestas
    1. Sí Pilar. Yo me lo he zampado de golpe y me ha dejado reventado, la verdad.

      La comparación con "La carretera" es buena, puesto que siendo una historia real y una paranoia postapocalíptica, término tan de moda, comparten un mismo sustrato, y es el temor del ser humano por perder el control de fuerzas superiores que creía dominar. Ambas obras nos ponen de golpe en nuestro sitio.

      Un besazo y a disfrutar las vacaciones, ¡que nos las hemos ganado!

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