miércoles, 13 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (y parte II)




Guillem Piña, calle Gaspar Pujol, Andratx, Mallorca, junio de 1994. [...] Durante un rato estuvimos sin hablar, pensando, mientras el ascensor bajaba y subía y el ruido que hacía era como el ruido de los años en que no nos habíamos visto. Le voy a desafiar a un duelo, dijo Arturo finalmente. ¿Quieres ser mi padrino? Eso fue lo que dijo. Sentí como si me clavaran una inyección. Primero el pinchazo, luego el líquido que entraba no en mis venas sino en mis músculos, un líquido helado, que provocaba escalofríos. La proposición me pareció descabellada y gratuita. Nadie desafía a nadie por algo que aún no ha hecho, pensé. Pero luego pensé que la vida (o su espejismo) nos desafía constantemente por actos que nunca hemos realizado, en ocasiones por actos que ni siquiera se nos ha pasado por la cabeza realizar. Mi respuesta fue afirmativa y acto seguido pensé que la eternidad sí que existe[...] Lo primero que discutimos fue el tipo de armas. Yo sugerí globos hinchados de agua con tintura roja. O una pelea a sombrerazos. Arturo se empeñó en que tenía que ser con sables.


------o------


Una vez abordada de manera sucinta la figura de Bolaño en la primera parte de la reseña, vamos a centrarnos, ya sí, en Los detectives salvajes. Vaya por delante que si ya es difícil para mí plasmar en un espacio tan reducido todo lo que me ha evocado algo tan complejo como un libro, esta dificultad crece hasta cotas desconocidas en el caso de Los detectives salvajes, puesto que se trata de una obra de una ambición descomunal que intenta abarcar todos los registros del alma humana, que además realiza una descomposición cruda de la realidad social de su época y por si no teníamos bastante, un feroz y mordaz análisis de la literatura hispánica del siglo XX y de la generación de Bolaño. Los detectives salvajes es la voz de una generación de jóvenes latinoamericanos perdidos en un mundo complejo y violento. Por lo tanto, tenemos delante más que una novela un proyecto vital, un texto complicado y novedoso como en su momento lo fueron La Divina Comedia, El Quijote o Crimen y castigo. Palabras mayores, vaya.

Los detectives salvajes está estructurada en tres partes de extensión muy desigual. La primera, Mexicanos perdidos en México (1975) es una especie de novela corta -abarca 150 páginas- escrita en forma de diario. En ella, un joven llamado García Madero inicia su narración cuando en un taller de poesía conoce a los protagonistas absolutos de la obra, Arturo Belano y Ulises Lima, quienes lo invitan a formar parte de su vanguardia poética, el realismo visceral. García Madero se adentra desde entonces en un submundo de poetas extraños por el que desfilarán personajes tremendamente carismáticos y se dará cuanta de que Belano y Lima (además de vender marihuana) están obsesionados buscando alguna pista sobre Cesárea Tinajero, una poeta desaparecida y olvidada décadas atrás, de la que no quedaba rastro alguno, hasta que un indicio los lleva a emprender un viaje a los desiertos de Sonora.

La segunda parte, Los detectives salvajes (1976-1996) constituye el grueso de la novela, además de abarcar temporalmente la friolera de dos décadas. Esta sección está construida en forma de monólogos en los que cincuenta y tres narradores (ha leído usted bien) van contando cuál fue su relación en algún punto de su vida con Belano o con Lima, de modo que podemos ir reconstruyendo lo que fue de ellos tras su búsqueda de Cesárea en Sonora. Visitaremos México DF, Barcelona, Roma, Israel, Madrid, Ruanda, San Francisco, Mallorca o Nicaragua en nuestra búsqueda de Belano y Lima, personajes etéreos, volátiles y complejos que veremos a través de los ojos de nada menos que cincuenta y tres personas con sus respectivas voces propias, en lo que constituye un alarde narrativo sin precedentes y abrumador en el que muchas cosas no son lo que parecen, y en nuestra mano está descubrirlo. Conoceremos personajes tan variopintos como una bisnieta de Trotsky, un neonazi borderline, un arquitecto encerrado en un manicomio, críticos literarios, supervivientes del golpe de Pinochet, fotógrafos que se juegan la vida en África, una masoquista obsesionada con divulgar la palabra de Sade o un emigrante chileno en Barcelona cuyas alucinaciones le hacen ganar quinielas. Un mosaico de voces increíble que solo puede hacer que admiremos atónitos la capacidad narrativa de Bolaño.

Finalmente, Los desiertos de Sonora (1976) nos narra (por fin) el viaje a norte de México de Belano y Lima veinte años atrás, justo donde terminó la primera parte,  y en donde se desvelará finalmente el enigma de Cesárea .Terminaremos completamente impresionados, ya que muchas de las actitudes y comportamientos de los protagonistas que nos han ido explicando los narradores en la segunda parte solamente serán comprensibles cuando sepamos qué ocurrió en los pueblos perdidos de los desiertos de Sonora, y esto hará que de pronto nos replanteemos todo lo que hemos leído hasta ese punto.

Pero en la novela hay más. Muchísimo más. Un mundo vivo y enorme lleno de cafés de mala muerte, conversaciones sobre poesía, sexo heterosexual, sexo homosexual, tequila, mezcal, adivinanzas, infidelidades, duelos a espada, autoestopistas, ladrones de libros... un auténtico marasmo narrativo construido de manera sólida y sin fisuras.

Mención aparte merece el estilo de la novela. Bolaño en esto -como en casi todo- es único e inimitable. Porque la obra parece a priori, no tener un estilo especialmente pulido o explícitamente literario. Parece incluso escrita de manera apresurada, simple, coloquial, hasta cutre. Pero cuando quieres darte cuenta, estás atrapado. No puedes parar porque esa es la magia de Bolaño: la creación de un mundo plausible, casi tocable y perceptible por nuestra mente y nuestros sentidos gracias a ese uso hipnótico de la palabra.

Como dije en la primera parte, la novela se ha quedado con algo de mí para siempre. Sé que no la voy a guardar nunca y que siempre estará a mano para releer algún pasaje aleatorio. Y eso es algo que ocurre pocas veces en la vida de un lector. No puedo sino mostrar admiración por Bolaño y por su alter ego, Arturo Belano, a quien considero una persona más, una persona que supo salir de su jaula de papel para perderse por este ancho y confuso mundo.

Esta no es una novela. Es la novela.

Por cierto... ¿qué hay detrás de la ventana?





No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No te marches sin comentar!