lunes, 11 de abril de 2016

Los detectives salvajes. Roberto Bolaño (Parte I)



Laura Jaúregui, Tlalpan, Mexico DF, mayo de 1976. ¿Ha visto usted alguna vez un documental de esos pájaros que construyen jardines, torres, zonas limpias de arbustos en donde ejecutan las danzas de seducción?¿Sabía que solo se aparean los que ejecutan las más elaboradas de las danzas?¿No ha visto usted nunca a esos pájaros ridículos que bailan hasta la extenuación para conquistar a una hembra? 
     Así era Arturo Belano, un pavorreal presumido y tonto. Y el realismo visceral, su agotadora danza de amor hacia mí. Pero el problema era que yo no lo amaba. Se puede conquistar a una muchacha con un poema, pero no se la puede retener con un poema. Vaya, ni siquiera con un movimiento poético [...] Pobres ratoncitos hipnotizados por Ulises y llevados al matadero por Arturo. Trataré de resumir y ser concisa: el mayor problema era que casi todos tenían más de veinte años y se comportaban como si no hubieran cumplido los quince. ¿Se da cuenta?


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Nunca he sido capaz de elaborar una lista al uso de mis libros favoritos. Más bien tengo una visión de mis lecturas similar a la de una pirámide. Ya sabéis que pienso que todo libro nos aporta algo y nos ayuda a crecer como personas en menor o mayor medida. De este modo, aquellos libros que más me han enriquecido son los que se acercan a la cúspide de la pirámide, mientras que los más discretos vendrían a formar el grueso de su base. Pues bien; en este sistema vago y arenoso solamente hay clara una cosa, y esa es la punta de la pirámide, el ladrillo que la culmina. Allí se sitúa Cien años de soledad, un libro que en su momento me dejó terriblemente impresionado. Un libro que me hizo ver hasta qué punto se puede llegar con la palabra escrita: desde entonces he leído Cien años de soledad más de diez veces, y sé que jamás dejaré de hacerlo.

Bueno. Pues desde ahora, esa cima tiene un nuevo inquilino que acompaña a la obra de García Márquez codo con codo en una suerte de bicefalia: Los detectives salvajes, una novela que me ha llevado al punto de la obsesión total y absoluta (ya lo sabéis aquellos que habláis conmigo). Una novela de la que no puedo salir y que después de terminar su lectura se ha quedado con un pedazo de mí que va a estar siempre entre sus páginas, perdido en los desiertos de Sonora. Tras leerla, he pasado horas releyendo pasajes y capítulos enteros (creo que la he leído al menos dos veces de una vez). He reconstruido y ordenado por escrito la historia de sus personajes para intentar comprenderla mejor, me he hecho mapas y lineas del tiempo y he visto documentales sobre Bolaño para entender mejor ciertas partes de la historia. He leído más de veinte artículos y cuantas entrevistas a Bolaño he encontrado en Internet. Y tras esta búsqueda, me he dado cuenta de que el inquietante título de la novela designa en realidad al lector, quien se convierte sin remedio en detective para saber mucho más de la historia que tenemos sobre el papel. No por gusto, sino por necesidad. Poneos cómodos que os voy a hablar sobre la mayor barbaridad que jamás he leído.

He decidido partir esta reseña en dos partes porque la figura de Roberto Bolaño tiene miga y merece pararse un poquito más de la cuenta. En la actualidad, Bolaño es un escritor considerado de culto -complejo concepto, por otra parte-. En su Chile natal, obsesionado con el poeta Nicanor Parra, fundó un movimiento de vanguardia poética, el estridentismo, que se dedicaba a sabotear los actos culturales de los poetas canónicos latinoamericanos. Se consideraban a sí mismos los depositarios de la palabra lírica, los destinados a conservar la poesía verdadera, casi unos iluminados. Y evidentemente, el fracaso fue estrepitoso. Ello llevó a Bolaño a mudarse a Cataluña, donde trabajó prácticamente de todo: friegaplatos, vigilante nocturno de campings, basurero, camarero, e incluso puso una tienda de abalorios para turistas... hasta que empezó a escribir relatos con los que ganaba concursos literarios que le permitían vivir de la literatura. Su matrimonio y el nacimiento de su hijo Lautaro hicieron que el chileno comenzase a escribir novelas. Las primeras ya mostraron su enorme talento, pero fue en 1998 cuando Bolaño reventó el mundo literario con Los detectives salvajes, una obra sublime, gigante, magnánima, que ganó entre otros el Premio Herralde y encumbró a Bolaño como el líder absoluto de su generación.

Pero pienso que la historia ha sido tremendamente injusta con Bolaño, quien ha pasado en muchos foros a ser un mito literario por su enfermedad y su muerte prematura más que por su literatura en sí. Su malditismo lo ha hecho pasar a la historia con más fuerza que su obra, de la que mucha gente habla sin haberla leído. Bolaño supo en 1993 que tenía una enfermedad autoinmune de extrema gravedad. Tras el éxito de Los detectives salvajes, escribió como un poseso para dejar escrito todo lo que llevaba dentro, hasta el punto de escribir su gran proyecto literario, 2666, en estado terminal. Dejó incluso por escrito la linea argumental por si moría sin finalizar la novela, y también un plan para publicarla en cinco partes para que su familia recibiese más ingresos por los libros. Finalmente murió en 2003, con cincuenta años, días después de terminar 2666 y habiendo abandonado los tratamientos para escribir con mayor rapidez y claridad. Por cierto, su mujer y sus hijos decidieron publicarla de una sola vez, tal y como la hubiese publicado Bolaño de no haber estado enfermo.

Y tras la muerte, comienza el mito. Así, Roberto Bolaño es una de las figuras más magnéticas e inquietantes de la literatura reciente. Su obra recorre un camino completamente nuevo; él es quien introduce a la literatura hispanoamericana en el siglo XXI y representa la superación de García Márquez, Cortázar o Vargas Llosa; es decir, Bolaño supone el fin del boom hispanoamericano y la apertura del camino por el que discurrirá la narrativa moderna. Bolaño fue un tipo raro, una persona peculiar, un chileno pesado cuya verborrea escondía uno de los mundos literarios más ricos y complejos de la historia de la literatura. En definitiva, un regalo que solo pudimos disfrutar durante cincuenta años. Por suerte, nos queda su obra.

Dentro de unos días seguimos.





Le debemos un hígado a Bolaño, Nicanor Parra


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